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El Papa, Yolanda Díaz y la Kulturkampf

Editorial

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La visita de la vicepresidenta del gobierno Sánchez al Papa ha provocado algunas reacciones airadas en sectores católicos, en las que se mezclan un determinado malestar hacia este pontificado y una reacción que solo puede ser leída en clave política.

Pensamos que en ambos casos la respuesta no era la adecuada.

Decir que es difícil ser Papa es una obviedad, recordar el principio católico no escrito, pero principio, de que el Papa no se toca, es otra. Para quienes observan con muchas reservas parte de los pronunciamientos papales, hay que recordarles dos cosas. La primera, el imperativo de dejar margen a la acción del Espíritu Santo. La segunda que la crítica  directa destemplada y  en ocasiones poco piadosa no ayuda. Lo que sí significa un buen auxilio, además de la oración, es contrapesar con el trabajo, la dedicación y el testimonio, lo que se considera desequilibrado. El brillo de la Iglesia surge de muchas facetas.

Aquellos que, por razones políticas, han visto de mal ojo la entrevista deben recordar que el Papa por definición recibe a una amplia gama de mandatarios, también comunistas y que el juicio íntimo, no ya papal, sino vaticano, sobre la mayoría de ellos nos es desconocido, tanto que los periodistas, como carecen de más elementos, se dedican a medir la importancia de las entrevistas en minutos, como si de una prueba atlética se tratara. Pura inopia. Hay que haber estado dentro de las paredes de la Secretaría de Estado para intuir de qué va la cosa.

Se puede intuir, y no  ha ciencia cierta que a Francisco le agradan ciertas formulaciones de la izquierda, a la que pertenece Díaz, que en realidad, en sus proposiciones generales, forman parte de la doctrina social de la Iglesia. Los católicos profesamos una cultura social bien equilibrada, y nuestra defensa de la vida a capa y espada es también una defensa de su dignidad para todos, también para los jóvenes y adultos, y esto incorpora muchos aspectos socioeconómicos.

No ganamos nada criticando al Papa por estas cuestiones y más bien nos parece que esta crítica es más una expansión que un propósito de favorecer a la Iglesia y la fe en Cristo.

Sería mucho mejor utilizar el hecho en sentido favorable para la Iglesia y el cristianismo. Por ejemplo, constando que sigue siendo lo suficientemente decisiva, como para que una aspirante a política de primera fila, como es Díaz, deba pasar por el peaje de la visita al Papa y asumiendo sus consabidas restricciones protocolarias. Lo que hay que pedirle a la vicepresidenta es otra cosa. Que ellos y los suyos sean coherentes y muestren más respeto por el Evangelio, que ahora citan en el hemiciclo, y bienvenida y que cunda la cita, porque lo que importa es ella, y no si quien la dice es comunista.

Respeto hacia  quienes son miembros de la Iglesia, a cuyo máximo vicario ha ido a visitar y expresarle ese respeto. Respeto hacia el culto, el sagrado católico que debe impregnar sus actitudes públicas, porque si no es así el respeto al Papa se convertiría en cinismo. Y también, que  adopten una posición más racional hacia lo que el catolicismo plantea en todos lo campos, también en el de la vida, en su origen y final, la familia, el matrimonio, la educación de los hijos y la escuela. Porque Díaz forma parte sin especial discrepancia  de un gobierno que practica una Kulturkampf, de nuevo cuño, pero Kulturkampf, en definitiva, que no es otra cosa, que el combate cultural contra el catolicismo.

En su producto originario, el que emprendió Bismark, que veía en los católicos unos enemigos de la reunificación imperial alemana bajo la égida de la Prusia protestante, lo de Sánchez es una guerra cultural a caballo de las políticas del deseo, forjadas por la política desvinculada, y a favor del poder del estado, contra cualquier criterio de subsidiariedad en relación a las familias, hasta extremos expropiatorios de la patria potestad. Es una Kulturkampf guiada por la ideología de género como ideología de estado. De esto es de lo que hay que tratar con Yolanda Díaz y cuestionar, porque sabe o debería saber que el Obispo de Roma expresa la fe católica en todas sus dimensiones, incluida -y la citamos porque la ha  reiterado Francisco en diversas ocasiones- el aborto.

No es al Papa a quien hemos de reclamar nada los católicos, sino al gobierno y especialmente a nosotros mismos, por no ser capaces de tener una presencia política más unida y coherente. Sin esta premisa las protestas suenan a simple incapacidad.

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3 Comentarios. Dejar nuevo

  • Hombre, la pena es que se ve un sesgo político. Por allí ya han pasado los de Podemos, le entrevista la Sexta pero no InterEconomía y no recibe a nadie de Vox. Muy buenas caras con todos los comunistas… pero por ejemplo con Trump ni una sonrisa y declaraciones agresivas, todo lo contrario que con los comunistas a los que no para de recibir. ¡A Evo Morales le recibió más de 5 veces sin ser católico! Su mejor amigo resulta que es un ateo comunista… Solo me remito a los hechos. Tampoco hay que cerrar los ojos por mucho que amemos al papado como institución. Me gustaría ver más equidad política en un pontífice.

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  • La papolatria es un pecado grave, ahi lo dejo

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  • El problema es que el Papa ataca y ofende indiscriminadamente a católicos fieles al magisterio de la Iglesia, como en el caso de la misa llamada tridentina, mientras exhibe su simpatía por enemigos de la fe; o provoca escándalo con actitudes que, por muy buena voluntad que se tenga, sólo se puede calificar de heterodoxas, como en el asunto de la pachamama; o simplemente se comporta de modo poco apropiado, como cuando hace pública su pasión por el fútbol, cosa que no viene a cuento con su misión. En cambio, cuando sigue la tradición (el tema del aborto) o ciertas innovaciones marcadas ya por sus antecesores (como el tema ecológico, iniciado teóricamente por Benedicto XVI y continuado en Laudato sì), sus aciertos son innegables. Pero se trata de excepciones. Si vemos que la Iglesia va por mal camino ¿debemos callar por disciplina u obediencia? ¿Es lícito silenciar la propia consciencia? ¿Es bueno? La historia nos demuestra que entre los papas ha habido personajes nefastos, que han dañado a la Iglesia (ejemplo archiconocido es el de Alejandro VI, pero por desgracia no el único). ¿Somos más fieles al Espíritu Santo si nos atenemos formalmente a su intervención en el cónclave que si, por medio de la crítica, intentamos llamar la atención sobre errores y así evitar mayores males? La infalibilidad papal se refiere a las solemnes declaraciones dogmáticas ex cathedra. En el siglo pasado sólo hubo una, la de la Asunción de María.

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