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Violencia contra la mujer. Mitos, realidades y contradicciones

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¿Por qué molesta tanto que se quiera englobar la violencia contra la pareja femenina en un término más amplio de violencia familiar?  Se puede discutir desde el punto de vista funcional si tiene interés o no, pero no hacer de ello un motivo de agresión intelectual y descalificación personal. ¿Por qué una reacción tan virulenta?

Creemos que la respuesta es básicamente esta: porque la violencia contra la mujer permite argumentar en términos del feminismo de género. Los hombres, así en general, atacan a las mujeres por el hecho de ser mujeres, mientras que la violencia familiar contra las mujeres, contra los ancianos -muy extendida y silenciada- y discapacitados, contra los niños, y también contra los hombres, lo que hace es exponer una evidencia mucho mayor: la violencia anida en el corazón de algunas personas, y afecta al seno de las relaciones personales, teóricamente afectivas, y no solo a mujeres. Al componer este relato más omnicomprensivo, suprime o atenúa el caballo de batalla de la perspectiva de género.

Recuperar el sentido de las cosas, asumir la realidad que forma parte de la batalla de nuestro tiempo

Una segunda cuestión ocultada es la del rendimiento de cuentas de las políticas contra la violencia de género. Primero su coste con relación a otras violencias y daños humanos, como el de los ancianos, menores y dependientes en el seno de la familia, o este gran escándalo creciente y ocultado que son los suicidios. ¿Qué medios se dedican a todo esto en relación con la magnitud de las víctimas?

También es necesario analizar por qué, produciéndose decenas de miles de denuncias de violencia de género cada año, los barómetros del CIS, que sistemáticamente preguntan sobre los problemas de los españoles, señalan siempre una incidencia tan y tan marginal. ¿Cómo se explica?; mejor, ¿por qué no se explica?

Y debemos indagar, primero los poderes públicos, los resultados obtenidos después de tantos años y recursos aplicados contra la violencia de género. Porque a primera vista y en razón de los resultados, hay que decir que algo importante falla en las políticas que se aplican. Se disfraza el crecimiento con el pueril argumento de que ahora se denuncia más.  No se trata de negar que parte de esta consideración es cierta, pero cada vez menos, y no sirve para explicar los delitos de los menores, ni los asaltos en masa de jóvenes sobre alguna chica. Cuando la Fiscal general del estado denuncia la pornografía creciente como una causa, está señalando implícitamente en otra dirección que el manido sonsonete del “ahora se denuncia más”

Los diagnósticos de los gobiernos y partidos, del feminismo de género, olvidan siempre las correlaciones dotadas de gran significación que existen entre el aumento de violencia medido en términos de homicidio, que es el caso más extremo de violencia, con las variables inmigración, divorcio y parejas de hecho, y el menos estudiado sobre sistema personal de creencias y sistema de valores. No solo se produce esta omisión, sino que hace años que las estadísticas oficiales españolas suprimieron de la base de datos públicos el tipo de vínculo que unía a la pareja. Los países de América Latina, harían bien en indagar sobre todo esto antes de tomar como referencia la legislación española.

Es una contradicción insostenible que con los grandes recursos gastados, nunca hayan querido abordar lo que científicamente se considera que son dos grandes focos que construyen el imaginario de la violencia contra la mujer: la pornografía y la prostitución. No solo eso. La progresía, como muestra el gobierno municipal de Barcelona y Ada Colau pretende que hay una pornografía “buena” y otra mala, a pesar de que en todas, la mujer aparece solo como un medio, un instrumento, para excitar sexualmente a los hombres. A través de esta actividad los amos hacen dinero, mucho dinero en un planteamiento estrictamente capitalista. Pero los Comunes de Barcelona, y por extensión Unidas Podemos, están encantados con el capitalismo pornográfico, como lo están con el abortivo.

La prostitución, recordémoslo, fue radicalmente prohibida en Suecia no por un arranque moralista que les llevaba a superar de calle a Santo Tomas de Aquino, sino porque después de estudios y debates llegaron a la conclusión que la violencia contra la mujer, mucho más grave allí que aquí, tenía como foco el empleo de su cuerpo como mercancía para el uso sexual del hombre que paga. Otro caso de capitalismo sexual. Los dos constituyen mercado de gran dimensión global y elevada rentabilidad, mayor que la del comercio de armas y que solo cede en importancia ante la droga. Con una ventaja, la prostitución y la pornografía poseen una relación coste/beneficio mucho mejor, porque los riegos y la pena con relación al tráfico de droga, no tienen parangón.

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