Vivimos tiempos convulsos. La crispación, política, social y cultural se ha convertido en el telón de fondo de muchas conversaciones cotidianas. Los medios de comunicación, las familias, los círculos de amistades y hasta los patios de colegio en los cursos más altos se ven contagiados de una polarización que, lejos de ayudar a la reflexión, alimenta el enfrentamiento.
En este contexto, nuestros hijos y alumnos crecen expuestos a un clima de confrontación continua donde el que más grita parece tener la razón, una lógica incentivada por el detritus de las redes sociales, donde la descalificación y el insulto no dejan espacio al argumento.
En este contexto, muchos adolescentes y jóvenes se forman en un ambiente donde el insulto se confunde con la valentía, la opinión con el juicio y el desprecio con la firmeza. Las nuevas generaciones corren el riesgo de pensar que el mundo se divide entre buenos y malos, entre los «míos» y los «otros». Y la consecuencia es clara: o te extremas o te inhibes. Ambas actitudes, aunque opuestas, nacen de la misma falta de criterio.
Dos tentaciones: cinismo o fanatismo
En este clima social, nuestros hijos están expuestos a dos grandes tentaciones. La primera es el cinismo pasivo: pensar que todo es mentira, que todos los discursos son manipulación, que nada merece ser defendido. Es la postura de quien se desentiende del mundo por puro desencanto. La segunda es el fanatismo ideológico: adherirse ciegamente a una causa, una idea o una posición, y rechazar con agresividad cualquier argumento distinto.
En ambos casos, lo que se pierde es la libertad interior: el primero porque renuncia a la búsqueda de la verdad; el segundo, porque rechaza la caridad hacia el que piensa distinto, haciendo de él una caricatura.
Verdad y caridad: la verdad sin amor se vuelve ideología
Educar en tiempos de confrontación implica enseñar a nuestros hijos a buscar la verdad con valentía, pero también a comunicarla con caridad. La verdad no puede separarse de la caridad. Cuando se hace, puede convertirse en una ideología agresiva.
Pero la caridad sin verdad presenta un escenario de cartón piedra, vacío, sentimentalista, incapaz de ofrecer un criterio sólido y duradero.
San Pablo lo decía con claridad: si no tengo amor, no soy nada (1 Cor 13). Por eso, educar en la verdad exige una pedagogía de la caridad. No se trata de suavizar el mensaje, sino de transmitirlo con toda su verdad, acompañándolo de toda humanidad. Se debe decir lo que se piensa sin herir, se puede defender una postura sin despreciar al que piensa distinto.
Los padres de familia sabemos muy bien que se puede, en definitiva, educar en la firmeza sin perder la ternura.
Verdad y libertad: sólo la verdad hace libres
En una cultura que proclama la libertad como valor absoluto, muchas veces se olvida que no hay libertad sin verdad. Se repite que cada uno tiene «su verdad», como si la libertad consistiera en inventar la realidad. Pero esa visión acaba generando esclavitud: esclavitud de las emociones, de las modas, del pensamiento único.
Nuestra sociedad y por supuesto nuestros jóvenes, no saben distinguir entre lo que quiero y lo que me apetece. Para muchos de ellos son sinónimos. Hagan la prueba con sus hijos, con sus alumnos.
Hacer lo que me apetece es dejar que las emociones, los instintos, los afectos, tomen la decisión de la acción, hago lo que me apetece. Sin embargo hacer lo que quiero, concede a la voluntad la última palabra. Ponderamos lo que nos apetece, pero lo valoramos con lo que nos conviene y finalmente hacemos lo que queremos. Un ejemplo rápido.
Si estoy a dieta, cuando me apetece un dulce, lo dejaré de comer porque quiero adelgazar.
Lo que me apetece no siempre es lo mismo que lo que quiero.
Así, muchas veces nos apetecerá entrar en la confrontación cegado por los afectos, sin ponderar que lo que queremos es iluminar al otro la que a nosotros nos parece la verdad.
La libertad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que es verdadero y bueno.
Cuanta más verdades conoce una persona, más herramientas tiene para decidir con libertad. Por eso es la verdad la que nos hace libres, no al revés.
Educar, por tanto, es liberar. No adoctrinar. No imponer. Sino mostrar la realidad tal como es, y ayudar a nuestros hijos a amarla y sí, claro que sí, defenderla incluso con vehemencia pero siempre con caridad. El relativismo no libera; confunde. La verdad, en cambio, ofrece un punto firme sobre el que construir una vida con sentido.
La familia y la escuela: espacios para la razón y el respeto
En este contexto, la familia y la escuela deben convertirse en espacios donde nuestros hijos aprendan a razonar, a argumentar, a discrepar con respeto. No basta con repetir eslóganes, hay que formar el juicio. No basta con tolerar, hay que educar en el respeto. Y el respeto no es indiferencia: es saber reconocer la dignidad del otro, incluso cuando está equivocado.
Los padres y educadores tenemos una misión urgente: enseñar a nuestros hijos a pensar primero y reaccionar después. A escuchar antes de replicar. A discernir antes que elegir. La mejor forma de combatir la polarización no es exigir neutralidad, sino formar personas con criterio, capaces de tomar partido por la verdad sin caer en el odio.
Cinco consejos educativos para formar en tiempos de polarización
- Habla con tus hijos sobre temas difíciles sin miedo: No los sobreprotejas de la complejidad del mundo. Enséñales a pensar por sí mismos, a argumentar y a buscar la verdad con humildad.
- Enséñales a escuchar con respeto: No todo desacuerdo es un ataque. Ayúdales a entender que el diálogo es una oportunidad para crecer, no una amenaza.
- Expónlos a ideas distintas, bien argumentadas: No temas que conozcan otros puntos de vista cuando estén preparados. Lo importante es que tengan criterio para evaluarlos.
- Corrige el lenguaje agresivo: No permitas el desprecio, la burla o el insulto. El modo de hablar educa tanto como el contenido. La forma también transmite fondo.
- Da ejemplo de firmeza con respeto: Vive tú mismo esa armonía entre verdad y caridad. Que tus hijos vean que se puede tener convicciones sin caer en el fanatismo.
Educar en tiempos de polarización es un desafío. Pero también es una oportunidad.
Porque en medio del ruido, quienes saben hablar con verdad y con caridad y serán luz en la oscuridad de la confrontación. Y porque, como bien sabemos, solo quien conoce la verdad es verdaderamente libre. Esa es nuestra misión. Ese es nuestro servicio.