Cuatro beatos mártires del siglo XX en España terminaron su pasión el 8 de noviembre de 1936: el lasaliano Maximino Serrano Sáiz (hermano José Alfonso) y el sacerdote paúl Laureano Pérez Carrascal, asesinados en Paracuellos, y dos de las 414 personas sacadas ese domingo de la cárcel Modelo que fueron asesinadas en el Soto de Aldovea, en Torrejón de Ardoz (Madrid): Serviliano Riaño, oblato de María Inmaculada, y Antolín Pablos, sacerdote benedictino.


Liberado al día siguiente, vuelve a ser capturado el 15 de octubre. Al oír su nombre entre los llamados a ser “puestos en libertad”, pidió y recibió la absolución, por la mirilla de la celda vecina, al padre Mariano Martín, de su misma congregación.
Su hermana Sabina recuerda que su padre fue a identificar el cadáver -pues llevaba un papel con su nombre en la chaqueta- y “a mi madre le contó sólo algunas cosas, pero a mi me dijo que le habían dicho cómo había muerto: le ataron por el brazo con otro, le ataron las manos a la espalda, le cortaron sus partes, le dieron un tiro y cayó en la zanja con todos. Lloraba mi padre al contármelo. A la vez manifestaba su gran convicción de que su hijo era mártir”. De Soto de Aldovea y Torrejón procedían los seis cadáveres que recibieron el 18 de febrero de 1940 un homenaje en el Cementerio de los Mártires de Paracuellos con el que se quiso homenajear a las víctimas del terror revolucionario en Madrid (foto de portada de ABC del día 20, p. 5 y p. 7).

El P. Laureano Pérez Carrascal salió de la casa de capellanes de la calle de Lope de Vega, 38, el día 21 de julio refugiándose en pensiones no lejos de donde estaban los demás compañeros. Lo detuvieron el 30 de septiembre de 1936, en la calle de las Hileras, 11 y lo llevaron a la cárcel Modelo. Al P. Laureano Pérez le asignaron la tercera galería y allí estuvo hasta que el 8 de noviembre, a las cinco de la mañana, le incluyeron en la segunda de aquellas sacas tristemente famosas. Dejó una nota para el P. Fuentes que decía: “Adiós, Elías, me voy”. Monseñor Montero lo incluye entre los eclesiásticos martirizados ese día y recoge de testigos presenciales estos detalles: Para el traslado de los presos se utilizaron 20 autobuses de la Compañía Municipal de Tranvías. Fuertemente atados de dos en dos con hilo de bramante, eran instalados los presos en el interior del vehículo, casi a presión. Veinte camiones y varios coches ligeros pasaron por Canillejas y se dirigieron hacia Paracuellos de Jarama. Ya en tierra, se les iba distribuyendo en grupos variables, entre 10 y 25, y se les forzaba a caminar hacia las zanjas. Llegados al borde, caía sobre ellos la descarga cerrada de un piquete compuesto por unos 30 o 40 milicianos. Más de 200 sepultureros esperaban de antemano, para proceder, aplicado apenas el tiro de gracia, y a veces sin este requisito, al enterramiento global de los centenares de fusilados.


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