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Contra los prepotentes

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Se extienden como una mancha de aceite. Empresas “pioneras” (que basan su cuestionable éxito en la succión de datos personales de todo hijo de vecino), mujeres “empoderadas” (que son peleles), hombres “machos” (que son afeminados), padres y madres “exigentes” (que no predican con el ejemplo), hijos “de tal palo, tal astilla” (y ya sabemos qué es una astilla cuando se te clava en la uña del dedo gordo del pie derecho)… ¡Todo es prepotencia! Como si para vivir fuera necesario apoderarse de la voluntad ajena para hacer con ella lo que a cada uno le pasa a cada momento por la cabeza. El resultado es una permanente chorreada de partículas microscópicas que se propagan a la velocidad del rayo y se adueñan del ambiente, impidiendo así y otras crueles maneras soft la trasnochada empatía (procaz e incongruentemente deseada a mansalva, todo sea dicho) que hoy día necesitamos todos para acertar en el tirar todos juntos del carro hacia delante. Es algo imposible cuando en un alma reina el egotismo. Y el egotismo nos invade.

Pero… vamos a ver, ¿por qué te hablo ahora de microscopios? Te contestaré con otra pregunta: ¿Sientes el retintín impertinente del campaneo de las mil y una campanas que te resuenan a la vez en el pozo del desenfreno, aturdiéndote hasta el extremo de impedirte con el sulfuroso repiqueteo de su petulante goteo –gota a gota–, y sin dejarte poder llegar a descifrar el mensaje (si es que tienen mensaje) siquiera de una sola de las campanas, que debería ser la esencial? ¿Te has fijado en que la vida actual está cada vez más basada en rituales (“rituals”, te propinan ahora en inglés aquellos que van de “in”, porque les mola más aunque no sepan hablarlo)… y que con tanto ritual acabamos perdiendo el camino? Andamos histéricos, atascados entre la maleza de mil y una historias que entre todas nos paralizan y enloquecen, y además, con una insistente y creciente permanencia jactanciosa, cada vez más omnicefálica… y así a nadie le queda ni tiempo ni ganas de buscar la solución que todos perseguimos ansiosos.

Déjate de campanadas embaucadoras que se adueñan de tu instinto animal como si fueran cantos de sirena que lo que pretenden es llevarte a embarrancar en las rocas y hacer luego contigo lo que les rinda para poseer tu voluntad, que reside en tu alma. ¡No te la vendas! ¡Preserva tu identidad! La mejor historia es aquella a la que no le hace falta ni ser contada. Simplemente, se siente. Rezuma del ambiente y fluye silenciosamente. Si de verdad sabes contar historias, lo que te importa no es poseer, sino persuadir; y para eso se precisan genios que dominen el sutil arte de la seducción. Sabes por intuición o experiencia –aunque no quieras verlo– que la auténtica seducción nunca narcotiza, pues nunca grita, porque su grito es la plenitud, que solo se vive en el silencio de la intimidad compartida con los seres queridos. Y por eso la buscas, y si no, ella te encuentra… sintiéndote henchido en plenitud.

Hablemos, pues, de Plenitud. Respiran plenitud aquellos genios que no precisan de microscopio, porque te sienten y te hablan al alma con su alma. Ellos (que son “los menos” que son “los más”: los humildes, los pobres, los enfermos…) saben que para con ellos el microscopio que precisan los poseedores prepotentes para descifrar la red de datos que pretenden, es simplemente innecesario, y por esto ambos se repelen. Basta con conectar un bis a bis en el que la reina solo es la Bondad que emana de la Verdad y crece en ese terreno de nadie con el total respeto a la libertad de todos los implicados en el proceso (emisores y receptores). Pueden ser uno o miles de millones, de todas las razas y culturas, porque el lenguaje de la Bondad es siempre el mismo, aunque sea empleado de mil y una maneras para poder contar sus mil y una historias, sin más lenguaje que el suyo, y todos ellos lo entienden. Lo entendemos.

Te diré el porqué. En este caso, las mil y una historias que se entrelazan en el tejido de la Bondad dejan en ridículo a aquellas mil y una campanadas de las mil y una empresas, mujeres, hombres, madres y padres, hijos, etc. de los que hablábamos al principio. ¿Por qué? Porque la Bondad es Amor. Y el Amor –lo sabes, y si no, te lo digo– proviene de Dios. “Dios es Amor”, nos susurra al oído san Juan en la Biblia (1 Jn 4,8). Eso sí, solo a los que pueden entenderlo, que son solo aquellos pequeños. Por esto la historia que nos ha contado Dios en la Biblia es la mejor: la Historia de las historias. Va de tú a tú, y así se propaga, pues es la técnica de comunicación más antigua y más efectiva incluso desde antes de la manzana de Eva. Para conseguir “conectar”, las únicas campanadas que puede llegar a emplear son las que llaman a la oración. ¿Por qué ya no las oímos? Porque, como Adán y Eva, hemos abandonado la oración. Y así nos va, como les fue a ellos. Pero hay solución, si volvemos a nuestros ancestros. Y la tienes tú. ¿La adivinas?

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