La Iglesia está afrontando problemas para llegar a todo el mundo, incluso al Pueblo de Dios. No porque su mensaje sea erróneo, sino porque sus receptores miran y escuchan a través de cristales de arco iris y altavoces de cuello de botella, distorsionados por el bienestar. El esquema de la comunicación es sencillo; la comunicación, difícil: siempre hay un emisor, un receptor y un mensaje. El mensaje lleva siempre un código.
Hay una historia de un payaso contada en el libro Introducción al cristianismo, escrito por el entonces Joseph Ratzinger. Viene citada en el libro A la escucha del Otro, de Enrico dal Covolo. Cuenta la epopeya de un payaso, aplicable a la Iglesia y sus receptores. Tras instalarse una gran carpa de circo en un bosque cercano a un pueblo, el circo se incendia. El payaso, maquillado él y preparado para la función, va al pueblo a pedir auxilio. “¡Venid! ¡Venid todos, que se incendia!”. En la localidad, todos se ríen de él, y más, y más, a medida que el payaso prosigue su exhortación entre sollozos impotentes y lágrimas que le desfiguran el maquillaje. “¡Qué bien hace su papel!”, ríe todo el pueblo. Y el fuego, al fin, irremediablemente llegó al pueblo de casas de madera y le prendió fuego.
La Iglesia, hoy, está haciendo como este payaso. No porque el mensaje de la Iglesia sea obtuso, ni la Iglesia, sino porque lo es su auditorio. Pero cabría pensar: ¿No será también que la Iglesia va maquillada demasiado con sonrisita y mano blanda? ¿No convendría, quizás, combinar sinceramente el gesto con una palabra clara y contundente? Añadámosle el testimonio, y sería una explosión de efectividad con afectividad. Al estilo de cómo está haciendo, y cada día más, Francisco desde su primera salida al balcón del Vaticano con su “Hermanos y hermanas, buenas tardes” recién elegido Papa. Eso es, cambiar el código, que es cómo se cuenta el mensaje. Con exigencia. No llegan a contarse en una mano los pastores en todo el mundo que sean tan claros como él.
Falta unión en consonancia, no solo de significado, sino de significante y código: con caridad, pero con claridad. No solo de obispos y sacerdotes, también de líderes de opinión y medios de comunicación; y del Pueblo de Dios, que no abre nunca la boca con los amigos, por miedo a estropear la velada. Falta un apostolado “a tiempo y a destiempo”, como pide san Pablo (2 Tim 4,2). Hay doblete: El mensaje llega mal, y además se recibe mal. Los apóstoles, san Pablo, el Apóstol de los primeros tiempos eran contundentes, rigorosos, combinados con mano amorosa. En la actualidad somos demasiado “positivistas” y cómodos. Por eso ellos fructificaron rápido, y nosotros malogramos rápido. ¡Sobra activismo y urgen discernimiento y osadía, que vienen de la oración! Y mortificación. De ellos surge sola la fecundidad.