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Como quien berrea porno

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¡Cuidado con lo que dices, hermano! ¡Que no se te escape una palabra de más! Porque no importa que sea en redes, en tus libros o en los diarios. Los hay que se escandalizan de tus escritos todos, y lo muestran y lo demuestran con ímpetu reafirmante. Te siguen… como quien se mira una revista porno semana tras semana berreando: «¡Qué asco!». Así creen poseer la llave de tu alcoba secreta para hacerse con tu alma. ¿No ves que desean lo que tienes?

Dicen que no entienden (por falta de pesquis) lo que dices, porque (no lo dicen) no quieren entenderlo. Se limitan a berrear criticando con desdén tus andanzas, como quien estudia con lupa todas tus idas y venidas, a ver en cuál te cazan con el pecho descubierto… ¡para darte caza, hermano! ¡Vete con cuidado con tus chirigotas, no sea que te dejen desnudo, pues tras desnudarte ellos, aducirán que desde siempre ibas como andaba ante sus comensales el rey de la infantil historieta! ¡Tan ardientemente desean tus ropajes!

Ya se sabe. No todas las almas alcanzan (a entender) la sublimidad del doble sentido, la caricatura y la metáfora. ¿No será que tu estilo revulsivo les provoca náuseas, y por eso lo expulsan precipitadamente y con alevosía? ¡Veamos si te salpican con su pota de postín! ¿No será que los “poco inteligentes” son ellos? Evidente, mi querido Watson: por eso te objetan, y encima te escupen, ¡como si les debieras explicaciones! Ellos son quienes deben decidir lo que puedes decir y lo que no. Por eso te siguen (…¿o te persiguen?) acechantes. Para imponer su ley, la ley de Tarzán de los monos en su propia selva.

Analízalos. A veces es burdo desdén; otras, simple y llanamente, pretendida superioridad; en ocasiones ya alcanzan a más y te señalan una expresión concreta…; pero siempre es por burda envidia, por más finolis que quieran aparecer. Te prometen sabiduría, y te propinan desaire, justificándolo con la promesa de un “bien mayor” que solo existe en la olla de grillos que cual intelecto refinado defienden a capa y espada con jauría de moneda corriente… como si sus cuestionamientos fueran lingotes de preciado metal encastado en brillantes.

La verdad es que no toleran (son intolerantes) el sentido del humor y desparpajo con que te mueves, simple y llanamente porque les pones todas sus cartas sobre la mesa… y hasta les descubres (jugando, jugando) el juego amañado con el que esconden su supuesto as bajo la mesa. Tu as es siempre claro y diáfano, y por eso ganarás la partida. Ciertamente, te confías a las buenas de su conciencia para que interpreten lo que les diga su experiencia… pero su experiencia suele ser resultado y producto de una conciencia deformada por su acomodaticio tenor. “¿Dónde esconderá el as?”, se preguntan inquietantes. Y tú, a las tuyas.

Experiencias antagónicas

¡Relájate, hermano, que estamos empezando el baile, y todavía no han llegado todos los invitados! Esa práctica calenturienta que gastan con sus juicios a tu talante es una muy particular música de su secreta promiscuidad interna, que supera la práctica más libidinosa de la sociedad de consumo en que nos tropezamos unos con otros, pues en nombre del peligroso falso y trasnochado puritanismo que tanto daño hizo en épocas pasadas, el son que acompasan mantiene aún ciertos partidarios acomodados a una moral caduca que se desmenuza como la hojarasca que pisa el caminante del bosque en pleno otoño, a la espera de que las primeras nieves la composten para abonar la tierra enjuta, para así gozar (los que queden vivos) de los embaucadores perfumes castos de la primavera fragante que Jesús nos prepara.

¡Míralos! Tan promiscuos son en sus cavilaciones, que cualquier gesto que se escape de su cuadrícula, ya se considera desterrado de su pequeño reino… y ahí, en la cuneta (creen ellos), te dejan tirado, mientras se dan la gran vidorra calenturienta con su revista personalizada, número tras número, semana tras semana, berreando ante tus ocurrencias de denunciado (que no real) burdel: “¡Qué asco!”. Y eso, solo porque no piensan como tú y quieren que pienses como ellos, los “castos” de la película, la casta descastada. −¿Te parece poco?

Hemos llegado, sin salir de casa. A nadie debe extrañar, pues el sofocar la brisa en el frontal atrio suele desencadenar huracanes en la parte trasera del templo que dedicado tienen a sus dioses imaginarios, y así el frontispicio se desploma con todo lo que atesoraba dentro y la entera trastienda, con todos sus ajuares y provisiones para el invierno. No es porque sí, pues sus estancias y salones contenían posesiones y bienes robados con la sangre de otros.

No te extrañe, hermano, mi hermana del alma. Es la moralina. Es la probidad pretendida adulterada. Es la inmoralidad sentenciada a golpe del gobierno supremacista que desemboca en el desgobierno del “¡sálvese quien pueda!” que estamos sufriendo, con un “remedio” que es peor que la enfermedad. “Su” remedio. “Su” superioridad. Su prepotencia (ésta, sin comillas, a lo descaro). Los últimos gemidos de una raza en extinción; unos personajes de postín que no se sonríen nunca porque lo que dices es “triste”, y tú… “una pena”. ¿Por qué no probarán ellos con algún chascarrillo? −Pregunto… ¿Alguien sabe la respuesta?

Twitter: @jordimariada

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