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La política como el arte de eludir nuestras carencias

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Según el Instituto Nacional de Estadísticas en 1990 hubo en España 220.533 matrimonios. En 2019 la cifra se redujo a 162.714, en cambio, en las mismas fechas se pasó de 59.543 separaciones a 99.444.

Estos datos del fracaso de la afectividad son tristemente compatibles con los fracasos afectivos a los que son sometidos los menores fruto de esos matrimonios desechos. Se estima que un 27% de menores sufren disfunciones familiares, un 16,7% padecen abusos físicos y un 14,8% abusos sexuales.

¿Qué afectividad puede lograr un joven cuya infancia haya sido un cúmulo de desafectos conscientes o inconscientes? ¿Qué perspectiva de la sexualidad cabe esperar de una sociedad profundamente dañada en la configuración de su afectividad? ¿Tal vez no habíamos notado que cada vez son más estrafalarias las formas de entender las relaciones afectivas?

La política dominante es esclava del voto de la masa para alcanzar el poder. Y la masa, como ya advirtiera Ortega y Gasset, se rige más por las vísceras que por la racionalidad. Son malos tiempos para plantearse políticas que ayuden realmente a las personas. Por ello es predecible la prioridad que se da a los problemas que tengan algún vínculo con la sexualidad, la afectividad o la identidad.

A modo de ejemplo, si consideramos los delitos de odio registrados en España durante 2016[1], los motivados por razón del sexo, género y orientación sexual suponen solo un 21,3%. El resto fueron por racismo y xenofobia, 32,7%; discapacidad, 20,6%, ideológicos 20,4% o religión, 4%. Sin embargo, las leyes priorizan los primeros frente a todos los demás. La desaforada violencia con la que irrumpen leyes de apoyo al colectivo LGTB tienen menos que ver con derechos humanos que con empatizar con cualesquiera formas de sentir la afectividad y la sexualidad. No es la dignidad de las personas lo que se protege sino su forma de entender la afectividad o la sexualidad. Y lo mismo que no se cuestiona el aumento del consumo de prostitución en heterosexuales tampoco se cuestiona el aumento alarmante de la promiscuidad en homosexuales. No es un problema de homosexualidad o heterosexualidad, sino un problema de sexualidad lo que arrastramos en España.

Que determinados grupos políticos instrumentalicen la emotividad de estos colectivos no sirve más que para excitar a otros grupos políticos para que reaccionen de modo no menos visceral.

Pero, a su vez, no es meramente un problema de sexualidad, es un problema de afectividad: esa afectividad frustrada que señalaba más arriba. Que determinados grupos políticos instrumentalicen la emotividad de estos colectivos no sirve más que para excitar a otros grupos políticos para que reaccionen de modo no menos visceral. Por lo que se ve, nadie atiende al origen del problema: la configuración afectiva de nuestra personalidad. Y ésta, en nuestra sociedad, crece lastrada por carencias (en homosexuales y en heterosexuales, por supuesto). Ni los heterosexuales están legitimados para esgrimir ninguna superioridad moral ni los homosexuales pueden reducir la problemática de su sufrimiento a la estigmatización social.

No menos afectado por esta deriva del problema de la afectividad se encuentra el movimiento feminista. O más exactamente, los movimientos feministas, pues pese a la convicción generalizada, el feminismo no es un movimiento político homogéneo sino un conjunto de movimientos con elementos comunes que coexisten con elementos radicalmente contrapuestos.

De este modo, la creación de la Plataforma contra el borrado de las mujeres surge de la necesidad de las feminista radicales de la 2ª ola de rebelarse contra el feminismo de la doctrina Queer que exige el reconocimiento de la identidad sentida. Para las primeras, no se puede legislar desde sentimientos subjetivos desplazando al sexo en el fundamento de la identidad. Para el feminismo trans, en cambio, es necesario respetar la identidad sentida incluso en un menor por encima de la opinión de sus padres hasta recurrir a la hormonación. ¿Quién se preocupa de la autoestima de estos menores condicionada por la estabilidad emocional de sus progenitores? Ni siquiera en adultos la reversión del sexo soluciona el sufrimiento de las personas. De nuevo el gran olvidado es el fundamento psíquico de nuestros problemas.

Mucho antes de esta confrontación en el seno del feminismo, la ley contra la violencia de género también fue denunciada, nada más salir, por feministas socialistas que alertaban del grave peligro de ignorar u ocultar cualquier motivación de la violencia diferente al género: alcoholismo, trastornos mentales, desesperación por medidas abusivas en la custodia de los hijos, disfunciones familiares, etc. (“Un feminismo que también existe”, El País, 18 de marzo de 2006).

Por lo que se ve, los temas estrella para la movilización del ideario propagandístico están directamente implicados en los desaguisados de una afectividad desestructurada. Pero la lógica del poder político actúa como excitador de esta, huyendo hacia delante.

Los fracasos afectivos advertidos al principio se sostienen y, a su vez, fundamentan comportamientos narcisistas incapaces de enfrentar la persona a sus propios límites con humildad y deficiencias. Por eso mismo, no fallan los matrimonios, como decía la psicóloga Mª José de Ben, falla que no hay un hombre o una mujer construidos.

Se impone comenzar una prospección a los entresijos de nuestro psiquismo para explorar las carencias y deficiencias que arrastramos para lograr una comprensión del propio yo. Solo entonces llega a ser posible superar la asignatura pendiente de los españoles: la autoestima, reconciliarse con uno mismo, con los propios límites y deficiencias. Una reconciliación que hará superfluo detectar de forma ansiosa los defectos y “crímenes” de los seguidores de la opción política contraria a la nuestra. El calificativo “extrema derecha” “rojos progres” no son más que etiquetas que sirven para arrojar nuestra visceralidad con rabia, al mismo tiempo que nos ahorra el engorroso trabajo de indagar en la racionalidad de nuestro punto de vista.

Sin embargo, más allá de estos vericuetos políticos, algo se está rompiendo en nuestra sociedad cuando el número de suicidios ha pasado de 1.652 en 1980 a 3.910 en 2014. Algo se está rompiendo en nuestra sociedad cuando la ayuda legal al suicidio se denomina “muerte digna”. Algo se está rompiendo en nuestra sociedad cuando el número de ancianos maltratados multiplica por diez el número de mujeres maltratadas a pesar de que apenas se publicite esta forma de violencia (su denuncia no cuenta con ninguna subvención).

¿Les parece bien que hagamos una exploración por los embrollos de nuestra psicología para indagar los mecanismos desde los que podamos ascender a esta plenitud del amor? No solo es posible, sino que, por otro lado, no hemos nacido para otra cosa. Tal es el sentido del libro que me he sentido impulsado a escribir. No para abordar las cuestiones políticas que he aludido más arriba, sino para ir a una raíz que sí es universal, de derechas y de izquierdas. Urge iluminar este problema: El problema del amor. Pues la incapacidad de amar en nuestra sociedad es condición y efecto de una psicología mal integrada.

[1] Informe sobre la evolución de los incidentes relacionados con los delitos de odio en España, 2016. Ministerio del Interior. Secretaría de Estado de Seguridad, Gabinete de coordinación y estudios.

Se impone comenzar una prospección a los entresijos de nuestro psiquismo para explorar las carencias y deficiencias que arrastramos para lograr una comprensión del propio yo Clic para tuitear

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