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La crisis de Europa: creciente euroescepticismo y caída de la confianza en las instituciones de la democracia liberal

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En relación a la crisis de Europa, el año pasado el prestigioso profesor constitucionalista norteamericano de origen judío Joseph HH Weiler , catedrático de la Universidad de Nueva York, ex profesor de la Universidad de Harvard, ex presidente del Instituto Universitario Europeo de Florencia y considerado uno de los mayores expertos del mundo en integración europea, pronunció una interesante conferencia en la Universidad de Barcelona que llevaba por título «la guerra cultural europea: 2003-2019».

El profesor Weiler explicó que la crisis actual de Europa se manifiesta fundamentalmente de dos maneras: a) creciente euroescepticismo en países como Hungría y Polonia, pero también Italia, Austria y en menor medida Alemania y Holanda; el Brexit es naturalmente una de sus concreciones, y b) la caída de la confianza en las instituciones de la democracia liberal, un fenómeno que no es exclusivo de los países del Este sino que se extiende a todo el continente.

Según el conferenciante, esta crisis no obedece a razones materiales. Países como Polonia o Austria, por ejemplo, casi no han sufrido la crisis económica. También rechaza la opinión de que una gran parte de estos países tenga tendencias fascistas. Por lo tanto, ¿como explicó esta profunda crisis europea que rechaza los postulados liberales? Él cree que nos encontramos ante una crisis espiritual.

Los principales valores europeos, aquellos sobre los que se insiste desde la arena política (que Weiler llama la «Santa Trinidad liberal») son estos tres: derechos fundamentales, democracia y Estado de derecho.

Estos tres vértices son indivisibles. Estos tres valores, esenciales para una vida buena, sin embargo, no ofrecen ningún contenido ni dirección en nuestras vidas. Desde un punto de vista antropológico, se puede afirmar que cualquier persona aspira a darle un significado a su vida (Viktor Frankl, «El hombre en busca de sentido»), necesidad que se origina por la finitud y brevedad de nuestra existencia. Este deseo ontológico de dar significado a nuestras vidas, más allá de un interés puramente personal, no se ve saciado con estos valores liberales que ponen al individuo y sus derechos en el centro del debate. Es un discurso necesario, pero no suficiente. Faltan los deberes y las responsabilidades para la comunidad.

Weiler cree que hay otra serie de valores, a los que llama «Trinidad profana», que sí ofrecen un contenido comunitario: son el patriotismo, la identidad y la religión. Los tres se pueden convertir en excluyentes y arrastrarse por el camino del fascismo, pero no tiene que ser necesariamente así.

Existe también una tradición noble y republicana que permite al individuo sentirse copartícipe del Estado sin caer en tentaciones nacionalistas o autoritarias. La democracia no puede quedar reducida sólo a elecciones periódicas, sino que debe fomentar el sentimiento de pertenencia a una comunidad concreta. Por otra parte, la identidad nacional de los países, como la de las personas, no es fungible, es única, cada uno de nosotros tiene una dignidad inherente.

Así, mientras todos los países de la UE comparten la trinidad de los valores liberales, también tienen cada uno de ellos una identidad propia que los distingue de los demás.

Sin embargo, la integración europea ha ejercido cierta presión sobre estas identidades singulares, lo que es un error, porque las identidades colectivas que nos trascienden y que nos permiten «pertenecer» reconfortan, abrazan y dan un sentido. La religión, por su parte, supone también la introducción de un discurso de deberes y responsabilidades que hoy está ausente en nuestra cultura política secularizada. Y son precisamente los deberes de cuidado y las responsabilidades los que forjan los lazos y los vínculos de solidaridad con nuestros conciudadanos.

Este rechazo a dar contenido sustantivo al proyecto de integración europeo comenzó en 2003, cuando con las discusiones sobre la Constitución europea (Tratado constitucional) los dirigentes europeos dijeron no incluir el cristianismo entre los valores comunes de la tradición europea , a pesar de que una mayoría de ciudadanos se mostraba a favor. Esta tensión identitaria culmina actualmente con la salida del Reino Unido de la UE.

En conclusión, la UE y sus Estados miembros, según Weiler, han dado valor a la trilogía liberal, pero han ignorado su contenido sustantivo. Sin embargo, otras voces nos están recordando su importancia, lo que explica el auge de las políticas identitarias. El problema es que las propuestas identitarias únicamente las están abanderando dirigentes como Marine Le Pen o Viktor Orban.

Weiler piensa que este proceso cultural se puede remontar a décadas anteriores a 2003 y que su reversión también requerirá mucho tiempo. Se resiste a admitir que Europa sea sólo una denominación geográfica o sencillamente un área de integración económica. Está convencido de que la integración europea no es un proyecto resignado de vida en común, sino que responde a un impulso de unión política y un deseo de constituir una comunidad ética diferenciada.

Otro analista geopolítico actual, también muy prestigioso y estadounidense, Francis Fukuyama, ha publicado recientemente el libro «Identidad», que comparte claramente las tesis de Weiler cuando afirma que «es claro que ni el nacionalismo ni la religión desaparecen como fuerzas esenciales de la política mundial porque las actuales democracias no han sido capaces de resolver los problemas de la dignidad de la persona «.

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