Durante cinco siglos, Europa fue el corazón palpitante del mundo. Sus ciudades fueron focos de arte, pensamiento y poder. Desde el Renacimiento hasta la Ilustración, desde las revoluciones políticas hasta la industrialización, el continente marcó el compás de la historia. Pero en el siglo XXI, Europa ha pasado de brújula a satélite. Ya no lidera, ya no arbitra, ya no inspira. Se ha convertido en un escenario donde otros —Rusia, China, Estados Unidos— libran sus pugnas decisivas.
Hoy el tablero global lo ocupan tres grandes civilizaciones que ofrecen a sus pueblos, y al mundo, un horizonte claro, un propósito compartido, lo que los griegos llamaban telos: un fin que da sentido a la acción política, social y cultural. Rusia se presenta como el “baluarte espiritual” frente al materialismo occidental. China como la “civilización de la armonía” que integra tradición confuciana y modernización socialista. Estados Unidos, en su versión MAGA, como “nación providencial” llamada a restaurar fe, familia y grandeza patriótica.
En contraste, Europa aparece desnuda: burocracia, consumo, derechos individuales y autodeterminación individualista sin límites, convertidos en dogma, sin un relato trascendente que cohesione. Mientras otros evocan espíritu, armonía o fe, Europa ofrece reglamentos, agendas verdes, discursos sobre diversidad y un moralismo secular que apenas resuena fuera de sus élites.
Rusia: la fortaleza espiritual
En Rusia, el poder se legitima en torno a la idea de misión histórica. El cristianismo ortodoxo, la memoria eslava y un mesianismo geopolítico otorgan a su pueblo una narrativa de sacrificio y resistencia. La virtud se entiende como fortaleza espiritual: sobrevivir a la adversidad, incluso a costa de sufrimiento colectivo. Esa visión convierte a Rusia en un actor incómodo, pero con sentido, capaz de presentar su modelo como alternativa al vacío occidental.
China: la armonía como horizonte
China, por su parte, recurre a la tradición confuciana reinterpretada por el socialismo. Allí la virtud es obediencia y disciplina; la relación individuo-colectivo se resuelve siempre a favor de la comunidad. Con el “rejuvenecimiento nacional 2049” y la “Franja y Ruta” de la seda, China ofrece a su pueblo y a medio mundo un relato de prosperidad y orden bajo la guía del Partido. En un planeta fatigado por el individualismo y la fragmentación, ese discurso resulta atractivo para el Sur Global.
Estados Unidos (MAGA): fe, familia, patria
El movimiento MAGA ha devuelto a la política estadounidense una narrativa de providencia. América no es solo una nación; es “la nación” llamada a defender sus fronteras y su Constitución como si fueran mandato divino. Su virtud radica en la fidelidad a la fe, la familia nuclear y la tradición de los padres fundadores. Es un modelo profundamente polarizado, en lucha contra su propio progresismo interno, pero con capacidad de galvanizar identidades colectivas.
Europa: del centro a la periferia
Europa, en cambio, ha pasado de centro del mundo a periferia. Carece de autonomía militar —depende de EE.UU. y de la OTAN—, ha perdido independencia energética tras la ruptura con Rusia, y su peso económico se diluye frente a la pujanza china y la reindustrialización norteamericana. Lo peor no es la dependencia material, sino la ausencia de propósito.
¿para qué existe Europa?, ¿qué horizonte comparte?
Europa vive un vacío espiritual. Las iglesias están vacías, la natalidad cae en picado, la cultura se fragmenta en mil identidades. El ciudadano europeo es consumidor y votante, pero no miembro de una comunidad con misión. En los informes sobre el futuro de la Unión —Letta, Draghi— se habla de competitividad, productividad, sostenibilidad. Pero nadie aborda la cuestión decisiva: ¿para qué existe Europa?, ¿qué horizonte comparte?
Eurocentrismo vacío
La Unión Europea continúa hablando como si sus valores liberales fueran universales. Derechos humanos, diversidad, igualdad de género… son los mantras de Bruselas. Pero en Moscú, Pekín y también en Washington (MAGA) se perciben como ideología decadente. El Sur Global los escucha con cortesía, pero opta por otros referentes. Europa se cree brújula moral del planeta, cuando en realidad es vista como un laboratorio de declive.
Una “provincia rica”
El resultado es claro: en el gran choque de civilizaciones, Europa no lidera ni arbitra. Se limita a reaccionar, a aplicar sanciones dictadas desde fuera, a abrir mercados a la penetración ajena. Su eurocentrismo ya no es realismo, sino nostalgia. Europa corre el riesgo de convertirse en una provincia rica, consumista, tecnocrática… pero irrelevante.
El contraste es brutal: mientras Rusia, China y Estados Unidos ofrecen a sus pueblos un horizonte de misión colectiva, Europa ofrece la nada envuelta en burocracia. Y ese vacío —más que las carencias militares o energéticas— es la raíz de su decadencia.
Mientras Rusia, China y EE.UU. tienen misión, Europa ofrece burocracia y consumo. #CrisisEuropea Compartir en X









