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Una palabra mágica: ANTIFRÁGIL

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En Google, en diversas voces, se describe como en el vocabulario habitual resulta novedoso aplicar a una persona el calificativo antifrágil. Esta palabra la ha inventado Nassim Nicholas Taleb (nacido 1960), un autor norteamericano de origen libanés, miembro del Instituto de Ciencias Matemáticas de Nueva York. No existía, a su juicio, ningún término capaz de amparar el concepto contrario al de frágil. Lo antifrágil, viene a decir, no solo es irrompible, no solo es robusto, sino que, cuanto mayor maltrato padece, más fuerte y mejor se hace. Un paquete antifrágil, por tanto, debería llevar pegada la advertencia: agítese, maltrátese. Porque, en el fondo, cualquier acción que pretendiera dañarlo lo mejoraría.

Tenemos pendiente aprender a ser antifrágiles; sugiero, en este sentido, un paralelismo entre fragilidad y vulnerabilidad humanas; realidad que evidentemente se dan y se hacen insufribles si no se sabe ni se vive sabiendo quién es el hombre. Las ansias de plenitud a la que aspiramos, la nostalgia de felicidad que anida en el hondón de su corazón no debe, o no debería estar reñida, con su compañero de viaje, por cierto, no invitado y siempre, a primera vista constante y fastidioso, la vulnerabilidad. El viaje que cada uno puede hacer hacia su interior nos certifica que andamos heridos, que nuestra excedencia de ser y sus posibilidades de infinito están atravesadas de libertad, de liberalidad y también de indigencia. Pero desgraciadamente, cuando no se lucha por vivir y amparar la auténtica vida personal se puede optar no solo por la autodestrucción personal, sino aún más, también por la eliminación de los otros, convirtiéndonos enemigos de lo más grande que hay en la creación: cada uno de nosotros, cada persona. Guerras, desastres ecológicos, enfermedades, desprecio de la pobreza, aborto, eutanasia, etc. nos invaden. Lapidariamente lo advirtió Albert Camus[1]: “ante el hombre nos encontramos con la única criatura que se niega ser lo que es”

Hace años escuchaba al médico español Juan Rof Carballo[2] comentar como por falta de interioridad, el alma humana se había desertizado y que ese desierto podía definirse como vacío, como depresión, como locura, como superficialidad; en definitiva, como opacidad de lo mejor de uno mismo. Ciertamente hay que matizar esa visión, pues basta observar la gran mejora del último siglo en calidad de vida, incluso en máquinas que actúan en algunos campos, al menos aparentemente, mejor que los hombres; sirvan de ejemplo los oídos y los ojos mecánicos que perciben y fotografían los inaudito y lo invisible… Más, si estas mejoras tecnológicas no están al servicio de la persona, si solo contribuyen a deshumanizarnos ¿A qué conducen? ¿Estamos perdiendo nuestra antifragilidad, nuestra sabiduría?

Desearía que estos breves comentarios motivaran a redescubrir realmente quienes somos. Para ello, aconsejo la lectura de un pequeño libro de Don Leonardo Polo, el filósofo de la esperanza. El libro se titula “Quién es el hombre. Un espíritu en el tiempo” -tiene y tendrá muchas ediciones-; es una brevísima introducción a su filosofía, pero desde luego, muestra lo que lo que somos, nos facilita el temple anti- frágil, se abre un reto de confianza en el hombre del siglo XXI, ayuda a que dignidad personal y vulnerabilidad -paradójicamente- caminen juntos.

En esa línea recuerdo la anécdota popular atribuida al escritor García Márquez, que simbólicamente, también responde a nuestro planteamiento: “Había una vez un científico que estaba muy preocupado por los problemas del mundo, y estaba resuelto a encontrar los medios para aminorarlos. Para ello, pasaba horas y horas en su laboratorio en busca de respuestas para sus dudas.

Cierto día, un hijo suyo de seis años, invadió su lugar de trabajo y quería ayudar a su padre. El padre para poder seguir trabajando y lograr que su hijo se distrajera y no le molestara cogió una revista que tenía en una página el mapa del mundo, con los países en distintos colores. El padre recortó los países y le sugirió al hijo: ´Te doy el mundo todo roto, a ver si eres capaz de repararlo, pegando en esta cartulina cada país en su sitio, sin que nadie te ayude’. Pensó el padre que su hijo tenía trabajo para varios días y que quizás no lo concluiría. Mas cual fue su sorpresa cuando a las pocas horas, allí estaba el mocoso con el problema perfectamente resuelto.

El padre le comentó: “¿Cómo lo lograste?” Y obtuvo la siguiente respuesta: “Papá, yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando sacaste el mapa de la revista para recortarlo, vi que por el otro lado estaba la figura de un hombre. Así, que di la vuelta a los recortes y comencé a recomponer el hombre. Cuando conseguí arreglarlo, volví a dar la vuelta a la hoja y vi que se había arreglado el mundo”.

[1] 81913-19609. Su pensamiento se desarrolla bajo el influjo de Schopenhauer, Nietzsche y el existencialismo alemán

[2] (1905-1994) Médico y ensayista español, padre de la medicina psicosomática y miembro de la Real Academia Española

Si estas mejoras tecnológicas no están al servicio de la persona, si solo contribuyen a deshumanizarnos ¿A qué conducen? ¿Estamos perdiendo nuestra antifragilidad, nuestra sabiduría? Clic para tuitear

¿Aprobaría una bonificación de la pensión por cada hijo criado durante su vida laboral?

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