En la Exhortación apostólica «Dilexi te» , el Papa León XIV recoge el testigo espiritual de Dilexit nos y ofrece una exhortación luminosa y sobria sobre el corazón del Evangelio: el amor concreto a los pobres.
Es el lugar donde Cristo mismo se deja encontrar: «lo que hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Con lenguaje bíblico y memoria viva de los santos —de Lorenzo a Francisco, de Basilio a Teresa de Calcuta—, el texto recuerda que la Iglesia solo es plenamente de Jesús cuando camina “pobre y para los pobres”, cuidando, educando, curando y liberando.
La exhortación distingue los múltiples rostros de la pobreza —material, cultural, espiritual, relacional— y denuncia las “estructuras de pecado” que generan descarte.
Pero no se queda en el diagnóstico: llama a una conversión que comienza en el corazón y se traduce en gestos, instituciones y políticas que pongan a los últimos en el centro. La limosna, lejos de ser sustituto de la justicia, mantiene despierto el corazón mientras trabajamos por el trabajo digno, la integración y el bien común.
En definitiva, Dilexi te es una invitación a escuchar hoy, en cada herida y en cada esquina, la palabra con la que Cristo precede todo empeño cristiano: «Yo te he amado» (Ap 3,9).
«Dilexi te» en 10 frases
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«Yo te he amado» (Ap 3,9) es la palabra de Cristo dirigida, ante todo, a quienes no cuentan: allí donde el mundo ve debilidad, Dios reconoce dignidad y promesa.
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La opción por los pobres nace del Corazón de Cristo —como recordó Dilexit nos— y no de una estrategia social: en ellos se transparenta el mismo Señor.
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Amar a los pobres no es filantropía, sino lugar teológico: «lo que hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).
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El Evangelio revela un “privilegium pauperum”: Jesús vivió pobre, anunció a los pobres y se identifica con ellos; por eso la Iglesia ha de ser pobre y para los pobres.
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La pobreza tiene muchos rostros —material, cultural, espiritual, relacional— y exige conversión personal, cultural y estructural; no bastan paliativos.
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La historia cristiana —de Esteban y Lorenzo a Basilio, Benito, Francisco, Domingo, Camilo, Cabrini y Teresa— muestra que la caridad es creatividad que cura, educa y libera.
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La Doctrina Social recuerda que los bienes tienen destino universal: la propiedad es real, pero su función es social; acumular ignorando al necesitado corroe el alma y la sociedad.
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Hay “estructuras de pecado” que producen descarte; la caridad auténtica combate causas, promueve trabajo digno e integra a los últimos en la mesa común.
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Los pobres no son objeto, sino sujeto: evangelizan con su sabiduría de resistencia, y reclaman cercanía que escucha, acompaña y aprende.
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La medida del juicio (Mt 25) es concreta: dar de comer, visitar, hospedar, vestir; la limosna —bien entendida— no sustituye la justicia, pero mantiene el corazón despierto.
“Dilexi te” nos recuerda que el nombre propio de la Iglesia es misericordia en acción: una comunidad que reconoce a Cristo en los últimos, transforma estructuras injustas y ofrece, con gestos humildes y perseverantes, la noticia más grande: Dios no se cansa de amar primero.










