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¿Influyes o manipulas?

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Vivimos en un mundo que tiene líderes de sobra… pero le falta liderazgo. Y no, no es lo mismo. Porque hay muchos al mando pero muy pocos dispuestos a cargar el peso real de la responsabilidad. Lo que escasea es integridad, coherencia y servicio.

Y aquí es donde tú y yo entramos. Este artículo va de liderazgo real. Del que empieza en casa, con tus amigos, con tu marido. Del que tiene forma de renuncias pequeñas y opciones grandes. Del que, por cierto, tiene un modelo tan concreto como contracultural: Jesucristo.

¿Pero acaso soy líder yo?

Spoiler: sí. Liderar no es tener un despacho ni una tarjeta de presentación con letras doradas. Liderar es influir y todos influimos en alguien. ¿Aconsejas a un amigo? ¿Acompañas a tus abuelos? ¿Educas a un hijo? ¿Colaboras en tu parroquia? Entonces sí, lideras. Quieras o no.

La pregunta clave no es si lideras, sino cómo lo haces.

Hoy lo más común es el liderazgo del ego: «Primero yo, segundo yo y tercero, por si acaso, yo otra vez». La autoimagen lo es todo, el reconocimiento la meta, y el otro… bueno, un medio. Pero hay otra forma mucho más contracultural e infinitamente más humana, más cristiana y más libre: el liderazgo que sirve.

Líder que se arrodilla

El Evangelio de Marcos nos deja una escena demoledora. Jesús dice: “El que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos” (Mc 10,44). Uno que Él mismo encarna lavando pies, abrazando leprosos, muriendo en una cruz. Un Dios que lidera no desde arriba, sino desde abajo. Nos presenta a un Dios que sirve. Este debe ser nuestro modelo. Este es nuestro desafío.

¿Y cómo empiezo yo?

Empieza por mirarte con sinceridad. ¿Influyes desde el servicio o desde la conveniencia? ¿Buscas ser luz o foco? ¿Anhelas servir… o que te sirvan?

Un padre agotado que consuela en la madrugada, un joven que acompaña a su amigo deprimido, una profesora que educa con paciencia cuando nadie se lo reconoce… todos ellos lideran. De verdad. Porque han entendido que la autoridad cristiana no se impone: se gana con amor.

El verdadero poder es el servicio que nace del corazón, que se inclina y escucha.

Liderar como Cristo en lo ordinario

Lidera desde donde estás:

  • En tu familia: siendo testimonio de fe, perdón y paciencia.
  • En tu trabajo o carrera: siendo honesto, coherente y justo.
  • En tu grupo de amigos: siendo ese que no se suma al chisme fácil ni a la crítica corrosiva.
  • En tu parroquia: sirviendo con humildad, no desde la necesidad de figurar.

Y hazlo sabiendo que liderar como Cristo muriendo a uno mismo.

Un liderazgo que no caduca

Las estructuras cambian. Pero el liderazgo cristiano perdura.

El mundo nos grita que tenemos que complacer a todos. Parece que siempre tendemos a tener que ser aceptados, a gustar, encajar…

Pero el Evangelio nos recuerda algo esencial: tenemos una sola audiencia que importa: Dios.

Él es el que ve tu entrega escondida. Él es quien conoce tu corazón. Él es quien te llama a ser líder no de masas, sino de almas. Y Él mismo te promete que no estás solo.

Así que no te achiques y sobre todo no subestimes el poder de tu influencia cuando se pone al servicio del Reino.

Al final, todo liderazgo nace de una elección: ¿a quién sigo? Si eliges a Cristo, te embarcas en una aventura preciosa.

La de liderar como Él: con las manos llenas de heridas, pero también de esperanza.

Y eso, amigo, no lo da ningún cargo. Eso es gracia y es misión.

¿Estás listo?

“Porque el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida…” (Mc 10,45)

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