El cristiano no va a Misa, no va a asistir a la Misa, no va a cumplir una obligación cuando se acerca a la Iglesia a la hora de la Misa; no va a reunirse con los vecinos en un acto de fraternidad parroquial los domingos y fiestas de guardar.
El cristiano va a vivir la Misa, movido por el Espíritu Santo, para ofrecer con Cristo la vida de Cristo y su propia vida a Dios Padre.
La Misa, y toda la Liturgia, es una acción de Cristo que ofrece su Vida, Muerte y Resurrección a Dios Padre en redención de nuestros pecados. El Señor nos invita a unir nuestra vida a la suya; y nosotros ofrecemos nuestra vida, nuestras acciones, alegría y sufrimientos, con Él, por obra y gracia del Espíritu Santo.
En la Misa se unen el tiempo y la eternidad. Y si recibimos la Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo en gracia de Dios, habiendo pedido perdón por nuestros pecados en el Sacramento de la Reconciliación, y renovamos nuestro arrepentimiento y el rechazo del pecado en el acto penitencial, Cristo, la Persona de Cristo, nos acompañará a lo largo de nuestro día, a lo largo de nuestra vida.