Parece que el clic rápido vale más que la espera y los vídeos cortos reemplazan a las conversaciones largas. En este mundo acelerado hablar de autodisciplina puede sonar como raro.
Pero no por ello es menos urgente. Al contrario, nunca como hoy la fuerza de voluntad ha sido tan decisiva ni tan desoída.
Sin embargo, poseer autodisciplina no es moralina barata. Se trata de tener la capacidad de hacer lo que cuesta, lo que exige un poco de dolor… porque sabes que el bien no está en el ahora, sino en el mañana.
Esclavos del ahora
La cuestión se vuelve más dramática cuando miramos a nuestros hijos. ¿Cuánto tiempo pasan ante una pantalla? ¿Cuántas veces el móvil, la tablet o la consola se convierten en chupete digital?
El problema no es solo cuánto tiempo, sino cómo ese tiempo está modelando su capacidad para esperar, para frustrarse, para elegir el bien cuando el mal es más fácil.
Educar hoy es formar en la espera.
No exageramos, todo empuja a vender el futuro por un instante de placer.
Y todo porque el presente nos absorbe, nos devora. Porque no queremos, o no sabemos, resistir.
Ejercicio espiritual para tiempos digitales
La solución no está en desconectarse del mundo, sino en reconectarse con uno mismo. Aquí van algunas preguntas para iniciar ese examen interior:
¿Qué recompensas futuras estás vendiendo por un placer fugaz?
¿Qué precio estás pagando —en salud, relaciones, vocación, fe— por no esperar?
¿Qué piensas justo en el momento en que cedes? ¿Qué mentira te estás contando?
Piénsalo y luego, toma decisiones como quien ha despertado. Pregúntate con honestidad: ¿vale la pena perder ese futuro por este capricho?
La gracia eleva, pero no sustituye
Como cristianos, sabemos que sin gracia no hay victoria. Pero la gracia no anula el esfuerzo: lo perfecciona. Ante esto la autodisciplina es una gran aliada es el músculo que sostiene las promesas.
Educar hoy exige valentía. Exige decir «no» a la pantalla, al exceso, al todo-ahora.
Por nuestra parte es necesario mirar a nuestro hijo a los ojos y recordarle que lo bueno no siempre es fácil, pero siempre vale la pena.
Tenemos que recordar a nuestros hijos que el alma se forja en la renuncia, no en la comodidad. Y añadir que ser santo, en esta cultura, es un acto de rebeldía.
Así que, padres y educadores: no tengáis miedo de exigir o de poner límites. De enseñar que la libertad no es hacer lo que uno quiere, sino elegir el bien aunque cueste.
No tengáis miedo de formar en la espera, en la responsabilidad, en la grandeza y en la lucha. Porque sólo así nuestros hijos aprenderán a nadar contracorriente, como hicieron los santos.
Y cuando el mundo les diga «ahora», ellos sabrán decir: «Después, si es bueno».
Porque habrán aprendido que no todo lo que brilla es oro, y que sólo quien espera, hereda el Reino.












