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Carta a unos jóvenes

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Me dirijo a aquellos que ya sabéis o intuís que Cristo es el camino y la respuesta a todas las necesidades de la vida, personales y colectivas. Lo creéis, deseáis creerlo o lo habéis experimentado.

Desde esta perspectiva de horizontes ilimitados y pies en el suelo, se puede comprender que el común denominador cristiano es la condición necesaria para construir la alternativa al poder y cultura hegemónicos. La sociedad de las crisis que se acumulan sin resolución, porque es aquella cultura la que las ocasiona y es aquel poder el que las hace crecer. La sociedad desvinculada.

En nuestra sociedad, el conjunto de la población vive el problema de la actual crisis económica, la tercera después de la de 2008, y la ocasionada por la COVID. Pero los jóvenes, además, viven bajo el peso de unos problemas adicionales, que les afectan sólo en tanto que son jóvenes. Uno de ellos está motivado por las transferencias públicas de bienes y servicios, fuertemente desequilibradas en su contra. No se entiende que si ellos son la afirmación del futuro, se dediquen tan pocos recursos públicos a su vida y necesidades.

La segunda losa es la de los costes diferidos de las crisis actuales, que crecen con el paso del tiempo, y que con los años caerán sobre sus espaldas, a pesar de no ser los responsables, déficit que se traduce en deuda pública, crisis ambiental y sus costes directos, una transición ecológica que está castigando a los más débiles, una política europea que facilita la inflación y no resuelve la agresión a Ucrania.

Una tercera losa es la de un estado dominado por la ideología de género, con consecuencias asfixiantes para la libertad de expresión, la coacción política y  social ante quienes discrepan. Un forma de gobernar que convierte a los católicos en los sospechosos habituales, y los convierte en chivo expiatorio de la pederastia.

Los jóvenes vivís en una situación de doble injusticia: sufrís las condiciones que afectan al conjunto de la población, más otras específicas de vuestra condición juvenil, que resultan terriblemente duras y que sólo la esperanza de vuestra juventud, y porque no decirlo, lo que ella conlleva de una cierta inconsciencia, os permite afrontar la vida sin quedar aplastado por ella,  si bien cada vez más se multiplican las bajas en vuestros filas, en forma de suicidios, adicciones y alienaciones.

Vivimos en una sociedad instalada en las crisis y mal gobernada. Sociedad en crisis por su antropología, dominada por el materialismo hedonista y la  sexualización extrema del ser humano sin ningún tipo de límites, que aplica las políticas del deseo relacionadas con aquel sexo que son hoy ejes de las políticas socialdemócratas y liberales que dominan en el gobierno, y que son asumidas por los conservadores, para quienes parece que no hay nada más a conservar que el valor de las cuentas corrientes. Es una moralidad dirigida a satisfacer el impulso del deseo sexual sin responsabilidades personales y cuyo único límite es la conformidad del otro. Haz lo que quieras esta es la mentalidad. Lo sexual es político.

Esta sociedad es el fruto de una serie de grandes rupturas. La primera y más importante es la ruptura con Dios, su exclusión. No se trata únicamente de ateísmo, sino de acusarlo, de hacerlo culpable, es una concepción que recuerda a la Serpiente del Génesis que se presenta a los primeros humanos acusando a Dios que les impide ser como Él.

De esta ruptura nacen las restantes y de ellas surge las crisis. La ruptura antropológica, moral, cultural y educativa, la de la solidaridad generacional, la injusticia social manifiesta y la de la  desvinculación política y de las elites. La ruptura con Dios está en la base de todas, y no se trata de un Dios abstracto, sino de un modelo concreto, que es el que nos propone Jesús y que se plantea en los Evangelios y en su lectura desde la tradición y la enseñanza de la Iglesia. Una propuesta concreta de vida  para el ser humano, así como de los fundamentos de nuestra vida en común, de nuestro modo de vida, sobre el que se asienta el modo y las relaciones de producción.

Regenerar todo lo dañado es difícil pero necesario para todos, pero en especial para los jóvenes, porque su futuro, piensen como piensen, va ligado a conseguirlo.

Dos son las tareas esenciales. Una, recuperar el sentido de Dios y la persona de Jesucristo; es decir la evangelización. La otra,  la construcción de la alternativa cultural dirigida a superar las restantes rupturas, a proponer otro modo de vida, una acción que debe la necesidad de entrenar el músculo de la movilización, incluida la presencia en la calle, para perder el temor reverencial de algunos al poder y superar la excusa de los atemorizados que utilizan la oración como coartada para apartarse de la acción,  en lugar de ser la fuerza que hace posible el testimonio público.

Esta sociedad es el fruto de una serie de grandes rupturas. La primera y más importante es la ruptura con Dios, su exclusión. No se trata únicamente de ateísmo, sino de acusarlo, de hacerlo culpable Clic para tuitear

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