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De paseo por mi ciudad

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Mi ciudad huele cada día peor. No hablo solo del aumento alarmante de la contaminación de automóviles, sino de los humos que desprenden ciertos personajes que deambulan por ella como que parecen sacados de las películas que narran los deprimentes devaneos de personas que no tienen más que su alma para tirar adelante, y ni con ella pueden… y encima gastan en tabaco y drogas lo que no poseen, y por ello lo roban por el centro de mi ciudad y hasta entrando en tu casa, que se ve que van día y noche flipaos.

Efectivamente, mi ciudad −diga lo que diga el alcalde, que solo ve “calidad de vida”− está boyante solo para quien se acerca al calor de la moneda. Muchos en mi ciudad sufren los crecientes efectos de la carestía que nos está cayendo, bajo la etiqueta de “bienestar general”. Pero eso no justifica el ser dejado; el que huele mal es porque es un marrano.

Me perdonarás, pero te diré que cuesta a veces entablar conversación con los efluvios hasta de vómito de algunos especímenes de humano aguachirle (por aquello de la inconsistencia de paripé), cuando los tienes a cuatro palmos de la nariz. Te hacen sufrir en tu propia pituitaria el intricado dislate de no controlarse el vaciar el buche como una vaca que rumia ante cualquiera. Son los vericuetos que entre ellos y tú marcan la conversación como para esperar que no se vuelva a repetir, aunque el momento rumiante a menudo se hace quasiperpetuo, porque ese ser depauperado abusa orgulloso del sexo invertido, por no decir pervertido. De hecho, ya prodiga él (o ella) muy pavo que en la cama es “una fiera”.

No te creas que el entuerto es solo olfativo; en mi ciudad los hay de todos los colores. Por ejemplo, cuando cruzas el paso de peatones de la manera más inocente del mundo, y de repente aparece un vehículo que avanza suavecillo, pero cuando te ve cruzando la calle, aprieta el acelerador y se lanza a por ti a toda pastilla, que no se para ni por casualidad, porque le han hecho creer desde su infancia (malversada por sus progenitores) que puede hacer lo que quiere y nadie tiene derecho a impedirle sus antojos: es lo que los psicólogos llaman “autoafirmación”, pero que en este caso proviene (lo dicen ellos también) de la baja autoestima que enorgullece al salao ese… y los que a veces le vienen detrás a jugar el mismo juego. ¡Por seguirle el trinque!

¿Y qué me dices de otras particularidades nimias? ¿Te piensas que si en tus paseos cosmopolitas el ambiente huele a cloaca es porque ha habido crecida de canalizaciones como consecuencia de unas tormentas? ¡Craso error, hermano, mi hermana del alma! ¡El sol aprieta, y la cloaca apesta! ¡Hasta las ratas se ven mortecinas ellas!

Te diré un secreto. Lo que ocurre en mi ciudad “desarrollada” ocurre porque el ayuntamiento debería limpiar las canalizaciones y también cambiarlas por otras más gruesas que aseguren el delicado fluir de los jugos defecados que circulan por ellas y supuran al exterior a través del pavimento cual espíritu depauperado por los nervios del inocente peatón. Perdóname si me pongo cursi. ¿Me permites ponerles un poco de poesía a mis “experiencias” de paseo por mi ciudad? “¡Vive la experiencia!” podría ser un buen eslogan, para sentirte de acuerdo con lo que te dicen en la tele para que te lo creas.

En la acera como en casa

Te lo digo en serio, estamos escurridos. Mira, si no, hacia delante y no los aparadores, con los ojos bien abiertos al caminar por la acera, porque, cuando sales a dar un garbeo, resulta que vas chocando porque los hay entre los peatones que no se apartan de su trayectoria ni cuando les toca hacerlo, pues a ellos “no les aparta nadie”, y no se dan cuenta de que sin la educación que no les han enseñado ya viven apartados y deambulando a ciegas hacia ninguna parte, pues no se percatan de que de esta manera jamás se entenderán con sus semejantes, ni tan solo con los condescendientes que les siguen el juego para esa noche darse el lote y mañana seguir su camino; porque es eso lo que pretenden del peatón orgulloso: dejarlo tirado después de echar las canas al aire cual pingajo desabrido, pues todos siguen el mismo camino: la perdición.

Observo, al discurrir anónimo, con pena en el corazón, que los hay que desprecian los grupos de afectos de Síndrome de Down, pero constato ante notario (y con letra capital, que también hay notarios pervertidos) que son precisamente esos grupos los que siempre avanzan de manera ordenada y dejándote espacio entre ellos y la pared, para que puedas pasar sin que se te echen encima como tantos de esos mequetrefes multiformes (¡estudiantes y hasta jubilados!) que se creen “empoderados” y “saludables de yogur”, y así día sí y día también se te restriegan aunque perfumados la mierda que llevan encostrada al pasar por tu lado con el culo al aire, porque, de hecho, haciéndolo se sienten sexy y más importantes que tú, dado que con ello te están diciendo que la próxima vez te apartes.

¡Qué más podría decirte, hermano, mi hermano el alma, de mi ciudad! Se me acaba hasta la tinta para seguir añorando la dulce paz que siento cuando un humano de bien se me dirige con tiento. A ese debemos cuidarlo todos, porque, quieras que no, es quien sostiene mi ciudad y hasta el mundo, y quien tiene en sus manos el poder de regenerar el género humano globalizado, puesto que aquellos desalmados que van “a la suya” orgullosos de “romper las reglas” parece que estén deseando quemar las naves para que ni ellos ni tú podáis salvaros cuando vuelva el Mesías que ha de volver. Y, como volverá sin duda, “dará a cada uno según sus obras” (Rom 2,6). No advertirlo es el motivo de la degeneración que campa por mi ciudad, y de la misma manera que se acaba el mundo como lo conocemos. ¿Ganarán “los buenos” o “los malos”? Llamaré a mi alcalde, por si él quiere empezar por salvar mi ciudad, sin restregar más mi bolsillo ni vaciar mi alma. Será por probar…

Twitter: @jordimariada

Muchos en mi ciudad sufren los crecientes efectos de la carestía que nos está cayendo, bajo la etiqueta de “bienestar general” Compartir en X

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