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Informe Foessa y la Doctrina Social de la Iglesia: una ocasión en buena parte perdida

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Los informes Foessa constituyen una de las radiografías más completas y rigurosas sobre la realidad socioeconómica de España. Nacidos del corazón de la Iglesia a través de Cáritas y su fundación de aquel nombre, se han consolidado como una referencia indispensable para comprender las transformaciones sociales y las fracturas que atraviesan nuestro país.

Su valor es doble: ofrecen una mirada académica sólida y una libertad crítica inusual en tiempos en que la propaganda política tiende a sustituir el análisis. Por ello, su lectura debería ser casi obligatoria para todo responsable público que desee actuar con conocimiento de causa y sentido de bien común.

El IX Informe Foessa, recientemente presentado, mantiene esa valiosa tradición de rigor. Sin embargo, su potencial se ve lastrado por un déficit grave: la ausencia de una aplicación explícita y coherente de la Doctrina Social de la Iglesia (DSE) en el capítulo destinado a las respuestas. Esa carencia impide que el texto culmine la tarea más exigente que le corresponde: no solo describir la realidad, sino iluminarla a la luz del pensamiento socialcristiano.

El problema se concentra en el capítulo 6, “El futuro que estamos construyendo”, síntesis del trabajo coordinado por R. Flores Martos. Este capítulo —como el propio informe precisa— responde a una elaboración personal, muy subjetiva, donde la referencia a las fuentes doctrinales de la Iglesia es mínima, salvo una cita puntual a Laudato Si’.

El resultado es un texto de tono ideológico propio, donde la fe y la cultura cristiana apenas encuentran espacio. En lugar de un marco referencial basado en la DSE, el autor propone una interpretación que se desliza hacia una espiritualidad difusa, cercana al lenguaje “New Age”.

Basta leer el siguiente fragmento:

65: “La espiritualidad como dimensión constitutiva de lo humano es sustento esencial para aportar profundidad al cambio necesario… entendemos la espiritualidad como la búsqueda de significado o conexión con algo más allá del propio ser, no necesariamente ligada, ni lo contrario, a una determinada religión o creencia organizada o institucionalizada.” (la negrita es nuestra)

¿Acaso la Iglesia debe hablar en dos lenguajes paralelos: uno espiritual, reservado a los templos, y otro secular, desligado de su fe, para los informes públicos?

Si desde el ámbito de Cáritas —institución en el corazón de la Iglesia— no se orienta a su fundación hacia una respuesta cristiana frente a los males del mundo, ¿quién puede hacerlo? ¿Acaso la Iglesia debe hablar en dos lenguajes paralelos: uno espiritual, reservado a los templos, y otro secular, desligado de su fe, para los informes públicos? Esa escisión conceptual debilita gravemente su capacidad de incidencia social.

Una dualidad que empobrece la misión

Esta dualidad —una Iglesia que diagnostica con lucidez, pero responde con categorías ajenas a su tradición— constituye un síntoma preocupante. Es el reflejo de una Iglesia que conserva el discurso moral, pero renuncia a traducirlo en claves sociales concretas.

La consecuencia es evidente: la doctrina social, que debería ser brújula, se convierte en un eco lejano. La Iglesia pierde así su lugar natural en el debate sobre las soluciones al sufrimiento y la exclusión, justo en un momento histórico en que su palabra moral sería más necesaria que nunca.

Más grave aún es la orientación que el texto propone en su punto siguiente:

66: “Es urgente avanzar hacia un cambio radical de paradigma civilizatorio pasando de la visión mecanicista y darwinista a una que ponga en el centro la interdependencia, la ecodependencia y el cuidado. El feminismo aporta valores relacionales, el ecologismo sitúa la sostenibilidad como eje y el ecofeminismo invita a poner la vida en el centro.” La negrita es nuestra.

La intención de este párrafo puede parecer loable: renovar los valores, cuidar la vida, superar el individualismo. Pero su formulación ideológica es incompatible con los fundamentos antropológicos de la fe cristiana.

El feminismo hegemónico, al que se alude sin matices, ha derivado hacia una visión polarizadora de la realidad social, enfrentando géneros y desdibujando la noción de persona.

El feminismo hegemónico, al que se alude sin matices, ha derivado hacia una visión polarizadora de la realidad social, enfrentando géneros y desdibujando la noción de persona. En nombre de que “vida”, el feminismo justifica —sin contradicción aparente— el drama de más de cien mil abortos anuales presentados como un “derecho”. ¿Cómo puede esa ideología presentarse como portadora del “cuidado” o de la “centralidad de la vida”?

La respuesta cristiana no puede diluirse en corrientes culturales que, aun bienintencionadas, niegan la raíz trascendente del ser humano. La DSE enseña que el verdadero centro no es la “vida” en abstracto, sino Cristo, Vida del mundo. Es de Él de quien brotan todos los valores que hacen humana a la sociedad: la dignidad, la justicia, la solidaridad y el bien común.

La gran cuestión que deja este informe es tan simple como inquietante:

Si la Fundación Foessa —creada por Cáritas, parte viva de la Iglesia en España— no aplica la Doctrina Social de la Iglesia en sus respuestas, ¿quién se espera que lo haga?

La ocasión era excepcional: convertir los datos y diagnósticos del informe en propuestas inspiradas en una antropología cristiana, capaz de ofrecer una visión integral del desarrollo humano. Sin embargo, se ha preferido un discurso genérico, secularizado, que diluye la identidad eclesial.

La consecuencia no es menor: una oportunidad perdida para mostrar cómo la fe, unida a la razón, puede iluminar los problemas concretos del siglo XXI.

La Doctrina Social de la Iglesia no es un suplemento piadoso: es una propuesta de civilización. Si la Iglesia olvida aplicarla en su propio terreno, corre el riesgo de quedar fuera del diálogo que pretende transformar el mundo.

Un informe nacido del corazón de la Iglesia no puede renunciar a su alma: la Doctrina Social.#Foessa #Iglesia #Fe #DoctrinaSocial Compartir en X

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