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Te quiero con todo tu corazón… ¿qué? ¿cómo?

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Probablemente conozcan esta expresión con la que un niño se dirigía a su madre, la cual lógicamente le sugirió que tenía que quererle con su corazón de hijo. No se arrendó el pequeño, simplemente le respondió: “no, te quiero con tu corazón porque es más grande que el mío”. Estamos en tiempo de Cuaresma. La Iglesia propone a los cristianos prepararnos para las solemnidades pascuales con la purificación del corazón y este año, el Papa Francisco, comienza su mensaje animándonos a recibir con el corazón abierto el amor de Dios.

Estoy convencida de que incidir en el corazón para cualquier cosa de nuestra vida es acertar. No es una opción solo personal, sino que “…en el modo de expresarse los hombres que han recogido las Sagradas Escrituras para que podamos entender así las cosas divinas, el corazón es considerado como el resumen y la fuente, la expresión y el fondo último de los pensamientos, de las palabras, de las acciones. Un hombre vale lo que vale su corazón, podemos decir en el leguaje nuestro”[1].

En estas circunstancias mundiales que se nos presentan tan inestables -pandemia, guerras, rupturas…- a nivel personal, por lo menos, volvamos a redescubrir que el hombre no puede vivir de espaldas a su corazón, a su intimidad. Esta verdad la ha desarrollado con una profundidad sorprendente y un rigor esmerado el filósofo Leonardo Polo[2]; curiosamente es como si el niño protagonista la conociera. Porque el ser humano, como persona, aspira a más, a ser acogido: comprendido, aceptado y correspondido, a darse. No es cuestión de inteligencia solamente, no es cuestión de voluntad exclusivamente (como tradicionalmente nos han animado a realizarnos). Es conocer como somos conocidos por Él. Es no tanto querer el bien supremo, sino querer ser querido por ese bien. Es encontrarnos en nuestra soledad radical que estamos y no estamos tan solos; que no solo existimos, sino que coexistimos; no solo amamos, sino que nuestro amor es donal; no es que hacemos actos libres -que así es-; sino que precisamente nuestra existencia se manifiesta en esa libertad.

Dios filialmente nos ha creado, nos acompaña y, honestamente, lo podemos descubrir ¡más íntimo a nosotros que nosotros mismos! como lo confiesa San Agustín[3] “. Ahora, en esta Cuaresma, es el tiempo de hacer ese trasplante de corazón, ir captando, tal como propone Don Leonardo el “ser con”, el enfoque dual de cada vida humana (hay muchos en la persona, pero los fundamentales son coexistencia-libertad; conocer-amor donal).

Del poeta Luis Rosales se cuenta que allá por el año 1981 decía que para “ver” hay dos actitudes: amar o no amar; y añadía que casi con las dos actitudes puedes abrir o cerrar todas las puertas, y lo único que no se puede esconder es la luz…, cuando se caen las paredes del contenido del corazón, la casa está encendida”[4].

Es este animar a tener en nosotros el corazón de Dios acudo, para terminar, al gran médico Maimónides (1138-1204) visitaba a enfermos pobres, gratuitamente. Un día se presentó uno. Llegó retrasado. El médico fue requerido para una urgencia. Se le citó para el día siguiente. El hombre, lleno de cólera, buscó vengarse. Un día que el médico acompañaba al rey en su carroza, les salió al paso aquel hombre vengativo y prorrumpió en insultos contra Maimónides, contra su fe y contra su religión. El monarca no aguantó más. Ordenó al médico que le arrancara -a aquel insolente y desagradecido- el corazón. De regreso a su casa, Maimónides buscó al pobre. Le dio dinero. Le abastecía de leche a diario. Le pagó el alquiler de la casa y le regaló los medicamentos que necesitaba. Y el hombre de corazón iracundo, se ablandó, cambió. Pasado un tiempo, un día que el rey iba en su carroza y le acompañaba, Maimónides, les salió al encuentro el mismo sujeto y esta vez empezó a proferir alabanzas y bendiciones sobre Maimónides y su religión. -¿No es éste el que te insultó y al que te ordené que le arrancaras el corazón?/-Sí, mi señor rey -respondió Maimónides/-¿Por qué no obedeciste mi orden?/-Mi señor, sí que he cumplido lo que me ordenaste. Le he cambiado el corazón rencoroso, vengativo y le he dado un corazón agradecido, bondadoso, lleno de paz, / Miró el rey a su médico Maimónides. Se echó a reír, y añadió: – ¡Así que también se puede operar sin bisturí el corazón![5].

[1] San Josemaría, El Corazón de Cristo, paz de los cristianos, p.164

[2] Leonardo Polo, Presente y futuro del hombre, Rialp, 1993

[3] “Tu autem eras interior intimo meo es superior summo meo

[4] Luis Rosales, El contenido del corazón, 2009

[5] Alimbau, La razón 3/12/2008

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