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Sobre una generación incompleta

Familia

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Los jóvenes de hoy en día han crecido en un mundo donde una parte significativa de sus coetáneos fueron asesinados. Fueron víctimas del aborto.

Las cifras oficiales del Ministerio de Sanidad muestran una tendencia implacable: el número de abortos creció de manera sostenida durante la última década del siglo XX. En 1991, se registraron 41.910 interrupciones voluntarias del embarazo. En 2000, la cifra ascendía a 62.756. Un aumento brutal en menos de diez años. Esos números, fríos y aparentemente distantes, se traducen en la ausencia de miles de personas que podrían haber compartido pupitres, amistad y vida con los jóvenes de hoy.

Para esta generación, el aborto no es un debate ni una cuestión lejana: es una realidad que ha moldeado silenciosamente su entorno.

Han crecido en un mundo en el que se normaliza la eliminación de los no nacidos, en el que la vida humana en su etapa más frágil se ha convertido en un asunto de conveniencia y no de derecho.

Cada número en las estadísticas es un ausente en sus vidas: amigos que nunca conocieron, hermanos que nunca tuvieron, compañeros de clase que nunca ocuparon sus pupitres.

Pero, ¿Qué significa para los jóvenes de hoy en día vivir en una sociedad que ha asumido la práctica del aborto como parte de su normalidad?

Significa que cada joven de hoy pertenece a una generación menguada y esto marca el carácter.

La falta de compañeros no es solo una cuestión de demografía, sino también de cultura. Se les ha enseñado que la vida es prescindible, que la existencia de una persona puede quedar supeditada a la comodidad o a las circunstancias, que el dar la vida por el otro es una opción y no una vocación.

La vida no es una cuestión de elección

No debería de depender de un permiso, de una aprobación externa, de una decisión unilateral. La dignidad humana es inherente, nos viene de serie y  no es  negociable.

Y es precisamente esa verdad fundamental la que ha sido tergiversada por la cultura contemporánea, que trata de convertir la defensa del no nacido en un acto  insolidario.

La falacia actual se ha encargado de promover la autonomía individual por encima de cualquier otra consideración, incluso cuando esa autonomía significa la negación del otro.

La consecuencia de todo esto es una sociedad que ha perdido la conciencia del valor de la vida.

No se trata solo de los 62.756 niños que no nacieron en el año 2000. Se trata de lo que significa vivir en una cultura donde el aborto es una opción aceptada, incluso promovida. Se trata de entender que cada joven que camina por nuestras calles lo hace sin la compañía de muchos que podrían haber estado allí. Se trata de la fragilidad de una generación que ha crecido sin el amparo social de principios sólidos, sin la certeza de que la vida es el primer y más fundamental derecho. El aborto, como mal silencioso, ha modelado su entorno.

A pesar de ello, la esperanza sigue viva. Hoy, hay jóvenes que entienden el valor de la vida, que han visto en sus familias y amigos, la belleza de apostar por la vida. Saben que no pueden permitirse el lujo de callar, comprenden que su generación ha sido mutilada y que tienen el deber de hablar por los que no están.

Gracias por el esfuerzo a los padres de los jóvenes de hoy que apostaron porque sus hijos conociesen la verdad sobre la dignidad de la vida en todas sus preciosas etapas, incluso cuando la sociedad secular les presionase por todos lados a pensar lo contrario.

Gracias a Dios, que permite que estos jóvenes, no jueguen a las medias tintas con la vida porque han reconocido cara a cara el mal. Pues han sido privados de posibles, amigos, novios, novias o hermanos.

Hoy, hay jóvenes que entienden el valor de la vida, que han visto en sus familias y amigos, la belleza de apostar por la vida. Saben que no pueden permitirse el lujo de callar Share on X

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • Gracias a esos padres buenos formadores.
    Y gracias a Dios por proveernos de esos padres y de esos hijos bien formados.

    Un agradecimiento que hacía mucha falta.

    Responder

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