Es en el seno de la familia donde empieza la aventura del ser. Tal es así, que la plenitud de nuestra vida consiste en poder amar y en sabernos amados. Es en la familia donde ejercitamos lo más grande que tenemos: el amor.
La familia es la institución fundamental de los hombres la cual garantiza la verdadera estabilidad social y conduce al bien común. Esta se caracteriza por tratarse de un lugar de libertad y de pertenencia, pues nunca se deja de ser padre, ni de ser hijo. No se puede rescindir el contrato. Pero la familia no se funda sobre un “contrato perfecto” y con todas las letras pequeñas atadas: no siempre funcionarán bien las cosas.
Lo fundamental de la familia es que no se alza sobre una lista de derechos sino sobre una serie de hechos, de caridad.
Es maravilloso que todos nuestros límites familiares no puedan ser superados simplemente con la firma de un dictamen o a través de soluciones técnicas. Sino que la familia sea el testigo de una carnalidad trascendente.
La sociedad actual está dominada por la “caída de las certezas”, ya lo indicaba el Papa Francisco en sus años como obispo. Y como decía Fabrice Hadjadj ”Lo dado, esencial o natural, no es susceptible de deconstrucción. La única manera de deconstruirlo es destruirlo por completo. Pero ya que junto con la familia habría que destruir al hombre, la mayoría de las veces basta con deformarla o parodiarla.”
Los principios que han guiado a las generaciones que nos precedieron se nos presentan como caducos. Se está tratando de deformar y parodiar a la familia. La crisis moral que consume a la sociedad ha atacado también a la institución familiar.
Decía san Juan Pablo II, “La familia es base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por vez primera los valores que les guían durante toda su vida”. Por ello, la familia debe aspirar a ser el espacio idóneo desde el que promover la asunción y práctica de los valores y virtudes cristianas.
Existen un cierto número de virtudes que no causan una estrepitosa admiración. Pero estas son capaces de dotar de una gran fortaleza a nuestras familias y hacer de anclas seguras para padres e hijos.
La vida familiar está rodeada de pequeñas virtudes pero todas están impregnadas de una gran virtud: el amor. A partir de ahora, semana a semana, entraremos a analizar y empaparnos del bien que esconde para nuestras familias cada una de estas pequeñas virtudes que fortalecen nuestro hogar.
La vida familiar está rodeada de pequeñas virtudes pero todas están impregnadas de una gran virtud: el amor Share on X