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En busca de la Verdad (XIII)

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Falsos dioses. Asunciones tergiversadas de la dirección correcta que deberíamos seguir con nuestras obras. Todo para nada. Inspiraciones satánicas que nos obligan a claudicar de nuestra responsabilidad personal ante sus exigencias. ¡Liberémonos!

Un dios sucedáneo

del amor anhelante,

del bienestar jadeante,

de la comodidad insultante,

del “sexo por el sexo” suplicante…

Una esperanza vana,

un clamoroso misterio,

un desencanto túrbido, que reclama

una historia que vivir a solas, suspirando

por una semblanza vaga

…perdido el sentido.

Esa es la vida

que hoy se paga.

Un propósito fatuo

con moraleja errante:

¡sofocante!

La manera que cada uno tiene de disponerse en ir en busca de la Verdad determina su propio caminar, lo cual se traduce en que su vivencia de Dios puede ser fácilmente tergiversada por los propios impulsos, hasta el punto de llegar a confeccionarse falsos dioses que nada tienen que ver con el Dios del que dicen que van busca. De esta manera, convierten la búsqueda de la Verdad en una mímesis degenerada de lo que es o debería ser: el descubrimiento del velo que la realidad creada puede representar para nuestro reconocimiento del Dios Creador (Vid. 2 Cor 3,14-18). Veamos unos cuantos ejemplos.

Diversidad de una misma vivencia

Es como aquel “amigo” tuyo que figura como un ubicuo globalista de los grandes benefactores de la Humanidad en Cáritas Internacional y compañía, que te aprieta con premura para que ayudes económicamente “por caridad cristiana” a ese conocido común que vive en tu comunidad, repitiéndote por activa y por pasiva que no deberías cobrarle nada porque está pasando un mal momento viviendo en pobreza, mientras a sus “contactos” personales con la vida solucionada les defiende en público y en privado que “evidentemente” le cobren, y bien cobrado. Ese es el dios del ‘tú sí, yo no’.

¿Dónde paran los frescales de turno que se aprovechan con esos artículos de periódico cuyos títulos alarmantes anuncian sensacionalistamente grandes catástrofes inexistentes, solo por conseguir más lectores? Aparecen con su plumero en máscara cuando lees el artículo en cuestión, y te percatas de que solo venían unas gotillas de lluvia fuera de tiempo, que, por cierto, no nos vendrían nada mal… pero que finalmente ni gotillas caen. Ese es el dios de la sensación.

En internet tenemos casi todo lo que podemos desear, y sea como fuere, más de lo que necesitamos. Eso sí, nos falta la vivencia de Dios, y por eso estamos a punto de malograrlo todo y tirarlo por los aires (nosotros incluidos), por la patente soberbia de nuestra actitud airada. Cada día se hace más evidente que o volvemos a Dios, o Él nos confrontará con nuestra peor cara, pues sabemos por experiencia que, si huyes de Dios, Él persigue. Ese es el dios de la pretensión.

¡Huye de quien impone su verdad! Son fieras desbocadas −tan proclives a la “política”− que persiguen su propio beneficio para enriquecerse a costa del prójimo, aunque sea arruinando la fama y la cuenta bancaria de quien consiguen abusar. Solo buscan imponerse con la excusa de un “bien mayor”, un supuesto “imperativo superior”, de esa “caridad cristiana” o “humanista” que no viven, y que en realidad encaminan a su propio provecho. Es el dios de la posverdad.

Hablamos ya del falso dios de la apariencia cuando expusimos en el capítulo III el caso del nuevo rico y su nuevo reloj de oro macizo. Y ¿qué hay del falso dios de la sugestión de quien le regaló tan preciado metal convertido en el dios de la superioridad? Son falsos dioses que tanto embaucan hoy día con la facilidad e ímpetu con que surge la lava del volcán en erupción, debido al hecho alarmante de que tantas masas de seres humanos malviven o sencillamente mueren a causa de la enfermedad, el hambre o las guerras, y otros construyen su vida sobre los huesos de los perdidos. ¿No podríamos solucionar esos problemas si la libertad personal de cada uno no le llevara a elegir la alternativa del sentirse superior al prójimo? Sin ninguna duda, es la sugestión del Maligno, que nos hechiza con la pretendida superioridad de una apariencia vana, cual dioses caducos a modo de “sepulcros blanqueados” (Cfr. Mt 23,27-32).

Por otro lado, en nuestra búsqueda de la Verdad tenemos tentaciones que nunca desaparecerán de nuestro camino hasta nuestra presentación ante el Dios eterno. Una de las más actuales y que más graves consecuencias personales y colectivas comporta es el llamado “empoderamiento”, que ensalzan tantos en público y en privado, y que les arrastra con frenesí, con una tendencia en frenético ascenso y fuertemente identificado con las mujeres “actuales” y “feministas”. Es el dios de la soberbia, pura y dura.

Ese dios de la soberbia encamina fácilmente a adentrarse en la selva histérica del sexo por el sexo, que tan fácilmente (por representar el origen de la vida y la participación en la obra creadora de Dios), engloba a todas las pulsiones y pasiones de cuerpo y mente para sentirse Dios. Es el dios de la concupiscencia.

Es una realidad. Dios nos llama, como a los jornaleros de la viña (Mt 20,1-16), pero “muchos son los llamados y pocos los escogidos” (Mt 22,1-14), pues ya hemos vivido experiencias propias y ajenas de lo que podemos denominar llamada de Dios, pero nuestra respuesta es nula. Debemos ser cuidadosos con esta tendencia evasora de nuestro espíritu, porque es fácil que, a causa de nuestra actitud identificatoria (y más cuanto más reconocimiento social o representatividad moral tengamos), arrastremos a otros que se inspiran en nuestra ascendencia, por aquello del efecto dominó. Es el dios del efecto espejo.

De ahí se sigue el dios de la posesión (que va desde poseer un chupete a un hijo), que nos impulsa a acaparar, acaparar, acaparar sin ton ni son bienes materiales y espirituales, tratando de asegurarnos el bienestar, que es otro dios que nos enloquece. El dios del bienestar nos impele a procurarnos la comodidad en todas sus vertientes, de manera que derivamos a perseguir el dios del placer, que tantos creen necesario, incluso del sexo que a tantos se les antoja indispensable para disfrutar de buena salud física, psíquica y espiritual, engañados como van por el hecho clínico de que al liberar endorfinas sienten reducir sus niveles de estrés, provocados por tanto cortisol que acumulan en sus vidas descerebradas (¿no sería mejor y más efectivo respirar lento y hondo tres veces seguidas para relajarse un chiquitín?).

Y ¿qué hay del dios de la fama? Lo he vivido en mi propia piel al buscar colaboradoras y colaboradores para mi libro publicado en catalán Les Decapíndoles de la Comunicació Disruptiva (DCD): primeras figuras mediáticas (que no decentes ni virtuosas) que pasan por ser íntegras y ejemplares, pero que para preservar su “buen nombre” son capaces de rechazar la colaboración en proyectos humanistas y espirituales que vayan contracorriente (hasta sacerdotes me he encontrado, aun si me alababan mi libro), no fuera el caso que les salpicaran algunas de sus implicaciones morales; pues −por muy practicantes católicos que pretenden aparecer− la moral se la pasan por el forro.

Te preguntarás, hermano, mi hermana del alma, por qué no te menciono el ubicuo dios del poder y del dinero. Lo he dejado para el final, a ver qué me decías, y porque suele ser una amalgama consecuencia de todos los demás, puesto que el que adora aquellos dioses, acaba siendo devorado por el dios del poder…, y este lleva siempre el marchamo autosuficiente del dinero (si bien aceptaré tu observación de que también el dinero comporta poder: hemos de conceptualizar sintetizando).

Unicidad conceptual

Podríamos apuntar, pues, numerosos falsos dioses más, tantos como pasiones humanas; cada uno se sabe las suyas, pues cada uno las vive a su manera, circunstancia que complica su superación a nivel personal y social. Estos son solo unos cuantos, que han sido destacados “para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre” (Jn 20,31).

Que conste (para quien se crea en posesión de la Verdad con el dios de la infalibilidad) que ser católico no significa que ya somos infalibles −eso es, perfectos− y que todo el mundo nos debe reconocimiento y pleitesía porque la poseemos, sino que más bien serlo implica ponerse en camino para ir en su búsqueda con humildad, caridad y justicia (aquí podríamos añadir todas las virtudes que imaginar podamos). Unos dan sus primeros pasos en dirección a una luz vaga que les inquieta y les solicita; una luz que a veces es la Verdad y otras, el propio Dios, que ilumina esa Verdad.

Suele ser más adelante −una vez clarificado un tanto de qué tratan− que, tímidamente o con ímpetu anhelante, se plantean si esa verdad con minúscula que les reclama es la Verdad con mayúscula que oyen de los seguidores de Cristo, o incluso se deciden ya a dilucidar si ese dios que intuyen es el Dios cristiano.

Ese es ya un tramo final del camino reservado a los elegidos por Dios por la fe que −no lo olvidemos− podemos perder, pues “llevamos este tesoro en vasos de barro” (2 Cor 4,7). Por eso, para fortalecer nuestra vivencia a todas de la Verdad, seguiremos buscándola. ¡Hasta la semana que viene!

Twitter: @jordimariada

Podríamos apuntar numerosos falsos dioses más, tantos como pasiones humanas; cada uno se sabe las suyas, pues cada uno las vive a su manera Clic para tuitear

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