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Dogmas liberadores

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Sin unas verdades previas, que se dan por sentadas, que no precisan demostración, resulta imposible toda disciplina y ciencia. Por ejemplo, en las matemáticas no hace falta demostrar que los números van uno detrás de otro, en principio de menor a mayor.

Análogamente, en el edificio de la Fe hay verdades que son básicas, sin las cuales es imposible creer sanamente: Así, por ejemplo, hay que creer que Dios es bueno, o que nunca hay que dañar a una persona inocente, y sin esas verdades resulta imposible la Fe: Se captan por intuición y en la práctica no puede darse una creencia auténtica y sana que las niegue.

Estas verdades pueden ser compartidas por personas que no tienen fe católica: Así todo hombre de buena voluntad rechazará con horror dañar a un inocente. Y lo contrario, es decir llevar el “dogma” relativista hasta sus últimas consecuencias, y negar así que existan verdades absolutas y, pues, tampoco la de que “siempre sea malo dañar a un inocente”, conduce, so capa de una supuesta libertad de no creer en verdades absolutas, a una esclavitud en la sociedad

En efecto, si se puede dañar a un inocente alguna vez, ¿quién me garantiza que no acabe siendo yo mismo esa persona dañada? Bastará que se justifique por el bien de la patria, o de una clase social, o de una Naturaleza erigida en moderno ídolo.

Así existen “dogmas” implícitos que sostienen la libertad y sin los cuales, como cae un castillo de naipes, se desmorona la sociedad y se abre paso la ley de la selva. O, en otras palabras, hay “dogmas” liberadores lo mismo que existen “dogmas” embrutecedores.

Hay otras verdades de Fe que son básicas, aunque no son dogmas formales, y que como veremos ennoblecen al hombre que las cree y las practica: Escogemos, entre ellas, la que nos pide “que amemos (incluso) a nuestros enemigos”. Una persona de buena voluntad se siente conmovida e interpelada por esos mártires que, antes de ser ejecutados, tienen un gesto de afecto por sus verdugos. Pero es difícil al hombre bienquerer a quienes nos persiguen. O hacer el bien o rezar por quienes nos hacen mal. El cristiano cree que, puesto que Nuestro Señor nos pide que amemos a los enemigos, y Dios no manda cosas imposibles, Él nos dará fuerzas y luz para practicarlo.

Humanamente hablando, es demasiado difícil amar con verdad a quien busca nuestro mal. Pero quisiera señalar que también y quizá más que otra verdad, ésta eleva al hombre ennobleciéndolo y es base de una sociedad que imparta justicia sin odio, buscando el bien también del culpable.

El hombre que ama a sus enemigos aprende, y acierta, a ser como el Creador “que hace salir el sol sobre justos e injustos”, y, pues, se diviniza, ya que la Fe nos dice que “Dios es amor”.

Así existen creencias ennoblecedoras, así como hay otras embrutecedoras. Existen creencias sin las cuales la vida es imposible y en particular una vida que podamos considerar humana, ni una sociedad digna de ese nombre. Por tanto, negar toda verdad absoluta, lejos de ser puerta a una libertad absoluta, puede abrir el paso a una auténtica servidumbre y esclavitud. Es la paradoja de que no creer en el bien, deja el lugar, no a una supuesta libertad, sino al dominio del mal.

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • Nos quieren quitar los dogmas opresores, según según ellos,para imponernos otros dogmas que llaman liberadores y que supone una mayor falta de libertad. Con el relativismo que impera en la sociedad vamos hacia la destrucción

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