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Yo fui la primera persona no binaria de América. Todo fue una farsa.

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Reproducimos este tremendo testimonio publicado en The Daily Signal:

«Hace cuatro años escribí sobre mi decisión de vivir como mujer en The New York Times, explicando que quería vivir «auténticamente como la mujer que siempre he sido», y que había «cambiado realmente mi privilegio de hombre blanco para convertirme en una de las minorías más odiadas de Estados Unidos».

Hace tres años, decidí que yo no era ni masculino ni femenino, sino no-binario, y aparecí en todas las portadas cuando un juez de Oregón aceptó que me identificara como tercer sexo, ni masculino ni femenino.

Ahora, quiero volver a vivir como el hombre que soy.

Soy uno de los que ha tenido suerte. A pesar de participar en el transgenerismo médico durante seis años, mi cuerpo sigue intacto. La mayoría de las personas que abandonan su identidad transgénero después de los cambios de género no pueden decir lo mismo.

Pero eso no quiere decir que haya salido intacto. Mi psique tiene una cicatriz eterna y tengo una gran cantidad de problemas de salud provocadas por ese mi experimento médico.

Así es como empezaron las cosas.

Después de autoconvencerme de que yo era una mujer durante una grave crisis de salud mental, visité a una enfermera a principios de 2013 y le pedí una receta de hormonas. «Si no me das las drogas, las compraré por Internet», le amenacé.

Aunque no me conocía de antes, la enfermera me dio una receta de 2 mg de estrógeno oral y 200 mg de espironolactona ese mismo día.

Aquella enfermera ignoró que tengo un trastorno crónico de estrés postraumático, tras haber servido previamente en el ejército durante casi 18 años. Todos mis doctores están de acuerdo en eso. Otros creen que tengo un trastorno bipolar y posiblemente un trastorno límite de la personalidad.

Tendría que haberme parado, pero el activismo transgénero, totalmente fuera de control,  había hecho que aquella enfermera estuviera demasiado asustada para decirme que no.

Jamie Shupe como mujer transgénero en mayo de 2015.

 

Había aprendido cómo convertirme en mujer a partir de documentos médicos online en la web de un hospital del Departamento para Asuntos de Veteranos.

Tras empezar a consumir hormonas para un cambio de sexo, comencé la terapia en una clínica de género en Pittsburgh para poder acceder a gente que podría hacerme las cirugías transgénero que planeaba realizarme.

Todo lo que tenía que hacer era cambiar mi generador de hormonas y convertir mi pene en una vagina. Entonces sería igual que cualquier otra mujer. Ésa es la fantasía que me vendió la comunidad transgénero. Es la mentira que compré y creí.

Solo un terapeuta trató de evitar que me metiera en este callejón sin salida. Cuando lo hizo, no solo la despedí, sino que presenté una queja formal contra ella.

Los estigmatismos profesionales contra la «terapia de conversión» hicieron imposible que el terapeuta cuestionara mis motivos para querer cambiar mi sexo.

El «Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales» (Quinta edición) dice que uno de los rasgos de la disforia de género es creer que uno posee los sentimientos estereotipados del sexo opuesto. Yo sentía justamente eso, pero ningún terapeuta lo discutió conmigo.

No habían pasado más de dos semanas cuando encontré un terapeuta sustituto. El nuevo rápidamente afirmó mi identidad como mujer. Estaba otra vez en el camino para obtener la vaginoplastia.

Hay abundante literatura online que informa a las personas transgénero que su cambio de sexo no es real. Pero cuando un médico te escribe una carta en la que básicamente dice que naciste en el cuerpo equivocado y cuando una agencia gubernamental o un tribunal de justicia valida esa ilusión, uno se siente dañado y confundido. A mí me ocurrió.

Raíces dolorosas

Mi traumática historia se asemeja a un viaje por la Carretera de la Muerte durante la primera Guerra del Golfo.

De niño fui abusado sexualmente por un pariente masculino. Mis padres me golpearon severamente. He estado expuesto a tanta violencia que no sé cómo explicar por qué sigo vivo. Tampoco sé cómo procesar mentalmente algunas de las cosas que he visto y experimentado.

Jamie Shupe de niño.

 

El Dr. Ray Blanchard tiene una teoría impopular que explica por qué alguien como yo puede haber sido atraído por el transgenerismo. Afirma que hay dos tipos de mujeres transgénero: homosexuales que se sienten atraídos por los hombres y hombres que se sienten atraídos por el pensamiento o la imagen de sí mismos como mujeres.

Es difícil admitirlo, pero pertenezco a este último grupo. Estamos clasificados como pacientes de autoginefilia.

Después de haber visto pornografía durante años en el Ejército y de haber estado casado con una mujer que se resistió a mis demandas para que se convirtiera en la “mujer ideal”, acabe yo por convertirme en esa mujer. Al menos en mi cabeza.

Jamie Shupe soldado en Fort Hood.

 

Si bien la autoginefilia fue mi motivación para convertirme en mujer, los estereotipos de género fueron mis medios de implementación. Creí que usar una peluca, vestidos, tacones y maquillaje me haría una mujer.

Las feministas no estaban de acuerdo con eso. Me rechazaron por ajustarme a los estereotipos femeninos. Pero como nuevo miembro de la comunidad transgénero su opinión no me afectaba. Las mujeres que se convierten en hombres no luchan en las guerras de la comunidad transgénero. Los hombres que se ponen vestidos sí lo hacen.

Negligencia médica

Lo mejor que podría haberme ocurrido hubiera sido que alguien ordenara una terapia intensiva. Eso me habría protegido de mi inclinación a vestirme como una mujer y de mis múltiples y arriesgadas transgresiones sexuales.

En cambio, los curanderos de la comunidad médica me metieron en el baño de mujeres con las esposas e hijas de la gente. «Tu identidad de género es femenina», dijeron estos supuestos profesionales.

La comunidad médica tiene tanto miedo de la comunidad trans que ahora tienen miedo de dar el diagnóstico de Blanchard a alguien. Los hombres trans están ganando en el campo de la medicina y han ganado la batalla por el lenguaje.

Piense en la palabra «travesti». Han logrado convertirla en una palabra vulgar a evitar, aunque solo signifique que los hombres se vistan como mujeres. A las personas ya no se les permite decir la verdad sobre hombres como yo. Todo el mundo ahora tiene que llamarnos transgénero.

Jamie Shupe durante su terapia hormonal en noviembre de 2018

 

En mi registro de diagnósticos tendría que leerse Trastorno de Travestismo (302.3). En cambio, las fantasiosas teorías de Judith Butler y Anne Fausto-Sterling se han utilizado para ocultar las verdades escritas por Blanchard, J. Michael Bailey y Alice Dreger.

Confieso haber estado motivado por la autoginefilia durante todo este tiempo. Blanchard tenía razón.

Traumatismo, hipersexualidad debida al abuso sexual infantil y autoginefilia se supone que son señales de alerta para quienes participan en las artes médicas de la psicología, la psiquiatría y la medicina, pero sin embargo, nadie, excepto aquella terapeuta en Pittsburgh, trató de impedir que cambiara mi sexo. Al contrario, siguieron ayudándome a hacerme daño.

Escapando a ‘No-binario’

Tres años después de mi cambio de género de hombre a mujer me miré al espejo un día. Cuando lo hice, la fachada de feminidad se derrumbó.

A pesar de haber tomado o haberme inyectado toda hormona y antiandrógeno que existen en el arsenal médico, no me parecía a una mujer. La gente de la calle estaba de acuerdo. Sus duras miradas reflejaban la realidad detrás de mi existencia fraudulenta como mujer. El sexo biológico es inmutable.

Me tomé tres años para asimilar esa realidad.

Jamie Shupe como no-binario en octubre de 2018.

 

Cuando la fantasía de ser mujer llegó a su fin, le pedí a dos de mis médicos que me permitieran ser no-binario en lugar de mujer. Ambos estuvieron de acuerdo.

Después de atiborrarme de hormonas, el equivalente a 20 píldoras anticonceptivas por día, cada uno escribió una carta de cambio de sexo. Los dos estaban intentando librarse del fracaso de mi cambio de sexo fallido. Uno trabajaba en el Hospital de Veteranos, el otro en la Oregon Health & Science University.

Para escapar de la ilusión de haberme convertido en mujer, hice algo completamente sin precedentes en la historia de Estados Unidos. En 2016, convencí a un juez de Oregón de que declarara que mi sexo era no-binario, ni masculino ni femenino.

En mi mente psicótica, había conseguido recrear mítico el tercer sexo. Y me convertí en la primera persona no binaria legalmente reconocida en el país.

Status de celebridad

La histórica decisión judicial me catapultó a la fama instantánea dentro de la comunidad LGBT. Durante los diez días siguientes los medios de comunicación no me dejaron ni dormir. Los reporteros se apuntaban a mi Facebook, los periodistas apuntaban cada una de mis palabras y una aparecía en todas las televisiones.

Convertirme en mujer me había dado acceso en el New York Times. Convencer a un juez de que mi sexo no era binario hizo que mis fotos y mi historia se publicaran en publicaciones de todo el mundo.

Luego, antes de que la tinta del juez se hubiera secado, una organización de asistencia legal LGBT con sede en Washington, DC, se comunicó conmigo. «Queremos ayudarle a cambiar su certificado de nacimiento», me ofrecieron.

En unos meses obtuve otra victoria histórica después de que el Departamento de Registros Vitales me emitiera un nuevo certificado de nacimiento de Washington, DC, donde nací. Un grupo local llamado Whitman-Walker Health obtuvo que mi designación de sexo en mi certificado de nacimiento cambiara a «desconocida». Era la primera vez en la historia de D.C. que un certificado de nacimiento había sido impreso con un sexo que no era hombre ni mujer.

Jamie Shupe como no-binario en junio de 2016.

 

Otra organización de ayuda legal para transgéneros también se subió al carro de Jamie Shupe. Lambda Legal usó mi sentencia sobre ser no-binario para ayudar a convencer a un juez federal de Colorado para que ordenara al Departamento de Estado emitir un pasaporte con un marcador X (que significa no binario) para una demandante llamada Dana Zzyym.

Las organizaciones LGBT que me ayudaron a arruinar mi vida se habían convertido en una compañía habitual. Durante mi anterior cambio de sexo a mujer, el Fondo de Educación y Defensa Legal Transgénero con sede en Nueva York había cambiado mi nombre legalmente. No me gustaba tener el nombre del tío que había abusado de mí. En vez de recibir terapia para eso, me dieron un nuevo nombre.

Un juez de Pensilvania tampoco cuestionó el cambio de nombre. Queriendo ayudar a una persona transgénero, no solo cambiaron mi nombre, sino que a petición mía ratificó la sentencia del tribunal, permitiéndome escapar de una enorme deuda que tenía debido a una compra fallida de una casa para comenzar mi nueva vida como mujer. En lugar de fusionar mi archivo, dos de las tres agencias de crédito me emitieron una nueva línea de crédito.

Alejarse de la ficción

No fue hasta que hablé en contra de la esterilización y la mutilación de niños confundidos sobre su género y de miembros del ejército transgénero en 2017 cuando las organizaciones LGBT dejaron de ayudarme. La mayoría de los medios también dejaron de prestarme atención.

De la noche a la mañana pasé de ser un favorito de los medios progresistas a un paria conservador.

Rápidamente se dieron cuenta de que la comunidad transgénero tenía un fugitivo. Su solución fue ignorarme por completo, a mí y a aquello en lo que se había convertido mi historia. También dejaron de reconocer que yo estaba detrás de la opción no binaria que ahora existe en 11 estados.

La verdad es que mi cambio de sexo a no binario fue un fraude médico y científico. Lo cierto es que, antes de que se pronunciara la histórica sentencia, mi abogado ya me había informado de que el juez tenía un hijo transgénero.

Efectivamente, durante la mañana de mi breve audiencia en el tribunal, el juez no me hizo ni una sola pregunta. Tampoco exigió ver ninguna prueba médica que afirmara que yo nací diferente. En cuestión de minutos, el juez firmaba la sentencia.

No tengo ningún trastorno del desarrollo sexual. Toda mi confusión sexual estaba en mi cabeza. Debería haber sido tratado. En cambio, en cada momento, los médicos, los jueces y los grupos de defensa complacieron mi ficción.

Las consecuencias de mi victoria judicial son tan importantes como la decisión en sí misma. La orden del juez ha llevado a que se gastaran millones de dólares de los contribuyentes para poner un marcador X en las licencias de conducir en 11 estados hasta ahora. Ahora puedes convertirte en masculino, femenino o no binario en todos ellos.

En mi opinión, el juez de mi caso debería haber sido recusado. Al hacerlo, me habría ahorrado la prueba que iba a llegar. Y también me habría salvado de tener que soportar el peso del gran secreto detrás de mi victoria.

Ahora creo que ella no solo estaba validando mi identidad transgénero. Ella también estaba defendiendo la identidad transgénero de su hijo.

Un magistrado sensato me habría dicho educadamente que no y se habría negado a firmar una solicitud legal tan extravagante. “El género es solo un concepto. El sexo biológico nos define a todos «, habría dicho esa persona.

En enero de 2019, sin poder seguir en este fraude por un solo día más, reclamé recuperar mi sexo de nacimiento masculino. El peso de la mentira sobre mi conciencia era más pesado que el valor de la fama que había ganado al participar en esta elaborada estafa.

Jamie Shupe con su nuevo identificador militar en el que aparece con sexo masculino en febrero de 2019.

 

Dos identidades de género falsas no pudieron esconder la verdad de mi realidad biológica. No hay tercer género o tercer sexo. Como yo, las personas intersexuales son hombres o mujeres. Su condición es el resultado de un trastorno del desarrollo sexual y necesitan ayuda y compasión.

Desempeñé mi papel en la promoción de esta gran ilusión. Yo no soy la víctima aquí. Mi esposa, mi hija y los contribuyentes estadounidenses son las verdaderas víctimas.«

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