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Los embriones híbridos de Juan Carlos Izpisua rompen la frontera ética de la ciencia

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Juan Carlos Izpisua hizo el escandaloso anuncio hace dos años. En julio de 2019, el investigador español de células madre le dijo al periódico El País que él y científicos chinos habían cultivado embriones que contenían tanto humanos como monos, como explicó Forumlibertas. Al hacerlo, Izpisua Belmonte despertó no solo algunas dudas, sino, sobre todo, indignación. Casi dos años después, la publicación científica correspondiente a aquel anuncio se hace pública ahora en la respetada revista Cell, y se puede esperar que nuevamente dé lugar a discusiones.

Sin duda alguna Izpisua Belmonte ha traspasado un límite ético con su obra. Lo que ha hecho es simplemente contra la naturaleza. Sin embargo, en el cuenco de cultivo se pueden hacer muchas cosas, especialmente cuando los investigadores experimentan con seres que están tan estrechamente relacionados en la evolución como los monos y los humanos. Y Juan Carlos Izpisua Belmonte sabe lo que está haciendo: el investigador de 60 años está investigando con gran éxito en el Instituto Salk de San Diego, y la revista Time lo ubicó entre las 50 mentes más influyentes del sector salud en 2018.

El biocientífico y su equipo primero cultivaron embriones de monos javaneses en el plato de cultivo y después de seis días implantaron células madre humanas extremadamente versátiles (las llamadas células madre pluripotentes extendidas, hEPSC). De hecho, las células humanas se incorporaron a los embriones de mono. Se crearon 132 quimeras mono-humano, de las cuales 103 seguían vivas después de diez días y tres el día 19. Las células humanas hicieron una contribución real al desarrollo de las quimeras. Las células humanas y de mono también se influyeron entre sí, como han demostrado los análisis genéticos.

Los experimentos son asombrosos no solo por las cuestiones éticas que plantean. También es inédito que lo hayan conseguido. Nunca antes habían sobrevivido tanto tiempo embriones animales-humanos en el plato de cultivo. Los intentos anteriores con quimeras humanas y de cerdo y quimeras humanas y de ratón habían fracasado, posiblemente debido a la barrera de especies más grande. Las quimeras mono-humano, por otro lado, parecen ser bastante viables, pero esto da lugar a una terrible premonición: si se implantaran en una madre sustituta humana o animal, posiblemente podrían convertirse en un ser vivo independiente.

Juan Carlos Izpisua asegura que no tiene ninguna intención de hacer algo así. Los comités de ética también examinaron sus experimentos de antemano. «Es nuestra responsabilidad como científicos pensar bien en nuestra investigación y seguir todas las pautas éticas, legales y sociales», dijo. El objetivo de sus experimentos, asegura, es comprender mejor el desarrollo embrionario. También ha estado trabajando durante mucho tiempo para criar órganos y tejidos humanos en cerdos para personas enfermas.

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2 Comentarios. Dejar nuevo

  • Es lo que los Papas han llamado: «la ciencia sin conciencia»
    No todo lo que se puede hacer, se debe hacer…Cuando Dios no ocupa lugar en tu corazón, todo es posible, incluso esto.

    Responder
  • J.Messerschmidt
    20 abril, 2021 23:56

    El experimento es totalmente aberrante y, junto al espantoso caso de Vivotecnia, muestra hasta qué punto el ser humano puede pervertirse. Desde un punto de vista teológico, ambos casos son una reiteración grotesca y maléfica del pecado original: el hombre quiere tener el poder de Dios y ejercerlo al margen de toda limitación moral. La soberbia nos hace ignorar nuestros límites: «progreso», «crecimiento económico», «aumento de la esperanza de vida», «desarrollo técnico», etc.: todo sin fin, todo ilimitado; es decir, como si fuéramos dioses, sin sombra de modestia, de piedad, de respeto por la creación y su Creador. Los casos de Izpisua y Vivotecnia son ejemplos de esta «hybris» en el campo científico-técnico. ¿No es ya hora de que digamos basta? ¿De que reconozcamos nuestros límites, los aceptemos y dejemos de jugar a ser dioses? ¿Necesitamos aún más «tecnociencia», no estamos ya casi asfixiados por ella? ¿Por qué somos incapaces de soportar el dolor, la enfermedad, la fatiga, la muerte y para evitarlas estamos dispuestos a todo? ¿Qué hemos aprendido de Cristo? ¿No nos basta con la devastación moral y física que ya hemos provocado? El desarrollo técnico-científico no es un deber ético, ni muchísimo menos, y sin embargo hemos hecho de él un falso dios intocable, un becerro de oro. Pero no es el único de nuestros ídolos contra naturam: ahí están los delirios de la ideología de género, el aborto, la destrucción del medio ambiente, las armas de destrucción masiva y tantísimas otras cosas que son ataques directos contra la naturaleza y su Creador. Hemos ido demasiado lejos y, tarde o temprano, de una u otra manera, pagaremos un alto precio por ello. ¿No es ya hora de renunciar a tanto demoníaco materialismo, a menudo disfrazado de saber y filantropía, aceptar nuestra insignificancia y esforzarnos en crecer espirutalmente en vez de luchar contra nuestra propia naturaleza y de destruir y pervertir la obra del Creador?¿No nos basta con lo que ya tenemos? ¿Por qué más, a cualquier precio, siempre más? Aunque sólo sea por prudencia, urge cambiar el rumbo.

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