Nunca en la historia la humanidad había alcanzado un desarrollo material y científico tan formidable. La esperanza de vida se alarga, la atención médica multiplica sus logros, la movilidad y el consumo han derribado límites que hace apenas medio siglo eran impensables. Quien, como yo, empezó a trabajar a los 14 años, puede dar fe del salto radical en bienestar. Sin embargo, bajo este despliegue de conquistas palpita un trasfondo oscuro: insatisfacción, inseguridad, frustración, miedo. Y lo más inquietante: ese malestar golpea con mayor fuerza a los jóvenes.
¿Cómo es posible que una civilización capaz de rozar la inteligencia artificial cuántica exhiba, como fruto tangible, un fracaso existencial tan evidente? La respuesta está en los agujeros negros que atraviesan nuestra sociedad.
El primero es la pérdida de la formación del carácter. Familia, escuela y comunidad cumplían —mal que bien— esa función. De ahí emergían generaciones más resilientes, capaces de resistir la adversidad, de forjar la templanza y la fortaleza. Hoy, esa tarea se ha abandonado.
El resultado son jóvenes frágiles, desorientados, atrapados en un sistema que los ha dejado sin brújula moral. Y, sin embargo, bastantes en la última generación empiezan a reaccionar por su cuenta y riesgo. Chicos que, casi a escondidas, intentan recuperar disciplina, propósito y sentido. Merecen ser ayudados en su búsqueda.
El segundo agujero negro es también devastador: la erosión del matrimonio y de la familia, instituciones que han sostenido la vida humana durante siglos.
Mujer, matrimonio y el dictado de la cultura WASP
La literatura contemporánea es un espejo elocuente de esta crisis. Abundan novelas y ensayos que retratan, casi con obsesión, el fracaso de la vida matrimonial y la frustración vital de la mujer madura. Se trata de una narrativa hija de la desvinculación: allí donde antes había compromiso, norma y tradición, hoy solo queda la exaltación del deseo individual, convertido en medida absoluta.
El feminismo de tercera ola, unido a la constelación de identidades sexuales LGTBIQA+. y al dogma de que lo personal es político, ha dado lugar a una producción masiva de relatos protagonizados por mujeres de mediana edad. Todos comparten un tono similar: desencanto, ruptura, sexo como evasión y, en último término, la incapacidad de construir un proyecto compartido.
Un ejemplo paradigmático es “A cuatro patas”, de la estadounidense Miranda July. La trama es simple: tras recibir un cheque de 20.000 dólares por una frase sobre masturbación usada en una campaña de whisky, la protagonista decide celebrar sus 45 años abandonando marido e hijo para iniciar un viaje a Nueva York. El viaje dura media hora. Termina encerrada en un hotel de mala muerte, en un torbellino de experiencias sexuales que la llevan a replantearse su matrimonio. El mensaje es claro: no hay proyecto común que valga, solo la experimentación del yo, el sexo como identidad y la ruptura como horizonte vital.
The New York Times —la Biblia de la progresía WASP— se ha rendido a esta literatura, saludándola como un “nuevo lenguaje para la mediana edad femenina”.
La realidad, sin embargo, es menos épica: se trata de legitimar el deterioro del matrimonio y la familia como si fueran cadenas opresivas, mientras se promueven modelos “alternativos” solo al alcance de las élites acomodadas. Relaciones abiertas, aventuras sexuales consensuadas, baños separados y novias propias bajo el mismo techo: un lujo que solo puede permitirse una clase alta con dinero, tiempo y redes sociales tolerantes. Para el pueblo, la inmensa mayoría, la solución sigue siendo otra: luchar cada día por reconstruir el matrimonio, sostener la familia y transmitir a los hijos la base de la convivencia humana.
Aquí se revela una clave incómoda: el clasismo de la cultura progresista. Lo que se predica desde los salones de Manhattan o los suplementos dominicales no sirve para la mayoría de la población, que sigue necesitando lo esencial: vínculos fuertes, hogares estables, padres presentes.
La lógica de la desvinculación
Lo que entusiasma a la prensa progresista no es tanto la calidad literaria como la capacidad de esta literatura para demoler la familia. No interesa la reflexión profunda, sino la exaltación de lo efímero: la menopausia convertida en bandera política, la libido en lucha de emancipación, la monogamia presentada como cárcel. Bajo esa fachada de liberación se esconden tres dinámicas corrosivas:
- La destrucción cultural del matrimonio, convertido ya no en camino compartido, sino en obstáculo para la realización personal.
- El individualismo feroz, que sustituye la comunidad por la adoración del yo y de sus caprichos.
- La hipersexualización de la mujer, promovida por un feminismo que reduce su identidad al sexo libre de consecuencias. De ahí la centralidad del aborto, elevado a tótem porque garantiza esa sexualidad desvinculada.
Este cóctel no ofrece soluciones, solo espejismos. Las protagonistas de estas novelas no hallan plenitud, sino vacío. Sus historias no inspiran, sino que confirman el fracaso de un modelo que absolutiza el deseo y desprecia el compromiso.
La falsa liberación
El nuevo canon literario impone un patrón: la mujer madura que solo encuentra libertad en el sexo fuera del matrimonio. El marido queda relegado al papel de símbolo de lo normativo, lo aburrido, lo prescindible. El matrimonio deja de ser proyecto vital y pasa a ser caricatura, como en los espejos deformantes de feria. El hijo, cuando aparece, se convierte en un personaje irrelevante. La ideología ha decidido que no importa lo que piense, ni lo que sufra.
Detrás de esta exaltación late una paradoja cruel: el feminismo que denuncia el machismo ha terminado replicando sus peores esquemas. Lo que antes se criticaba como “virilidad tóxica” se celebra ahora como “empoderamiento” femenino: la identidad validada por la multiplicidad de conquistas sexuales. El resultado es la masculinización de la mujer en clave hedonista, una caricatura de liberación que no libera nada.
La nueva literatura feminista no libera: vende sexo y fracaso como emancipación. #FeminismoCrítico #SociedadDesvinculada Compartir en X








