El parlamento holandés ha sancionado la posibilidad de lo que ellos denominan una «muerte feliz» incluso para niños de hasta 12 años, es decir, la eutanasia.
Holanda es de los pocos países, junto con Bélgica y Luxemburgo, donde es legal una práctica de eutanasia radical. Pero aún puede ser más extrema.
En Italia, el analista Federico Pichetto escribe en Il Sussidiario un artículo en el que desafía a la cultura de la muerte con lo que él considera la única salida a esa deriva: la defensa de la vida solo pasa por la Iglesia, no hay alternativa posible.
La eutanasia para pacientes terminales menores de doce años se inscribe en los denominados «nuevos derechos» elaborada por el gobierno holandés del conservador Mark Rutte, que completa así el proceso de legalización de la «muerte feliz» que comenzó en los Países Bajos en 2001.
Pichetto subraya que este hecho destaca la paradoja de un continente que por un lado está librando en las trincheras la batalla contra la ola mortal del Covid-19 y, «por otro lado, sanciona la muerte como una de las decisiones de las que puede disponer el hombre, para ellos y sus hijos».
«El clima es, por tanto -prosigue el artículo-, el de una tecnofagia moderna de la memoria de Dante: como el Conde Ugolino devoró a su descendencia, así las leyes del Reino de William Alexander dan a los adultos, que podrán decidir por ellos, muchas pequeñas vidas inconscientes, destinadas a ser despojado precisamente de esa libertad en nombre de la cual, hace diecinueve años, se inició la legislación en la materia».
Hay, según el autor, tres elementos a considerar en Holanda: la cuestión es cultural, social y antropológica. Cultural porque la Holanda protestante es todavía prisionera de un antiguo axioma que lee la experiencia del dolor como signo de una no bendición divina: «en el dolor no hay nada positivo para el hombre, con el dolor la vida pierde valor, a través del dolor, la probable última milla de la existencia humana se convierte en una anticipación del infierno que el hombre, ahora libre de las limitaciones impuestas por la naturaleza (y, por lo tanto, en mayor contradicción con el mantra ecológico de nuestro tiempo), termina en nombre de la ciencia», explica según la cosmovisión protestante.
Más allá de esto, el problema es sin duda social, según el autor:
«Afrontemos las cosas claramente como son: el razonamiento que acabamos de esbozar excita y convence a quienes ya se han puesto del lado contra la eutanasia, pero no mueven a nadie más. Lo que falta en la sociedad europea es la Iglesia, una historia que transforma los motivos de vivir en una experiencia. Desde hace algunas décadas, la Iglesia católica ha optado por no estar presente en la babel de la sociedad: labrando púlpitos autorreferenciales en los que tener razón, o sectores sociales en los que actuar como una «ONG lamentable», se ha retirado de la compleja red de la convivencia. De hecho, salvo raras excepciones, la Iglesia ha desaparecido de la escuela, del trabajo, de la política, del mundo de la comunicación, de las universidades: ha robado su voz a las grandes cuestiones de nuestro tiempo, prefiriendo tranquilos oasis de defensa preconcebida de su dogmatismo ( alimentado por un polémico uso de las redes sociales) al esfuerzo de quedarse hoy, de ser cuestionado por las fuerzas del presente, de convertirse en una oportunidad de encuentro en los mercados, en los trenes, en los autobuses, en las calles. Sin una presencia verdaderamente social, no se puede esperar socavar un proceso cultural. Y esta presencia no puede ser una estrategia, sino una respuesta libre a un Misterio que vive en el ahora y que nos desafía».
Finalmente, el problema en Holanda, según el artículo, es, en última instancia, antropológico ya que «socavar el aparato colonizador de los conquistadores intelectuales modernos no significa retirar el tomismo y explicarlo en palabras sencillas en las aceras, sino volver a empezar a plantear preguntas reales al hombre: con estas leyes ¿qué será de nuestros hijos? ¿Qué será de su solidez humana? ¿Qué pensarán de sí mismos después de escapar de nuestra lamentable matanza solo porque están sanos? ¿Qué harán cuando ya no estén tan sanos, cuando experimenten ira, derrota, injusticia? Si los matamos hoy, ¿quién los salvará mañana?».
El autor aduce, en última instancia, «falta a la madurez de la fe, una fe que se detiene antes, se reduce y no hace más que traicionarse».
«Trabajamos duro para proteger la salud y la economía, pero nos estamos olvidando de asegurar el futuro de los jóvenes, las preguntas que generan ese futuro, que es lo único que realmente necesita el mundo para seguir viviendo. Incluso ante la tentadora propuesta de acabar aquí, de dejar espacio para una eutanasia colectiva», concluye Pichetto.
3 Comentarios. Dejar nuevo
¡Una sociedd que mata a sus hijos, no tiene futuro!
Suponiendo que alguien hiciera caricaturas sobre esta situación. ¿Las aceptarían? ¿Aceptarían que alguna revista se burlara de los abortistas y de los eugenistas que matan a personas? ¿Aceptarían que se hicieran burlas y befas del LGTBI? Pues no. En esos países las únicas caricaturas permitidas son las que se hacen a consta de las religiones. Y a eso le llaman libertad de expresión.
Ayer, 22 de octubre, fiesta de san Juan Pablo II, por intercesión de santo papa polaco, el Tribunal Constitucional de Polonia, ha reconocido el derecho de vivir de los niños enfermos, así que rechazó los abortos eugenésicos o por malformación del feto. Todos los niños tienen derecho a nacer y vivir. GRAN DÍA DE LA DEFENSA DE VIDA EN POLONIA. Y ojalá el anuncio de mejores tiempos para la Vida en Europa y en el mundo entero. Gracias, san Juan Pablo II, defensor de la Vida. Intercede por VOX. las familias y jóvenes del mundo entero.