Hasta aquí hemos considerado la alarma que inquieta a la Unión Europea por un hipotético e inminente ataque militar ruso, así como las posibilidades reales de que tal ataque se produzca. Ahora queremos abordar la cuestión desde otro punto de vista: el de la factibilidad y la eficacia de las medidas que anuncian la Comisión Europea y los gobiernos nacionales de la Unión.
Estas medidas consisten fundamentalmente en un gigantesco y súbito incremento del gasto militar en Europa con el fin de preparar al continente para una guerra. El núcleo de este proyecto es la adquisición de material militar y la creación de unas fuerzas armadas europeas.
El primer problema que se advierte es el de la precipitación. Un programa de rearme, si ha de ser eficaz, requiere una muy cuidadosa planificación, que debe estar precedida de largas reflexiones y discusiones en el plano técnico. Si pretende ser políticamente legítimo, exige un debate público sin prisas y en el que debe participar toda a ciudadanía, pues se trata de decisiones de inmensa trascendencia práctica y moral tanto para las generaciones presentes como para las venideras. Todo ello hace inevitable tomarse un tiempo muy, muy largo: años, sino décadas. La precipitación sólo conduce a la ineficiencia militar y a la ilegitimidad política, dos circunstancias que sólo pueden tener consecuencias catastróficas.
En el caso de la Unión Europea la dificultad es muy grande por el hecho de que la unidad política del continente está aún en pañales.
Pese a las cesiones de soberanía de los estados miembros, Europa continúa careciendo de una constitución propia y en consecuencia sigue sin tener un verdadero órgano legislativo con poder de decisión (el Parlamento Europeo no posee las competencias de un parlamento “de verdad”), un poder ejecutivo legítimo y elegido democráticamente y un poder judicial común y bien articulado. Sin estos fundamentales elementos políticos es jurídicamente imposible la constitución de unas fuerzas armadas europeas.
En un artículo publicado recientemente[1] el general y analista militar italiano Francesco Cosimato desglosaba esta imposibilidad política de crear un ejército europeo en tres factores:
1- La falta de un marco constitucional europeo, imprescindible para regular la función militar.
2- La “ausencia de voluntad política”, voluntad imposibilitada por la falta de consenso entre los distintos órganos comunitarios, entre éstos y los órganos nacionales y entre estos últimos entre sí.
3- La falta de una “gran estrategia a la que corresponde la función de indicar el papel que debería tener Europa y que debería sentar las premisas para determinar los recursos que deben dedicarse a su defensa en términos humanos, tecnológicos y materiales. Para hacer esto tenemos una especie de «gobierno europeo» que es la expresión de las instancias de los gobiernos nacionales, así como un Parlamento cuyos miembros sólo están llamados a ratificar las decisiones de la Comisión y no pueden siquiera presentar una propuesta de ley (prerrogativa de la Comisión). Esto determina la escasa representatividad y credibilidad de la cual hoy gozan la Comisión y el Parlamento europeo, por lo que su imagen resulta ampliamente deficitaria”.
A estos aspectos políticos el general Cosimato añade otros cuatro de carácter organizativo, técnico, económico y cultural:
4- La dependencia europea de la OTAN, que significa en la práctica dependencia de los Estados Unidos.
5- La fragmentación nacional del complejo industrial-militar europeo.
6- Dificultades prácticamente insalvables en la adquisición de recursos estratégicos “es decir medios que garanticen la movilidad, las comunicaciones y la inteligencia a nivel estratégico. (…) Satisfacer estas tres exigencias requeriría una gran parte del presupuesto europeo. Una misión imposible, en vista de la innegable dificultad de reducir los gastos en otros ámbitos como la sanidad o el bienestar social. En consecuencia, es bastante improbable que se llegue a hacer frente a los gastos y tiempos necesarios para dotarse de tales recursos”.
7- La “disposición cultural” de la ciudadanía europea, que no es nada favorable a asumir obligaciones bélicas y mucho menos aún en guerras cuyo sentido no puede entender.
Salvar estos obstáculos requeriría una serie de larguísimos y complejos procesos, que por el momento ni siquiera están en la fase de proyecto. Entre los factores enumerados por el general Cosimato conviene detenerse en el de la industria militar, que ejemplifica con especial claridad estas dificultades, y considerar otros aspectos que el analista italiano no menciona.
La industria militar rusa y europea
Rusia, en plena guerra contra Ucrania, tuvo en 2024 un presupuesto de defensa de unos cien mil millones de euros (100.000.000.000 €)[2]. Los estados de la Unión Europea, que en el mismo año no estuvieron implicados en ninguna guerra, gastaron en defensa trescientos veintiseis mil millones (326.000.000.000 €)[3]. Es decir, en 2024 la Unión Europea, en paz, tuvo unos gastos militares que triplicaban con creces los de una Rusia en guerra. Uno de las causas de esta diferencia radica precisamente en la estructura de las industrias militares en Rusia, por una parte, y en Europa y los Estados Unidos por otra.
La industria militar rusa es estatal, lo que facilita enormemente la colaboración directa entre las fuerzas armadas y las fábricas de armamento. Éstas producen según las necesidades reales del ejército. En Europa y en los Estados Unidos la producción de armamento está en manos privadas. Las empresas desarrollan y fabrican productos teniendo en cuenta las condiciones del mercado y los venden a quienes se los compran, al mejor postor… La diferencia entre estos dos tipos de producto es semejante a la que hay entre los trajes hechos a medida y los confeccionados en serie.
Las industrias de la OTAN, al ser privadas, deben generar beneficios económicos, son un negocio, no un “servicio público”.
Por otro lado, la industria rusa al ser estatal no tiene “ánimo de lucro”, es un servicio a las fuerzas armadas. Las industrias de la OTAN, al ser privadas, deben generar beneficios económicos, son un negocio, no un “servicio público”. Ello también contribuye a que haya inmensas diferencias en el precio de sus respectivos productos. Así por ejemplo, un proyectil de artillería de 155 mm. de la OTAN cuesta entre 4.000 y 6.000 dólares, mientras que su equivalente ruso de 152 mm. tiene un precio de entre 600 y 1.000 dólares.
Por otra parte la productividad de la industria militar rusa es mucho mayor que la de las occidentales[4]. También en el orden técnico hay diferencias desfavorables, ya que el alto grado de sofisticación del armamento occidental implica unos costes y unos tiempos de producción mayores que los de sistemas más simples, pero no necesariamente menos eficaces, empleados por los rusos: así, los misiles rusos van provistos de chips “corrientes” que se emplean en toda clase de aparatos, a diferencia de los de uso específicamente militar que llevan los misiles de la OTAN.
Otra insalvable desventaja es la limitada capacidad de producción de la industria armamentística europea, que obligará a que el rearme europeo dependa de industrias estadounidenses. Ello quiere decir que los beneficios empresariales que produzca no se quedarán en Europa y que ésta se endeudará en cientos de miles de millones. Sin embargo, no es éste el único ni el mayor inconveniente.
la compra de material militar a los Estados Unidos significa la perpetuación de la dependencia militar y tecnológica europea.
Los complejos sistemas armamentísticos actuales requieren de continuas actualizaciones de “software” y necesitan un intenso mantenimiento, incluido un frecuente recambio de piezas, todo lo cual sólo puede ser proporcionado por el fabricante. Por lo tanto, la compra de material militar a los Estados Unidos significa la perpetuación de la dependencia militar y tecnológica europea. En caso de conflicto bélico, la operatividad de los sistemas de armamento comprados a empresas norteamericanas depende de la buena voluntad del gobierno de Washington.
En un reciente artículo aparecido en el Financial Times[5] se recuerda el perjudicial efecto que esta dependencia tuvo en las fuerzas armadas afganas tras la retirada de la OTAN de aquel país en 2021. Los helicópteros de fabricación estadounidense Black Hawk de los que disponían las fuerzas gubernamentales afganas quedaron inoperantes, lo que fue determinante para su derrota a manos de los talibanes. En el mismo artículo se da como muy probable la existencia de “interruptores de seguridad” controlados por Washington que “inmovilizarían aeronaves y sistemas de armas” de fabricación estadounidense, lo que prácticamente los convertiría en chatarra.
Así pues, la compra de material militar a los Estados Unidos puede ser un negocio ruinoso tanto desde el punto de vista económico como puramente militar. Sin embargo, dada la precipitación con que se ha planteado el rearme europeo, será imposible prescindir de este tipo de estas adquisiciones.
Por otra parte, si Europa quiere desarrollar una industria militar propia y potente debe tener acceso a materias primas en grandes cantidades. Pero apenas dispone de ellas y para obtenerlas depende en gran medida del “Sur Global”, un conjunto de países que además suman la mayor parte de la población mundial, la más joven y en continuo crecimiento. El pasado colonial no ayuda a establecer lazos de confianza entre estas naciones y Europa. La arrogancia neocolonial sigue enraizada en el modo en que nuestro continente se relaciona con esos países y no ha contribuido a que nos ganemos las simpatías de africanos, asiáticos e iberoamericanos. Por el contrario éstos se acercan cada vez más al bloque de los BRICS, en el que Rusia, contra quien se dirigen los esfuerzos militares europeos, ejerce el papel dirigente al lado de China.
Y aún más difícil es formar unos servicios de inteligencia suficientemente centralizados y totalmente independientes de los estadounidenses.
Tampoco el aspecto estrictamente organizativo puede ser minusvalorado. Desde Bruselas y desde otras capitales europeas se insiste en la formación de unas fuerzas armadas europeas. Aun si, milagrosamente, se superaran todos los obstáculos que hemos enunciado hasta ahora, la homogeneización y unificación de las fuerzas armadas de 27 estados para formar un todo coherente y operativo frente a un ejército aguerrido y homogéneo, como es el ruso, requeriría décadas de esfuerzos. Y aún más difícil es formar unos servicios de inteligencia suficientemente centralizados y totalmente independientes de los estadounidenses.
Existen además factores sociales muy profundos que dificultan la militarización y el rearme europeos.
En primer lugar, Europa es un continente sumido en una honda crisis demográfica, con el consecuente y rápido envejecimiento de la población. Esta circunstancia, no hace falta explicar por qué, es un impedimento de primer orden. El actual ambiente prebélico es además desastroso para la demografía europea, pues la ansiedad y la inseguridad máximas que provoca sólo sirven para inhibir todavía más el deseo de tener hijos. El continuo aumento de la población inmigrante supone un elemento de posible inseguridad por lo que respecta a la defensa. En el peor de los casos, podría llegar a facilitar la formación de “quintas columnas” en caso de conflicto armado.
Pero muy por delante de estos dos factores hay otro de peso mucho mayor: la falta de cohesión social.
armar y militarizar a sociedades tan laxas y crispadas es un acto peligroso e irresponsable.
No existe una “sociedad europea”, sino sólo sociedades “nacionales”, con tendencias crecientemente nacionalistas y sin verdaderos vínculos de solidaridad entre ellas[6]. Y también en el interior de estas sociedades “nacionales” se advierten muy claros síntomas de desintegración, cristalizados en la radicalización política, el aislamiento individualista, la debilitación de la sociedad civil y la decadencia de sus instancias integradoras (familia, colegialidad profesional, Iglesia, solidaridad de clase social, vecindario, etc.). Un ramillete de sociedades mal estructuradas no está en condiciones de emprender grandes proyectos defensivos y, muchísimo menos todavía, hacer frente a posibles conflictos bélicos. Es más, armar y militarizar a sociedades tan laxas y crispadas es un acto peligroso e irresponsable.
Desde luego, se puede y se debería lograr una sociedad europea no fragmentada en 27 sociedades nacionales, una sociedad cohesionada y vigorosa, pero por el momento no existe y crearla llevará generaciones.
El astronómico aumento de los gastos militares obligará inevitablemente a una drástica reducción del gasto público en ámbitos de importancia vital: sanidad, educación, medio ambiente, prestaciones sociales, cultura, servicios públicos, vivienda, agricultura, etc. Esto, a su vez, agudizará el creciente abismo entre pobres y ricos, golpeará de muerte a una clase media ya castigada, provocará descontento y conducirá a unas tensiones sociales cuyas consecuencias en el momento actual son difíciles de prever, pero que podrían ser muy graves.
El endeudameinto público, sobre todo en un momento de debilidad económica (la crisis del corona y el carísimo apoyo a Ucrania en su guerra contra Rusia ya han ejercido una labor de zapa en la economía europea), será un lastre que pesará durante décadas no sólo sobre nosotros, sino también sobre las generaciones futuras. A ello hay que sumar la incertidumbre creada por la “guerra de aranceles” declarada por Trump a casi todo el mundo ¡menos a Rusia!
¿Es éste el momento para iniciar un rearme y una militarización de la vida social? ¿Qué camino debería seguir la Unión Europea para evitar males mayores? En la última parte de este artículo intentaremos reflexionar sobre estas cuestiones.
[1] https://krisis.info/it/2024/12/temi/nato/sette-motivi-per-cui-e-impossibile-creare-un-esercito-europeo/
[2] Fuente: https://de.statista.com/statistik/daten/studie/1287041/umfrage/vergleich-verteidigungsbudget-russland-ukraine/
[3] Fuente: https://www.consilium.europa.eu/de/policies/defence-numbers/
[4] Fuentes: https://www.ukrinform.de/rubric-ato/3868096-russland-produziert-artilleriegranaten-dreimal-schneller-als-westliche-verbundete-der-ukraine-sky-news.html
[5] https://archive.ph/u49as#selection-2163.61-2163.340
[6] Muy interesantes y reveladoras son las observaciones de la historiadora Silvana Boccanfuso sobre el auge del nacionalismo entre los jóvenes europeos: https://www.eltriangle.eu/2021/12/26/una-cosa-es-ser-diferent-i-una-altra-distanciar-se/
No existe una “sociedad europea”, sino sólo sociedades “nacionales”, con tendencias crecientemente nacionalistas y sin verdaderos vínculos de solidaridad entre ellas Compartir en X