Disfrutaba hace unos dĆas viendo la magnĆfica pelĆcula Senderos de gloria, dirigida por Stanley Kubrick en 1957, que cuenta la historia de un regimiento del ejĆ©rcito francĆ©s, durante la Primera Guerra Mundial, al que su general al mando encarga tomar una colina defendida por los alemanes, en una acción muy peligrosa y casi de imposible ejecución.
Pocos aƱos despuĆ©s de que finalizaran estos combates y aĆŗn bajo su impacto, uno de los principales ideólogos del perĆodo de entreguerras, el comunista italiano Antonio Gramsci, acuñó una distinción clave al hablar de Ā«guerra de movimientosĀ» frente a la Ā«guerra de posiciónĀ», para explicar el curso que deberĆa adoptar una revolución duradera y hegemónica, la que lograrĆa un control definitivo de la sociedad a travĆ©s de la cultura.
Su argumento, en sĆntesis, es que las revoluciones operadas hasta entonces, como la francesa o la rusa, realizadas como un asalto al poder desde el exterior, fueron traumĆ”ticas pero difĆciles de consolidar. Sin embargo, la revolución a la que Ć©l dedicó todos sus esfuerzos, debĆa desarrollarse de manera apenas perceptible, penetrando silenciosamente en las instituciones hasta conseguir su dirección intelectual y lograr desde ella la hegemonĆa cultural de la sociedad, definida por hombres con un nuevo sentido comĆŗn.
En la visión de este pensador, un cambio asĆ, alcanzado de manera insensible, se mantendrĆa no por la fuerza, salvo en casos muy excepcionales, sino por la obediencia de la gente obtenida con tĆ©cnicas de aislamiento y autocensura, y con la acuƱación de nuevos conceptos a travĆ©s de la manipulación del lenguaje y, sobre todo, con la prohibición de tratar de todos los temas incómodos, que serĆan calificados como subversivos por el orden establecido.
En el dominio actual de la corrección polĆtica y de la cultura de la cancelación, desnaturalizando el significado de las palabras y los principios biológicos, acallando nuestra opinión por miedo, no protestando por la censura y la falta de pluralismo informativo y de libres debates, o por el revisionismo que derriba estatuas y pretende imponer su concepción de la Historia, es muy fĆ”cil reconocer la antesala del paraĆso comunista soƱado por Gramsci.
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La tĆ©cnica es ciertamente gramsciana (y en cuanto tal comunista), pero el Ā«paraĆsoĀ» que nos amenaza no es marxista, es el Ā«paraĆsoĀ» del liberal-capitalismo mĆ”ximo, el de los Gates, Zuckermann, Musk, etc. La paradoja es mĆ”s aparente que real: ambos sistemas son igualmente materialistas y su origen histórico, los movimientos revolucionarios de 1776 (EE.UU) y 1789 (Francia), es el mismo. Y como se sabe, ls extremos se tocan…