En los confines más remotos de la Tierra, donde la luz del sol es un visitante intermitente y el viento parece hablar en voz de eternidad, la Iglesia Católica levantó pequeños faros de fe.
Son capillas mínimas, casi escondidas, nacidas del coraje humano en medio del hielo eterno.
Surgieron en silencio, sin multitudes ni procesiones, pero con la misma dignidad con la que se alzan las grandes catedrales. Cada una de ellas guarda historias de bautismos, casamientos, reliquias y oraciones murmuradas en la última frontera del mundo.
Este es el relato de cómo, desde 1946, Cristo llegó a la Antártida y echó raíces en forma de madera, hielo, campanarios y una Virgen de Luján que parece vigilar el continente blanco.
Cuando la Cruz llegó al fin del mundo
La historia comienza el 20 de febrero de 1946, cuando el jesuita Felipe Lérida desembarcó en la isla Laurie, en el archipiélago de las Orcadas del Sur. Allí, en la base argentina pionera del continente, el sacerdote levantó una Cruz de madera de ocho metros.
Una proclamación silenciosa de que incluso en la vasta soledad antártica Cristo tenía un hogar.
Aquel día, con el viento cortante por testigo, el padre Lérida celebró la primera misa en suelo antártico. Después, entronizó una imagen de la Virgen de Luján, la patrona argentina, como primera Señora del continente blanco.
Esa tarde envió un telegrama a Roma cuyo contenido hoy parece el prólogo de una epopeya espiritual:
“Celebrada primera misa, erigida Cruz, establecido culto Virgen María, Continente Antártico, Islas Orcadas, Rep. Argentina. Solicita bendición. — Padre Lérida, jesuita”.
Aquella misa, celebrada a miles de kilómetros de cualquier ciudad, inauguró sin saberlo una tradición católica polar. Durante treinta años no habría templos estables, pero la semilla estaba plantada.
Esperanza: la primera capilla y la fe que funda hogares
La Capilla San Francisco de Asís, en la base Esperanza, es la primera iglesia católica formal de la Antártida. Fue inaugurada el 28 de febrero de 1976, y se ubica en un enclave único: la única base donde viven familias enteras, incluidos niños.
No es extraño que allí se celebraran el primer casamiento religioso y el primer bautismo de toda la Antártida.
En un territorio que parece prohibir la vida, esta capilla demostraba que la fe –como la vida misma– siempre encuentra un modo de abrirse paso.
En 2013, tras la elección del papa Francisco, los militares argentinos celebraron allí una misa de acción de gracias. Un año más tarde, la comunidad erigió el campanario más austral del mundo en honor al Pontífice. Y durante un Miércoles de Ceniza, colocaron en una urna de cristal un solideo del Papa que había llegado especialmente a la base.
En noviembre de 2014, una reliquia de San Francisco de Asís completó el gesto de comunión espiritual entre Roma y el confín austral.
Esperanza no es solo una base científica: es una pequeña cristiandad clavada en el hielo.
Las siete capillas argentinas: un rosario sobre el continente blanco
Argentina posee hoy siete bases permanentes en la Antártida, y cada una guarda un espacio destinado a la oración. No son grandes edificaciones: nacen del ingenio de los propios invernantes, con tablas, restos de materiales, piezas recicladas o capas de hielo horadado.
Cada invierno, mientras el sol se ausenta, estos espacios se convierten en la fogata espiritual que mantiene unida a la comunidad.
• Stella Maris — Base Orcadas
Es la heredera espiritual de aquella capilla improvisada por el padre Lérida. Hoy apenas hay registros detallados, pero se sabe que mantiene viva la devoción marinera a la Virgen.
• Cristo Caminante — Base San Martín
Fundada en 1951, es la primera instalación argentina en territorio continental antártico. Su capilla es un refugio sobrio, una casa para el Dios que camina con los hombres aun en la soledad blanca.
• San Pablo Apóstol — Base Carlini
Levantada en la península Potter, isla 25 de Mayo, guarda una intensa tradición de recogimiento entre científicos y militares.
• Virgen de Luján — Base Marambio
Inaugurada en 1996, posee quizás uno de los elementos espirituales más valiosos del continente:
una réplica original de la Virgen de Luján, acompañada por un solideo y un rosario del Papa Francisco resguardados en un cofre de madera.
En medio del viento extremo, esa imagen maternal recuerda al personal que la patria también los abraza.
• Nuestra Señora de las Nieves — Base Belgrano II
Es el templo católico más austral del planeta. No está construido: está excavado en el hielo.
Desciende como una pequeña caverna luminosa a 1.300 km del Polo Sur. Allí hay dos crucifijos, un altar sencillo y la imagen de la Virgen de Luján. En 2024 se añadió una estatua de Mama Antula, la primera santa argentina.
Quien entra allí no solo busca un momento de oración: entra literalmente en el corazón helado de la Tierra.
• Oratorio Santo Cura Brochero — Base Petrel
Es el más reciente, inaugurado en 2023. Fue construido en la antigua casa de botes, al pie del glaciar Rosamaría. Allí descansa un poncho bendecido del santo y una escultura donada por el artista Julio Incardona.
El Cura Brochero, que cruzaba sierras para llevar consuelo a su gente, parece hoy cabalgar hasta el fin del mundo.
Estas capillas forman un rosario extendido sobre el continente más inhóspito del planeta: cada una es una cuenta de madera o hielo que recuerda que Dios también mora en las geografías imposibles.
El Papa que acarició a la Antártida
El papa Francisco nunca ha pisado el continente blanco, pero su presencia espiritual allí es sorprendentemente fuerte.
En 2015, tras recibir un correo electrónico del suboficial Gabriel Almada, Francisco llamó por teléfono a la base Marambio para enviar un saludo de Pascua. La emoción fue tal que quienes vivieron aquel momento aún lo recuerdan como si hubieran recibido una visita inesperada del cielo.
En Esperanza, como ya se vio, todo un conjunto de gestos construyó un pequeño homenaje polar al Pontífice:
– misa de acción de gracias en 2013,
– campanario dedicatorio en 2014,
– un solideo en urna,
– y una reliquia de San Francisco para los invernantes de 2015.
En un continente sin sonido humano más allá del viento, la voz del Papa por radio tuvo algo de milagro: una confirmación de que la Iglesia no olvida a sus hijos ni siquiera en el confín helado.
Un refugio espiritual para quienes viven donde no vive nadie
La Antártida no solo pone a prueba la tecnología y la resistencia física: también prueba el alma.
Allí se experimenta una soledad absoluta: meses sin ver a la familia, temperaturas que pueden perforar los huesos, largas noches sin amanecer y un silencio que a veces pesa más que el hielo.
Por eso las capillas son mucho más que “lugares de culto”:
son hogares interiores, pequeñas ínsulas donde el alma puede respirar.
A veces, un simple banco de madera y un crucifijo bastan para que alguien recupere fuerzas, dé gracias por la vida o llore en silencio por los que dejó al otro lado del océano.
Otros países también han comprendido esta necesidad y poseen presencia católica o cristiana en el continente: Chile, Estados Unidos, Bulgaria, Ucrania, Rusia y Francia, entre otros. Todos coinciden en un punto: la dimensión espiritual es imprescindible para sostener la esperanza en un entorno que roza lo inhumano.
Quizás por eso, cuando uno entra en cualquiera de estos pequeños templos, experimenta algo inesperado: el hielo no es hostil, sino custodio; el silencio no ahoga, sino que abre; y la lejanía no separa, sino que une.
La fe que sopla donde quiere… incluso sobre el hielo eterno
Que existan capillas en la Antártida es una paradoja luminosa: en el lugar más inhóspito del planeta florece una vida espiritual intensa, humilde y perseverante.
Allí, donde la creación parece suspender el pulso, resuena aún la misma oración que se eleva en cualquier pueblo del mundo.
Es como si la Iglesia, extendida desde Roma hasta el Polo Sur, quisiera recordarnos que Dios no se deja encerrar por geografía alguna. Que en los confines también habita la Providencia. Y que, dondequiera que un hombre levante los ojos al cielo, allí empieza un templo.
En el continente blanco, la fe no es un lujo: es un abrigo.
Y las capillas son el recordatorio de que Cristo también eligió vivir en el último rincón de la Tierra.










