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Sexo o sex-appeal. ¿La cuestión?

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Te conoce desde que tenía ocho años. Te ha admirado siempre, y ahora te encuentra a menudo entrando o saliendo del ascensor, porque entra y sale a todas horas desesperadamente en busca de sí misma. Cargada de sex-appeal, se nota que el sexo solitario la pierde por los aledaños de una vida que se le escapa de las manos… sin advertir que ya nunca podrá recuperarla. Confunde amor con epatar a la martingala.

Analizando la evidencia

Salta a la vista. A los ocho años te tomaba como modelo. Ahora, en sus últimos veinte, no busca un hombre para compartir una vida de gozos y fatigas (aunque lo ansía y necesita sin saberlo), sino un semental que haga a cada momento lo que ella necesita para sentirse inflamar ansiosa sin pausa y sin demora.

La pobre insensata hace todo lo que está en su mano para tentarte con su sucedáneo de sex-appeal: mucha apariencia sin hacer brillar la auténtica belleza que reside en el alma de toda persona si la persona es auténtica, como expresión del ser hija de Dios. Porque la pobre pillastre tiene doble rasero.

Para conseguir lo que anhela de ti, está aplicando todas sus mañas femeniles deseando locamente que te dediques a perseguirla, y así continuar el juego de la rata crápula cuando ve al ratoncito cerca y que aunque ve que no la pretende, ella persiste en parpadearle hambrienta con indolente insolencia. Piensa (o quiere pensar) que la pretendes, acostumbrada como está a dejar a los hombres babeando tras provocarles hambre. Bien lejos de Menganita la de “sus labores”.

Del error a la frustración

¿Qué sucede? ¿Acaso no le funciona el guiño? No hay asomo de duda de que le han enseñado a hacerse valorar sin tener en cuenta el agente del valor, convirtiéndose así (ella y el agente del valor) en objeto. De esta manera tan salvajemente arbitraria por primaria que es, no ha aprendido ni tan solo que la propia vida se encuentra en la del otro, y con su actitud desaforada queda sometida en manos de ser gobernada por los vaivenes del instinto.

No reconociendo y respetando al objeto del valor, tratando de cazarlo, no deja siquiera volar esa milenaria sabiduría maravillosa del juego amoroso que reside en toda alma que como hombre y como mujer sanos fluye natural para encontrarse en un acto que expresa, estimula y llega a plenitud en la fusión de dos espíritus en uno.

Tan arbitrariamente desolada, la insensata está jugando a ser lo que no es, perdiendo los últimos años de una juventud que de los veinte ya se ve que está cayendo directamente a una vejez decrépita y enjaulada en sí misma, sin darle a la vida la posibilidad de dejarle experimentar jamás el placer de volar dejando volar que la vida de la edad madura aporta a una juventud exuberante que llega a experimentar las delicias únicas de la cumbre y las alturas, para, desdichada, limitarse a venderse tristemente inconclusa en una existencia malbaratada.

La fuerza del entorno

¿Acaso no le sobra eso que ahora se da en llamar “empoderamiento”? ¿Pues qué le sucede? ¡Salta a la vista para cualquiera: le sobra empoderamiento! Tanto que lo promocionan como pretendida superación de lo que antes se llamaba “femenino”, la muy petulante se arrastra como teledirigida por el fango de la modernidad perdida, ahora que decían que ya por fin la habían conquistado.

De manera tan tristemente evidente, la perdularia que te persigue está apurando sus últimos años de juventud malversándola tratando de seducirte con elucubraciones, sabiendo como sabe que aunque no lo parezca estás ya en tus sesenta.

¡Mírala! Arrastra como una vieja de las de antes su cuerpo ansioso que grita atiborrado de sex-appeal por todos lados, chorreando por los poros aquella debilidad unipersonal que asegura el futuro desencanto, la frustración de saberse perdida con el peso de unos años que habrá corrompido sin haber llegado a saborear (y así mostrar) su verdadera esencia. Su belleza objetiva (que algo tiene la chica, pero más tenía y ha perdido consintiéndose) naufraga en las aguas gélidas de una subjetividad sobreestimulada.

Es así, sin duda. Está más claro que el agua remansada que contenía su estanque que fue florido y perfumado antes de ser su actual lodazal. La pobre perdida (como aquellos perdidos que a fuerza de frenesí la pretenden) deambula ciega como para poder reconocer y aceptar la verdad de las personas y las cosas, que cuando pasan le pasan de largo… sin llegar siquiera incluso a reconocer, valorar y mucho menos abrazar ella y los otros el amor que tanto ansía. Como todo pragmático individualista, está embaucada por sentir la emoción sin sentido y desprovista de ese algo más que la trascienda a sí misma; eso es, aquello para lo que ha sido creada. Y así desfallece. ¿Empoderada? ¡No, desengañada! (de la vida, de los otros y de sí misma).

Una juventud decrépita

Así es buena parte de la juventud de hoy: vive para ella, sin pensar para nada en el otro, incapaz de sentir y vivir el nosotros que tanto ella como los otros solo intuyen salvajemente cuando tienen un problema y necesitan al otro… o bien ganas de matar el tiempo huyendo de la soledad que a fuerza de vacío onanismo ya no saben disfrutar a solas, y así se sienten solos, ahogados por su egotismo. Ahí atragantan su existencia y destrozan su identidad con repercusión en la propia vida y la comunitaria, porque rompen con su participación en la esencia divina, que es comunidad de Amor del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Aplicados en sentir voluptuosamente, acaban destripando su ser más íntimo… y así, perdido el sentido, terminan por perder su alma, que yace desgarrada.

Hemos llegado al inicio de nuestro viaje. Ahora −está claro−, desencantado como anda el mundo, se les da a elegir a esos precoces viejos decrépitos −como parte del lúdico y fructífero sistema infantil de prueba y error− entre sexo y sex-appeal. Y no se dan cuenta de que son complementarios, que no está escrito que el sexo pierda su mecha prendida, que tiene su porqué la chispa, y que el juego amoroso es incluso imprescindible para el garbeo y el crecimiento personales de la pareja. ¡No les hagamos el juego ahora a los que han convertido el sexo en un problema! El problema no estaba en el qué sino en el cómo… y así, tergiversando el qué, éste ha perdido su entidad… y su identidad como valor.

Actuar en consecuencia

Ya ves, amigo, amiga del alma. Esta es la consecuencia de haberse dedicado la jovencita envejecida por el ego, a un sexo solitario (como tú advertías) desde los tiernos años de su pubertad o incluso antes. Es una manera de vivir el sexo muriendo con él, puesto que solo reconoce e incluso solo acepta la alteridad en cuanto le asegura el placer vivido en primera persona y encerrado en sí mismo… perdiendo, así, el valor, las delicias y el ágape que sí buscan en él instintivamente y defienden con moral formada −como todo ser humano sano− aquellos que saben gobernar su vida. Y así se muere. Sola.

¿No ves que es lo mismo que les sucede a todos aquellos que le hacen el juego? ¿Verdad que, bien mirado, es eso lo que “los otros” querían? ¿No ves que así se es más maleable, aunque ardida y pretenciosamente te llames “ingobernable”? ¡Lo que es la desalmada es ser jactanciosamente salvaje, porque no sabe ser razonable, no se engañe! Y perdiendo la razón, pierde la humanidad, contagia el ser-uno-en-todos, y acabamos todos animalizados.

Tendremos que decidirnos al fin, pues, a llamar a las cosas por su nombre, y darnos por fin la mano. No aclararnos puede llevarnos a desparramar la vida arrastrados por un sexo que rompe con el amor. Ha llegado el momento de decidir si nos paramos a estudiar su esencia o si seguimos hasta caer por el abismo. O eso, o el final será tan triste como volver a empezar desde el suelo, mascando tronchos. Como los neandertales, ya te digo. ¿Y tú, dónde estás?

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NOTA: Apuntemos al margen que la Iglesia ha defendido siempre la libertad de la persona como garante de su individualidad y su responsabilidad en el gobierno de su propia vida. Podemos confirmar que como Madre Iglesia ha velado y vela siempre por el respeto a esa identidad de sus hijas e hijos, sabedora, con ello, de que la propia libertad de la persona afirma en cada elección lo que le da la gana. Por eso es libre, y el juego está siempre abierto a esta realidad. A cada persona, pues, le toca entonar o no el mea culpa a fin de ser capaz de emerger para poder sobrevivir a la propia culpa, ella y el mundo.

Tendremos que decidirnos al fin, pues, a llamar a las cosas por su nombre, y darnos por fin la mano. No aclararnos puede llevarnos a desparramar la vida arrastrados por un sexo que rompe con el amor Clic para tuitear

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