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Desde aquel fatídico ‘pozo’ (Florentino Dosado Gómez)

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Hemos vivido estos últimos días, en un clima de angustia y  conmoción general, el desgraciado episodio del pequeño Julen. Desde el día 13 hasta el día 26 de enero, España entera ha estado pendiente del desenlace de un niño que desgraciadamente se precipitó por un pozo, un agujero vertical de más de 70 metros, en una finca familiar, en un pequeño pueblo (Totalán) de la comarca malagueña de la Axarquía. Era un niño de dos años y se llamaba Julen. Después de grandes esfuerzos, del excelente trabajo de equipos de especialistas y del empleo de todo tipo de medios técnicos, con el propósito de sacar con vida al pequeño Julen, fueron pasando los días y se iban esfumando las esperanzas de hallarlo con vida. Y a los trece días de angustiosa espera, Julen fue hallado sin vida en el fondo del pozo.

Es encomiable el clima de solidaridad general que despierta este tipo de sucesos, y que se incrementa cuando de por medio está la persona de un niño. El drama que han vivido estos padres y su familia, sin duda, ha tenido que ser descomunal; y justifica que desde las más altas instancias nacionales, instituciones, autoridades, organizaciones y toda clase de grupos sociales y de personas, hayan expresado su cercanía, apoyo y consuelo a la familia de Julen.

Siempre resulta dolorosa la muerte de un niño, y aún más de un niño de corta edad y en circunstancias tan dramáticas como las que comentamos. Ahora,  tras este lamentable suceso, se advierte de la existencia y peligrosidad de innumerables pozos que abundan en toda la geografía nacional, que frecuentemente son ilegales, no señalizados, y faltos de protección, y que representan un gran peligro para las personas. Y sin duda, se tomarán medidas para que no se repitan episodios como el de este niño.

Y ya puestos en razones, deberíamos preguntarnos  acerca de otro tipo de pozos  que también existen en nuestra sociedad, que causan grandes estragos, y que se cobran miles de vidas. Pero ocurre que, de estos pozos, unos pasan inadvertidos y silenciados, mientras otros, -con toda razón-, son ampliamente publicitados y denunciados.

Es justo que nos conmueva hasta lo indecible el drama que representa la muerte del pequeño Julen. Pero ¿dónde queda el sentimiento de toda una sociedad española que tiene asumido como derecho  impedir el nacimiento de una media de cien mil niños cada año? Este también es un pozo, un “pozo ciego” de nuestra geografía social. Como sabemos lo que significa “impedir el nacimiento”, en vez de “aborto”, lo llamamos “interrupción”. En un país que está a la cola en índice de natalidad, impedimos que nazcan niños. Es una cuestión de suma gravedad y que está en el origen del cúmulo de injusticias que asolan a toda la sociedad occidental.

¿Cómo no levantar la voz y condenar sin paliativos ese “pozo sin fondo” que viene llamándose “violencia machista” y que se cobra la vida de más de 60 mujeres cada año en España? Es de todo punto razonable y hasta obligado que surjan movimientos reivindicativos y que se cree un clima de condena general de esta lacra imperdonable. Este pozo urge tapiarlo sin más dilación. Pero, ¿por qué no reclamar con la misma contundencia el cierre definitivo del pozo anterior?

¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI, en que tendríamos que exigirnos alcanzar el mayor grado de civilización occidental, estemos fallando tan estrepitosamente en algo que debería ser el punto de partida para desde aquí acometer todos los avances posibles en materia de desarrollo humanístico? ¿Cómo andar en discusión con un tema tan básico como la vida humana, toda vida humana, su inicio, su término, su valoración, su sentido cabal? El capítulo 15 de nuestra constitución establece lo siguiente: “Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral, sin que en ningún caso puedan ser sometidos a torturas ni a penas o tratos inhumanos o degradantes”.

En el término “todos” ¿se incluye también al no nacido? La interpretación general es que la Constitución incluye al “nasciturus” (el que va a nacer) como sujeto con derecho a la vida. Como no puede ser de otro modo, cuando como reconoce nuestro Código Civil,

es sujeto de derechos civiles aún sin haber nacido, como por ejemplo el derecho de herencia. Si, efectivamente, el no nacido es sujeto de derechos, lo que hay dentro de la mujer embarazada no es un objeto indefinido sobre el cual solo ella tiene todo el derecho de decisión. Es un ser humano aún no nacido, con una identidad genética propia, independiente de la madre. Sin embargo el derecho de aborto se está imponiendo en la mayoría de los países occidentales y avanza hacia el reconocimiento como derecho de libre opción y sin límite temporal.

En la competencia abierta entre los movimientos “pro vida” y los movimientos “abortistas”, estos últimos parece que llevan las de ganar.

En vista de lo cual, ¿cómo reclamar respeto a los derechos humanos, si empezamos por relativizar el primero de esos derechos que es la vida? (Habría que hacérselo mirar, según frase acuñada). Y no es cuestión sólo de código penal, sino también y principalmente, de código cultural y educativo.

Desde el fatídico pozo que engulló la tierna vida del pequeño Julen,hasta los pozos nuestros de cada día, que nos van engullendo y evidencian la sequía cultural y moral que padecemos.

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