Hace poco me invitaron a una comida, un banquete al que estaban invitadas muchas otras personas, y cuyo anfitrión era una distinguida personalidad. Dada la solemnidad del evento, decidí llegar unos minutos antes, para evitar el riesgo de hacerlo con la lengua fuera. Llegué el primero, quince minutos antes de la hora fijada por el anfitrión. Poco a poco fueron llegando otros invitados, pero cuando llegó la hora muchos asientos aún estaban vacíos. Sin embargo, el anfitrión no esperó y mandó a los camareros dar comienzo a la fiesta.
Empezaron a servir los platos, y mientras lo hacían seguían llegando invitados. Algunos, además, corrían a ocupar sitios próximos a la mesa presidencial, sin ningún tipo de rubor y sin temor a poder molestar a los invitados de otras mesas por entre las que pasaban tranquilamente. Durante toda la comida continuó el goteo incesante de invitados rezagados. Hubo alguno que llegó cuando ya se estaban sirviendo los postres, y, ni cortos ni perezosos, se sentaron dispuestos a ser servidos. Alguno, incluso, dio buena cuenta de la tarta y acto seguido se levantó y se marchó. Lo mismo hicieron un número no pequeño de invitados en cuanto el anfitrión dio por finalizada la comida. Sin acercarse a darle las gracias por la opípara comida que acababan de degustar, salieron del recinto a toda prisa. Fuimos pocos los que nos quedamos para dar gracias a tan generoso anfitrión.
La puntualidad brilla por su ausencia en gran parte, por no decir en todas, las misas, y el agradecimiento por lo recibido es práctica de solo unos pocos.
Todo esto que acabo de relatar, en realidad no sucedió. Me lo he inventado todo. O no. Porque realmente ocurre, todos los días, en todas las iglesias en las que se celebra misa católica. No digamos ya los domingos. Son muchos los que llegan tarde (siempre los mismos, normalmente), y más aún los que, una vez acabada la misa, salen corriendo del templo, aún con la comunión casi en la boca. Algunos ni siquiera esperan a que el sacerdote entone el ite missa est. La puntualidad brilla por su ausencia en gran parte, por no decir en todas, las misas, y el agradecimiento por lo recibido es práctica de solo unos pocos.
Hace tiempo leí un comentario al respecto de un sacerdote. «Cuando los ángeles anunciaron a los pastores la buena nueva, fueron corriendo hacia Belén. Así, con la misma sed, deberías acudir a la Santa Misa. ¿Por qué llegas siempre tarde? ¿Acaso no estás sediento? ¿O más bien será que estás saciado de cosas y tareas que te impiden sentir la sed de Dios?»
Cuando uno va a la ópera, o a un concierto de música clásica en un auditorio, si llega tarde se encuentra con las puertas cerradas, y no puede entrar hasta que hay un intermedio. La gente lo entiende y lo respeta, y se preocupa de llegar a tiempo para no perderse nada. ¿Por qué con la misa, que es algo mucho más importante que un concierto, no ocurre lo mismo?
Asisto a misa todos los días, a las siete y media de la mañana. A pesar de la hora, cerca de cien personas se dan cita cada día en la iglesia a la que voy. Aproximadamente la mitad, si no más, llegan tarde. Y eso que se trata de misa de diario, a la que se supone que asiste gente que intenta tomarse un poco más en serio la vida cristiana. Si hablamos de un domingo, las estadísticas son aún peores.
Cuando entendemos la misa como una obligación, o como una suerte de norma inserta en un plan de vida, pasa eso.
Cuando entendemos la misa como una obligación, o como una suerte de norma inserta en un plan de vida, pasa eso. Llegamos tarde, buscamos la misa más corta posible, nos distraemos con el vuelo de una mosca… Y si por casualidad llegamos pronto, comentamos la semana con el que tenemos al lado, en lugar de recogernos y contársela a Dios… o preparar la misa, que bien lo merece. Nos falta amor, y convertimos las prácticas de piedad en una especie de cumplimiento, cumplo y miento.
No nos damos cuenta de que Cristo, dentro del Sagrario, nos está esperando. Y que cada vez que llegamos tarde se entristece. ¿De verdad no puedes llegar antes? ¿Cuánto tiempo antes deberías levantarte para llegar puntual? ¿Cinco minutos? ¿Diez? ¿Y no merece la pena? ¿No merece la pena robarle diez minutos al sueño, que no te van a solucionar nada, y empezar la misa sin prisas y habiéndose preparado un poco para acto tan solemne? Hablo de una misa de mañana, pero en las de tarde la gente también llega tarde. Entonces esos diez minutos habrá que robárselos a cualquier otra actividad en lugar de al sueño, pero, seguro, mucho menos importante que la misa.
Otra razón, menos importante, pero no desdeñable, para llegar pronto, son los demás. Cuando tú llegas tarde, distraes a los que han llegado pronto. No es fácil concentrarse, evitar las distracciones que vienen de dentro (pensamientos, preocupaciones, etc.), como para encima tener distracciones externas.
Pienso que todos los sacerdotes, en todas, o al menos en casi todas las misas, de domingo y de diario, deberían recordar esto. «Recuerda que Cristo te está esperando. No llegues tarde a misa». Así de corto. Así de fácil. Así de importante.
Harina de otro costal, y motivo de otro artículo (aunque íntimamente relacionado con este), sería el tema de los móviles que suenan en la iglesia (¡y muchas veces son atendidos!), los cuchicheos durante la misa, el jolgorio de los niños y no tan niños, y un largo etcétera.
Decía el otro día uno de los sacerdotes de mi parroquia que ni la misa quita tiempo, ni la limosna da pereza. Esa sería la mentalidad, si nos diéramos cuenta de lo que realmente significa la misa. Que cuando asistimos a ella, estamos entrando en la eternidad, estamos degustando un trocito de Cielo. ¿No es mejor eso, y mucho más importante, que cualquier tarea mundana?
Ni la misa quita tiempo, ni la limosna da pereza. Esa sería la mentalidad, si nos diéramos cuenta de lo que realmente significa la misa Compartir en X







2 Comentarios. Dejar nuevo
¡ Qué artículo ! ¡Por Dios, qué gran artículo !
El primer mandamiento de la Iglesia (catecismo 2042) es oír Misa ENTERA los domingos y fiestas de guardar.
¿Los impuntuales, que son muchos, no saben que «entera» es «completa»? Desde que el celebrante sale de la sacristía hasta cuando, luego de decir él «Podéis ir en paz», los fieles decimos «Demos gracias a Dios», y él entra en la sacristía. ¿Muy difícil?
Entre sacerdote y feligrés:
—Padre, ¿si llego tarde, la Misa me vale?
—Sí. Se ve que te vale…
Pues me parece un lujo poder ir a misa de 7,30 en día laborable. Realmente no es nada fácil encontrar
sitios donde poder ir a misa a las 7,30 de la mañana. En pueblos raro, en ciudades: en muy poquitas iglesias.
Hoy en día es un lujo o una suerte, vivir cerca de la parroquia y del lugar de trabajo.
Lo más probable es que esas personas que acuden a misa en dia laborable y llegan tarde viven lejos, han madrugado, mucho o muchísimo, han inventado mil formas de llegar (en coche ya es muy difícil en ciudades grandes).
Quien va a las 7,30 en dia laborable seguramente lo hace porque sabe que por su vida profesional o su situación familiar le va a ser casi imposible ir a otra hora.
Bastante estrés deben soportar muchos de los que intentan llegar a misa en dia laborable, para que encima se les critique.