El Viernes Santo es uno de los días más conmovedores del calendario cristiano.
La Iglesia entera se recoge para contemplar el misterio de la cruz, el misterio del amor absoluto de Dios por la humanidad. Es un día de silencio, de contemplación y de profunda gratitud.
Y para una joven irlandesa llamada Clare Crockett, aquel Viernes Santo del año 2000 se convirtió en el punto de inflexión de toda su existencia.
¿Quién era Clare?
Clare era una chica de apenas 17 años, originaria de Derry, Irlanda del Norte. Llena de sueños y ambiciones, había empezado a abrirse camino en el competitivo mundo del espectáculo.
Su carisma natural, talento artístico, voz encantadora y desparpajo la habían llevado a trabajar como presentadora juvenil en la televisión británica y a estar en la mira de grandes cadenas como Nickelodeon.
Su vida parecía orientada hacia la fama, las luces del escenario y las alfombras rojas. Sin embargo, el destino tenía preparado para ella un guion muy distinto.
Aquel año, impulsada más por la idea de unas vacaciones en el sol de España que por un genuino interés espiritual, Clare se apuntó a un retiro del Hogar de la Madre durante la Semana Santa. Los primeros días los pasó ajena a las actividades espirituales, disfrutando del sol y fumando, sin mayor interés por lo que se celebraba en aquella comunidad. Pero llegó el Viernes Santo.
Alguien le dijo casi como una súplica:
Clare, hoy sí que tienes que entrar en la capilla. Hoy es Viernes Santo».
Ella accedió, un poco por compromiso, y se quedó en el último banco, lejos de la acción, como quien intenta mantenerse al margen.
Besar la Cruz
Sin embargo, no pudo evitar presenciar el momento en que los fieles, con devoción, se acercaban uno a uno a besar la cruz, ese rito sencillo pero profundamente significativo que recuerda el sacrificio de Cristo por la humanidad.
Algo en su interior se movió. Sin entender muy bien por qué, se levantó de su asiento y se unió a la fila.
Cuando sus labios tocaron la madera de la cruz, una gracia inesperada la sobrecogió. Clare sintió, de manera casi palpable, el amor inmenso de Cristo por ella. Se quedó llorando desconsoladamente, repitiendo:
Él murió por mí. ¡Me ama! ¿Por qué nadie me ha dicho esto antes?»
En ese instante, se desmoronaron sus planes mundanos. Clare comprendió que no había amor mayor que el que acababa de experimentar en esa sencilla adoración de la cruz.
No fue un camino fácil a partir de ahí. A pesar de esta experiencia tan intensa, Clare volvió a Irlanda y se sumergió de nuevo en el torbellino de superficialidad y pecado que rodeaba su carrera artística. Ella misma confesaría más tarde que no tenía la fuerza para dejar atrás esa vida de excesos.
Pero Cristo no la soltó. La perseguía con la ternura de un amor paciente. En medio de fiestas, contratos y éxitos mundanos, Clare sentía un vacío cada vez más profundo.
Una noche, tras una borrachera, mientras vomitaba en el baño de una discoteca, escuchó claramente en su interior:
¿Por qué sigues hiriéndome?» Era Cristo llamando de nuevo a su corazón.
Vida de entrega
Finalmente, en agosto de 2001, Clare decidió dar el paso radical. Entró como candidata en las Siervas del Hogar de la Madre, ofreciendo al Señor su vida como un “cheque en blanco”, para que Él escribiera en ella lo que quisiera. Así comenzó una transformación profunda. Clare dejó atrás la fama y los aplausos para abrazar una vida de servicio humilde y generoso, especialmente hacia los jóvenes y los más necesitados.
Su vida como religiosa fue una constante entrega. Con alegría contagiosa y una energía desbordante, evangelizó en España, Estados Unidos y Ecuador. En este último país, particularmente en Playa Prieta, se entregó sin reservas a la educación de niños pobres y la evangelización de comunidades remotas. Incluso en medio de migrañas, enfermedades tropicales y fatiga, jamás dejó de darlo todo por Cristo y por las almas.
Años después de aquel primer beso a la cruz, Clare escribió a su fundador en una carta de Viernes Santo:
Aunque el Viernes Santo es un día triste, no sé explicar la alegría y el deseo entusiasmado que tengo de sufrir por el Señor. Todo me parece poco.»
Aquel primer beso a la cruz no fue un momento aislado, sino el comienzo de una vida entera abrazada a la cruz con amor y generosidad.
El 16 de abril de 2016, durante el trágico terremoto que sacudió Ecuador, Clare entregó su vida junto a cinco jóvenes aspirantes del Hogar de la Madre. En la conversación que había tenido en la comida de aquel día, Clare había dicho con convicción: «No le tengo miedo a la muerte, ¿por qué voy a tener miedo, si me voy a ir con Aquel con el que siempre he anhelado estar?» Palabras que hoy resuenan como testamento de una vida plenamente entregada.
El testimonio de la Hermana Clare sigue conmoviendo e inspirando a miles en todo el mundo. Está abierta su causa de beatificación. Su historia es un recordatorio luminoso de que el amor de Cristo es capaz de transformar las vidas más improbables, comenzando por un simple y humilde beso a la cruz en un Viernes Santo.