fbpx

Padres: esta es nuestra vocación

Familia

COMPARTIR EN REDES

Hay batallas que no se ven, pero se libran cada día dentro de nuestra propia casa. . Porque no educamos solo para que nuestros hijos “sean buenos” o “se porten bien”, sino para que aprendan a vivir su vida bajo la misión a la que están llamados, a algo infinitamente mayor: la santidad.

Santidad. Nada hay más real, más humano y más urgente.

Hombres y mujeres que viven con la intensidad de quienes saben que aquí, en esta tierra, se decide su destino eterno.

Como decía C. S. Lewis:
«Si encuentro en mí deseos que nada en este mundo puede satisfacer, es porque fui hecho para otro mundo».

O como escribió San Agustín:
«Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti».

La inquietud más honda de la vida familiar no es, por tanto, la estabilidad económica, la educación académica, ni siquiera la salud física. Todo eso es importante, sí; pero es penúltimo.

Lo último, lo definitivo, es si nuestros hijos aprenderán a reconocer a Dios, a amarlo, a buscarlo.


Porque si el alma de un niño no aprende a desear y buscar de forma incansable el Cielo, terminará conformándose con sucedáneos.

Los héroes que les damos

Nuestros hijos buscan héroes. Todos los niños lo hacen de forma natural. Y no es porque busquen ficciones, sino porque buscan modelos de lo que están llamados a ser. La pena es que cuando la cultura no les ofrece héroes, se los inventa: superhéroes, mutantes, seres invencibles y algo muy importante en muchos casos, ajenos al dolor.

Muchos de estos héroes de moda actual no enseñan a vivir, ni a amar, ni a sufrir con esperanza… ni a morir. Y en cambio la vida requiere todo eso.

Los santos, en cambio, sí son héroes verdaderos. No nacieron santos: lucharon para serlo. Y esa lucha es la que los hace cercanos, familiares y nuestros. Pues no tuvieron superpoderes. Lo que tuvieron fue mucha fe, gracia, y una libertad que eligió amar a Dios, una y otra vez.

La santidad no es un espectáculo de coronas y palmas, es un combate que llega a todos los rincones de nuestro ser. Y precisamente por ello se convierte en algo emocionante para un niño: es el combate más alto que puede darse en esta vida.

La verdadera formación del alma infantil requiere figuras que muestren el precio y la gloria del amor, el combate y la esperanza.

Los santos sí pueden ofrecernos eso. No fueron seres perfectos desde el inicio. Fueron personas que tuvieron que decidir, una y otra vez, qué hacer con sus miedos, con sus deseos, sus preocupaciones, con su carne y con su alma.

Su “extraordinario” consiste precisamente en haber tomado en serio lo que nosotros tantas veces dejamos para mañana.

Fueron héroes porque conocieron de cerca el combate interior y no retrocedieron.

Y lo hicieron no por fuerza propia, sino por la acción misteriosa y real de la gracia de Dios. Blaise Pascal lo dijo con su sobriedad genial: «Para hacer santo a un hombre basta la Gracia; quien duda de esto no sabe qué hace a un santo ni qué hace a un hombre».

Pero si queremos que nuestros hijos comprendan esto, necesitamos ofrecerles algo más que discurso; necesitamos ofrecerles nuestra experiencia. De todos es sabido que el camino más breve para enseñar es el ejemplo.

La vida moral, la vida espiritual, no se enseña principalmente por teorías, sino por contagio.  Y el hogar es, por tanto, el lugar primero y más profundo de formación.

Es en lo pequeño y cotidiano del hogar donde Dios construye lo grande.

Que tu familia sea un espacio donde Dios sea nombrado, recordado, amado; donde la oración, aunque torpe a veces, tenga su lugar en el día; donde los símbolos de nuestra fe no sean meramente decorativos.

Piensa que nuestros hijos tienen derecho a saber que son parte de una historia que empezó antes que ellos y continuará después. Necesitan comprender que pertenecen a un pueblo que es la Iglesia, a una familia espiritual, a una herencia moral y cultural que les da raíces y les ofrece un horizonte lleno de esperanza.

Explicarles todo esto es necesario: que hubo quienes vivieron la fe hasta la entrega total; que hubo quienes defendieron la verdad cuando no convenía; que hubo quienes amaron cuando hubiera sido más cómodo replegarse.

Y sobre todo decirles que ahora nos toca a nosotros tomar la antorcha, como antes otros la recibieron.

Ser santo no es fácil. Nada que merezca la pena lo es.

La educación cristiana es, en su núcleo, una forma de combate: contra la pereza del alma, contra el olvido de Dios, contra el espejismo de una vida sin trascendencia.

Pero este combate no se libra con amargura, sino con una alegría en el corazón que nace de saber hacia dónde nos dirigimos.

La Escritura lo expresa con una fórmula serena y exigente: «Alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación, perseverantes en la oración» (Rom 12,12). Ahí está el programa entero de una vida familiar cristiana.

Y al final, lo verdaderamente decisivo es esto: nuestros hijos están llamados a la santidad. Llamados con nombre propio, el que nosotros elegimos para ellos en el día de su bautismo. Llamados a convertirse en los héroes verdaderos de su propia historia.

Nuestra tarea es mostrarles el camino con nuestra vida. Si lo hacemos —aunque sea imperfectamente, aunque sea con tropiezos, como los tenemos todos— Dios hará el resto.

No necesitamos vidas espectaculares más bien vidas entregadas. Porque la santidad no exige grandeza aparente, sino fidelidad.

A nuestros hijos no los salvará nuestra impecabilidad —que es imposible—, sino la dirección de nuestra mirada.

Luchemos, entonces, con esperanza amplia y con paciencia profunda. Con la confianza tranquila de quien sabe que no camina solo.

Ojalá que en el entramado familiar de cada una de nuestras casas, podamos preparar almas grandes, capaces de amar a lo grande.

No somos el origen de la gracia, pero somos sus custodios. No somos los protagonistas, pero somos —benditamente— instrumentos.

Y ojalá que en ese intento, también nosotros mismos seamos más santos.

Ojalá todos descubramos que la santidad es el nombre verdadero de nuestra vida cuando se ama con toda el alma.

¿Te ha gustado el artículo?

Ayúdanos con 1€ para seguir haciendo noticias como esta

Donar 1€
NOTICIAS RELACIONADAS
No se han encontrado resultados.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Rellena este campo
Rellena este campo
Por favor, introduce una dirección de correo electrónico válida.

El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.