¿Alguna vez te has preguntado qué pasaría si dejás el «smartphone» por unos días? No silenciarlo. No bajarle el brillo. Apagarlo de verdad. Guardarlo en un cajón. Desconectarte.
El verano es tiempo de descanso, de encuentros y de Dios. Nos prometemos vivir a lo grande “estar más presentes”, pero seguimos revisando el móvil cada pocos minutos, como si en esa pantalla estuviera pasando lo verdaderamente importante.
Pero ¿y si este verano hiciéramos un pequeño experimento? ¿Y si probáramos —aunque sea por un día, tres días, una semana— a desconectarnos del teléfono para reconectarnos con lo esencial?
Tiempo de gracia, tiempo de decisiones
El verano nos regala algo valiosísimo: tiempo. Tiempo para mirar, para contemplar, para aburrirnos, para leer, para estar.
Es un tiempo en el que no hay clases, las rutinas aflojan y el alma puede respirar.
Entonces, ¿por qué no aprovechar esta temporada para hacer una pausa tecnológica? Se trata de revisar y hacer reflexión de cuánto espacio le estamos dando en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestra relación con Dios.
Con tanta pantalla muchas cosas pasan y se pierden, nos perdemos nosotros, perdemos a nuestros hijos, perdemos al otro. Y muchas veces, también perdemos la posibilidad de escuchar a Dios.
¿y si nos desconectamos?
Hay quienes ya lo han intentado: dejaron el móvil durante unos días y comenzaron a escribir lo que les pasaba. Al principio, ansiedad, aburrimiento, nervios. Algunos confesaban síntomas físicos: sudor en las manos, temblor o irritabilidad.
Pero después, todo se transformaba para bien. Muchos redescubrieron la lectura, la música, el arte, el juego con los hijos. Comenzaron a dormir mejor. A comer con más conciencia. A hablar de verdad con los suyos.
La desconexión los llevó a descubrir algo que habían olvidado: vivir sin interrupciones también es una forma de amar.
¿Y los niños? ¿Qué nos dicen?
Los más pequeños son, quizás, los que más sufren nuestra hiperconexión. Muchos niños expresan tristeza o enfado porque sienten que mamá o papá “están, pero no están”. Están en casa, pero metidos en la pantalla. Responden sin mirar. No escuchan bien.
Sus actitudes nos invitan a revisar cómo estamos amando y cómo estamos educando. ¿Qué aprenden nuestros hijos cuando nos ven preferir una pantalla antes que su mirada?
Nuestro tiempo con Dios también sufre cuando estamos absorbidos por la tecnología. La oración requiere atención y el alma necesita silencio.
Por eso, desconectarse también puede ser un acto espiritual. Un gesto de libertad. Una forma de decir: “Señor, quiero volver a Ti, quiero volver a mirar, quiero estar verdaderamente presente”.
Pequeños pasos hacia una vida más plena
Se trata de dar pasos concretos y posibles:
-
Proponerse momentos del día sin pantalla: comidas, caminatas, la oración nocturna.
-
Invitar a los hijos a dejar las pantallas y jugar, leer o salir juntos.
-
Volver a los libros, al cuaderno, a la conversación.
-
Aprovechar el verano para hacer un “retiro digital” de unos días.
-
Reflexionar juntos sobre lo que sentimos al estar más presentes.
Incluso existen teléfonos móviles con funciones básicas (llamadas, mensajes, cámara) pero sin redes sociales ni Internet, ideales para adultos que quieran hacer una pausa consciente.
Una invitación al corazón
Este verano, te animamos a probar. A desconectarte del teléfono móvil para conectarte con la vida real, con tus seres queridos, con Dios.
Si lo intentas, vas a descubrir algo inmenso, que, a veces, basta con apagar el móvil… para encender el corazón.










