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En busca de la Verdad (III)

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Continuamos. Primero vimos las bases de la Verdad, luego señalamos sus principales enemigos, ahora dilucidaremos un tanto el motivo a la inversa: ¿dónde no la encontramos?

Ciertamente, debemos reconocer que la Verdad es esquiva donde las haya; a menudo se llega a ella por caminos un tanto ásperos (“per aspera ad astra”, dice el adagio latino: “por el dolor a las estrellas”), y nunca se llega a ella en vida mortal: lo importante es el camino, el esfuerzo, el amor que ponemos en todo, precisamente para ganarnos la Vida eterna en un Cielo inimaginablemente esplendoroso y sin fin. La rosa es bella, pero tiene espinas. Las espinas pinchan porque la protegen. Así es la Verdad: digna de cuidados, a veces intensivos (lo saben las enfermeras del Jardín).

Muchas veces sabemos que debemos proteger la Verdad (el Jardín), pero no lo hacemos, y vivimos a nuestro aire pisoteando las flores (las virtudes), a costa de lo que sea y de quien sea (las enfermeras): porque en demasiadas ocasiones, para nosotros lo importante es antes el reafirmarnos que buscar el encuentro (lo vimos en mi artículo “El encuentro”). Puesto que canta como una ostra en un desierto, cuando nos cuesta bajar velas y ponernos de acuerdo sin exigencias ni imposiciones con nuestro oponente (a menudo sin que lo sea objetiva, realmente), preferimos relampaguear con furor, quémese quien se queme y caiga quien caiga.

¿Provocar cortocircuitos en lugar de tender la mano? ¿Nos es rentable? Ciertamente, no, pero así es el ser humano de inconsistente, que, a la que algo le cuesta, escurre el bulto… y si te he visto, no me acuerdo. Puesto que es siempre el último de la fila el que paga los platos rotos, cuando ya lo tenemos al pobre en el suelo a causa de nuestra acción o inacción, tratamos de disimularlo alargándole la mano a regañadientes, para quedar nosotros, encima, como los salvadores, los mesías esperados.

Eso es como confundir la gimnasia con la magnesia. ¿Sabes aquel que se las da de humildico hermano de los desheredados? Eso ocurre antes o después con aquellos que “se las dan”, puesto que no son aquello que pretenden parecer; son de papel mojado, que se descompone malamente, y se malogra con todo lo que en él estaba escrito. Eso sí, el mesías salvador intentará entonces pasar por el sabio Salomón, “dándoselas” de que salva la cultura recomponiendo una nueva chapuza de papel. Y eso −lo hemos dicho ya− arramblando con todo aquello que encuentre a su paso, porque para él lo primero es parecer. Pero, como lo es todo menos tonto, lo disimulará. ¿Cómo lo disimula?

Doble vida

Veamos cómo actúa el humildico con su doble rasero. Antes que nada, diremos que el dinero y con él todo el lujo que se quiera, no son ni buenos ni malos, sino que el serlo dependerá del uso que hagamos con ellos. Sabemos que no es de pobreza cristiana el usar diamantes para abrillantar las llantas de la primera furgoneta que pase, pero tampoco lo es vestirse con ellos para bajar al súper. Todo tiene sus grados y sus matices. Eso sí, la Verdad es una, y cada uno se la sabe… por más que se le escabulla. Porque cuando escurres el bulto, Dios te persigue insistente.

Por eso sale el humildico con su cara de poca cosa, hinchada su pechera con la pretenciosa aspiración del sapo a punto de escupirte su regurgitación, y va y se deja como si tal cosa el reloj de oro macizo en su cajita de visualización abierta y encarada hacia ti, para que al pasar por ahí veas su reloj de oro macizo sin que él tenga que enseñártelo, pues así parece que no le da importancia. Y eso se llama desprecio, que trae siempre de la mano la ostentación.

Pero ¡atención! La ostentación puede ser por activa (mostrando tus credenciales a chorros) y por pasiva (como el humildico que nos ocupa). Porque otro enemigo que tiene la Verdad y que no mencionamos en la segunda entrega de esta serie por ser menor, es la hipocresía. Fingir ser humilde con la mano izquierda y pavonearse con la derecha. Eso es falta de lo que el fundador del Opus Dei llama “unidad de vida”.

La hipocresía comporta todo lo que se puede tildar de “doble vida”; no es coherente lo que uno dice con lo que hace: por eso enseña lo que no enseña, como el humildico con su reloj de oro… incluso sabiendo que mientras él se lo pone ostentoso, tiene a su hermano al lado muriéndose de hambre (y por vergüenza, nuestro humildico esconde su desvergüenza).

Es aquello de las empresas que ostentan las labores sociales que llevan a cabo para sus conciudadanos hasta con un departamento de beneficencia que bautizan con nombres rimbombantes, como si fuera algo con un “valor añadido” que necesita demostrar para que nadie malpiense de sus finanzas. Y es que el humildico actúa con su vida como una empresa, eso es, “te doy si me das”. Y eso es hipocresía, subvertir el concepto de belleza y el de la caridad auténtica, que es aquella que da sin mostrar (contra lo que alerta Jesús en el pasaje del óvolo de la viuda pobre: Mc 12,41-44). Ahí no encontraremos nunca la Verdad. Por eso seguiremos buscándola.

¡Porque hay más, que dejamos para la semana que viene!

La Verdad es una, y cada uno se la sabe… por más que se le escabulla. Porque cuando escurres el bulto, Dios te persigue insistente Clic para tuitear

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • Con todo respeto, pero lo que escribe este Sr. Arquer es inaceptale. Mucho pontificar y mucho criticar, pero no sabe más que mirar la paja en el ojo ajeno. En sus artículos sobra mucha soberbia, mucha agresividad, mucho resentimiento. Y nada de caridad. Mira que decir «el humildico con su cara de poca cosa, hinchada su pechera con la pretenciosa aspiración del sapo a punto de escupirte su regurgitación». Pero cómo pueden publicar esto. Además escribe que muchas veces ni se le entiende y de la verdader doctrina católica parece que no tiene idea. Una pena.

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