El universo se mueve y está en expansión. Esta realidad inicialmente era una locura, porque hasta el primer tercio del siglo XX se consideraba que el Universo era estático. Hasta Einstein tuvo que adaptar a esa visión estática su fórmula de la Teoría de la Relatividad, hasta que el astrónomo Hubble descubrió la clave que lo cambiaba todo: el Universo está en constante expansión y las estrellas se separan entre sí a velocidades abisales. De esta manera podemos deducir que todo en el Universo tiende a la singularidad, en lo que actualmente −por los estudios de que disponemos− suponemos dirigido a una última desintegración en la Nada, el vacío. Pero cuando decimos “vacío” ya estamos refiriéndonos a algo, y la Nada lo es en función del Todo. Así pues, ¿será Todo, o será Nada? El debate está servido.
En esa línea, resulta que ahora que parece que nos quieren vender que para ser hombre o mujer “modernos” hay que acogerse a la idea de que el ser humano está en evolución permanente con poderes infinitos −por naturaleza y por subyugación, dirigido a la fusión “predeterminada” por el dios malo de los cristianos, del que debemos liberarnos−, al mismo tiempo nos venden también la película de que de camino a ese cambio es como podemos conseguir y conseguiremos los “elegidos” (precisamente en el tajar radical ese cambio permanente) acogernos “por conciencia” al nirvana de la singularidad, y así alcanzar el paraíso del ser autónomo y todopoderoso: el superhumano. Con lo cual pareciera como si por eso dejáramos ya de ser singulares. ¿En qué quedamos?
Para ello −para ser singulares−, dicen que hay que enchufarse injertos conectados a un ordenador que nos multiplique y desarrolle hacia el infinito nuestras capacidades mentales y espirituales, para así expandir nuestra conciencia, que −como queda claro, dicen− todo ello solo va unido solo si se acepta que la espiritualidad está en el reconocimiento de que tanto el hombre como la mujer como las mezclas entre ellos son Uno con el Universo solo desde la perspectiva del progreso ciego y dictatorial que nos permitirá un día superar todos nuestros males, llegando a ser seres perfectos a los que todo el Universo rendirá pleitesía, pues habremos alcanzado la “singularidad”.
Secuestrados
Veamos. ¿Somos singulares ya, o lo seremos? Si lo somos porque somos física, psíquica y espiritualmente personas que dialogan libremente en busca de una única Verdad en Dios −a diferencia del reino animal que es implacable simplemente porque no razona, y por eso tienen instinto en lugar de libertad−, ¿a qué la meta de una pretendida singularidad −fruto de nuestros delirios de dominio y de grandeza− que ya poseemos en verdad por naturaleza? Lo cojas por donde lo cojas será con pinzas, porque estamos a la vuelta de la esquina de que, si no te enchufas a un ordenador con un chip que dentro de poco nos regalarán, serás proscrito y quedarás al margen de un “progreso” que solo lo será en cuanto vayas enchufándote a más y a más injertos, cada vez con una mayor dependencia. El llamado transhumanismo que –dicen− nos liberará de la esclavitud y vasallaje a un dios que no es tal dios: alcanzaremos −al fin libres− la iluminación de Lucifer. ¡Lo podremos todo!
La salida del entuerto
El dilema se solventa reconociendo que el ser humano está unido físicamente con el Universo (con lazos invisibles para nosotros, que no por ello irreales, y que quizás vean algunos animales por medio del aura), con el matiz de que esa unicidad con el Universo lo es en la medida que lo somos de alguna manera con el Cuerpo de Cristo (“Todos vosotros sois hermanos”: Mt 23,8; “Tu, Padre, y Yo somos uno”: Jn 17,21-23). Y lo somos globalmente como seres personales física, psíquica y espiritualmente en el caso de formar parte del Cuerpo de Cristo, por la Gracia de Dios que Él nos regala por los sacramentos, especialmente el Bautismo y la Confesión.
Así que el ser humano ya es singular por el mero hecho de haber sido creado con un alma personal, a diferencia de la individual de los animales (si bien existen también el alma animal y el alma vegetal, en una categoría solo semejante a la humana en el sentido de “tener vida”; por eso decimos que las piedras son “objectos inanimados”).
Así, a diferencia del resto del mundo físico, el alma humana seguirá existiendo por medio de aquellos lazos en las categorías de Cielo, Purgatorio e Infierno, precisamente por la singularidad que ya el primer hombre y la primera mujer tenían por ser hijos de Dios y creados a su imagen (Cfr. Gén 1,26-27): “Yo os digo: sois dioses” (Sal 82,6; Jn 10,34). Eso es ser humano. Eso es ser singular con una libertad eterna e inviolable; no el someterse al criterio de un ordenador permanentemente dependiente de lo que “piense” otro ordenador central que lo manipulará todo y detrás del cual reinará el Anticristo. He ahí la gran contradicción. He ahí la singularidad secuestrada.
Por pura misericordia divina, tras el intento de secuestro de nuestra libertad por el propio ser humano, Jesús, el Cristo que ha de volver, nos liberará de la esclavitud tecnológica y espiritual y tras mucho sufrimiento −que será atroz− nos donará la gloria eterna. −Eso, solo a quien le permanezca fiel.
Twitter: @jordimariada
El ser humano ya es singular por el mero hecho de haber sido creado con un alma personal, a diferencia de la individual de los animales Share on X