La tecnología ha comenzado a moldear nuestra forma de vivir, de pensar y de relacionarnos.
Como bien ha expresado Catherine L’Ecuyer, investigadora en educación y autora de Educar en el asombro, el exceso de estímulos digitales está robando a los niños su capacidad de maravillarse, de contemplar, de aburrirse creativamente.
Los padres nos enfrentamos a un desafío contracultural: defender el alma de nuestros hijos del secuestro digital.
La sobreestimulación apaga a la persona
La normalización de las pantallas ha dejado huellas preocupantes: niños incapaces de sostener una conversación, sin contacto visual, desconectados de la realidad, emocionalmente planos. Bestias aburridas, como advierte con crudeza la experiencia cotidiana.
L’Ecuyer lo explica con claridad: el problema no es la tecnología en sí, sino el lugar que ocupa. El niño necesita el silencio interior, la pausa, el vacío que da origen al deseo profundo, al interés genuino. En cambio, las pantallas lo anestesian, le roban la posibilidad de explorar el mundo real y su interioridad. Se habitúa al placer inmediato, al golpe constante de dopamina que no deja lugar a la espera ni al sentido.
¿Y el asombro?
La educación católica siempre ha entendido que el niño es una persona completa, no un objeto de programación. El alma infantil está abierta al misterio, al bien, a la verdad y a la belleza. Pero esa apertura necesita un clima de respeto, de silencio, de presencia amorosa.
Con el continuo uso de pantallas estamos acostumbrando al niño a no estar consigo mismo ni con los demás. La tecnología se convierte en una barrera entre su alma y el mundo.
El aburrimiento es necesario
El aburrimiento no es el enemigo. Es una puerta de entrada al juego creativo, a la imaginación, a la búsqueda interior. Como diría L’Ecuyer, «la atención voluntaria nace del deseo, y el deseo necesita vacío para nacer».
Los niños necesitan experimentar el tedio para activar su mundo interior. Pero las pantallas ocupan ese espacio y convierten el vacío fértil en ruido constante.
Niños que no se aburren, se vuelven aburridos. Se desconectan del entorno, de la conversación, de la vida real. Su rostro se apaga, su alma se atrofia.
Padres
Muchos padres dicen: «Solo quiero una cena tranquila». Lo entendemos. Pero educar es formar personas íntegras capaces de vivir en comunidad. Si un niño de tres años no aprende a esperar, a compartir la mesa, a mirar a los ojos… ¿qué tipo de adulto será?
Se trata de recuperar el sentido original de la tecnología: una herramienta.
L’Ecuyer insiste en que educar es un acto de esperanza. No se trata de controlarlo todo, sino de dar lo mejor con lo que tenemos. Establecer límites claros al uso de pantallas, fomentar el juego libre, la lectura, la conversación, la naturaleza… son decisiones sencillas que benefician la educación de nuestros hijos.
Consejos prácticos para padres
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Elimina radicalmente las pantallas durante las comidas familiares. Recupera la conversación.
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Fomenta el juego libre y el aburrimiento. Es allí donde nace la creatividad.
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Modela con tu propio ejemplo un uso moderado de la tecnología.
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Busca espacios de silencio y naturaleza. El alma necesita respirar.
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Acompaña con ternura, sin miedo a poner límites. La autoridad nace del amor.
No permitamos que la cultura de la distracción robe lo más precioso: su alma, su capacidad de amar, de pensar, de maravillarse. Volver al asombro es volver al corazón del hombre, al corazón de Dios.













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son niños anestesiados