Jérôme Lejeune es uno de los gigantes del siglo XX, una figura a la altura de los más grandes cuya vida no deja indiferente. Cuando tuve la ocasión, hace unos pocos años, de ver el documental que le habían dedicado, salí con esa convicción y con unas ganas enormes de darlo a conocer. Lejeune, su vida, su descubrimiento, su tragedia, su valentía, tenían que ser conocidos. Era necesario saber más de aquella persona que vivió en sus propias carnes el desgarro de nuestro mundo. Así que cuando vi que José Javier Esparza había escrito una biografía titulada Jérôme Lejeune: amar, luchar, curar. La fascinante vida del descubridor del origen del Síndrome de Down me llevé una gran alegría. Ya teníamos entre las manos el libro que necesitábamos para que el ejemplo de Lejeune llegara a más gente.
El libro se lee de un tirón. El estilo de Esparza y su buen oficio ayudan, las encrucijadas en las que se encontró Lejeune también. Descubrimos aspectos de su vida que pueden parecer secundarios pero que ayudan a comprender cómo se fue forjando su personalidad y en qué contexto vivió. Por ejemplo, lo relacionado con su infancia, con su padre (de rebote, en pocas páginas, se nos ofrecen algunas pistas para entender lo que fue la Francia ocupada, algo mucho más complejo de lo que nos suelen presentar), con sus anhelos y estudios. Su descubrimiento de la genética, entonces una ciencia muy incipiente que, a menudo, consistía en “jugar” a los recortables para intentar descifrar el adn. Impresiona su dedicación como médico a sus pacientes, abrazada como una vocación que da sentido a toda su vida: Lejeune visita incluso los sábados, y no abandona el trato directo con sus niños Down ni siquiera cuando está más encumbrado.
Los hitos de su vida serán el descubrimiento del origen del Sindrome de Down, lo que le llevará al estrellato mundial en el campo de la genética, un prestigio que le llega relativamente joven y le lleva, tras recibir numerosos reconocimientos, hasta las puertas del Nobel. Pero su conciencia le hará perder este premio: Lejeune descubre, horrorizado, que su descubrimiento, dirigido a curar, va a ser utilizado para detectar y eliminar a los Down. Es la tragedia que le acompañará el resto de su vida y que marcará su entrega, incondicional, a la defensa de la vida.
No es difícil ver en Lejeune un paralelismo con santo Tomás Moro: humanista prestigioso aquel, científico reconocido éste, su vida les lleva a una encrucijada en la que tienen que elegir entre el éxito mundano o ser fieles a su conciencia y a Dios. Ambos optarán por el segundo camino asumiendo, en paz con Dios y consigo mismos, los sacrificios que está elección comportan.
No se puede leer sin emoción la campaña para defender a los no nacidos del aborto que Lejeune lideró en Francia a principios de los años 70. Una campaña que le valieron amenazas, insultos, marginación. Una jugosa anécdota, que no me resisto a citar, es muy significativa y ayuda a entender muchas cosas de aquella época: en una conferencia en 1971 Lejeune se ve interrumpido por unos alborotadores al grito de ¡Muerte a Lejeune! Parecen muchos, pero Lejeune, siempre sereno, pide por favor que abandonen la sala quienes estén de acuerdo con él. De este modo quedan solo los alborotadores, que son muchos menos de los que parecían pero estaban, eso sí, estratégicamente situados para cubrir toda la asamblea y parecer más. “A la cabeza del grupo, un dominico con sus hábitos blancos. Puestos en evidencia por la maniobra de Lejeune, aislados en la sala vacía, los reventadores terminan marchándose sin dejar de corear sus consignas”.
El libro sigue desgranando la lucha de un hombre íntegro y animado por una profunda fe, firme ante un vendaval que le lleva de derrota en derrota pero que no puede doblegarlo ni separarlo de su gran victoria, el amor de sus pacientes y sus familias. También asistimos a sus alegrías, como la confianza que depositó en él san Juan Pablo II, y además, en un acierto del autor, se reproducen fragmentos de algunas de sus cartas y discursos más significativos.
Todo aquello por lo que luchó el Doctor Jérôme Lejeune es ahora incluso más grave, más trágico, las últimas barreras a la barbarie que expande la cultura de la muerte van cayendo una tras otra. Es por ello que este libro es especialmente necesario: el ejemplo de este gran científico y valiente defensor de la vida, como un santo Tomás Moro moderno, nos puede servir de guía y acicate en esta crucial batalla.