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La realidad oculta de la eutanasia

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La eutanasia y el suicidio asistido han sido promovidos como actos de compasión y autonomía personal. Sin embargo, detrás de la  falsa retórica de una muerte digna y sin sufrimiento, se esconde una realidad mucho más oscura que pocos están dispuestos a reconocer.

La reciente elección de Brad Sigmon, un condenado a muerte en Carolina del Norte, para ser ejecutado por pelotón de fusilamiento en lugar de la silla eléctrica o la inyección letal, expone una contradicción clave en la narrativa de la eutanasia. Si un prisionero teme los métodos de ejecución por su potencial de causar dolor extremo, ¿por qué deberíamos creer que la eutanasia es un procedimiento indoloro y digno? La evidencia indica lo contrario.

El mito de una muerte pacífica

Los defensores del suicidio asistido insisten en que es un proceso tranquilo y sin dolor, en el que la persona simplemente toma una pastilla y se duerme para no despertar. No obstante, los datos indican que este no es el caso.

En 2023, una persona que optó por el suicidio asistido en Oregón tardó 137 horas en morir. Esta cifra desafía la idea de que la eutanasia es una solución rápida y eficiente para aliviar el sufrimiento. Si se tratara de una muerte garantizada y sin dolor, tales retrasos no existirían.

Asimismo, los cocteles de medicamentos utilizados para inducir la muerte han sido descritos como extremadamente dolorosos.

Según el Dr. William Toffler, estos brebajes pueden provocar sensaciones de ardor en la garganta y un proceso de agonía prolongado. Sumado al acto terrible en si mismo de acabar con la vida.

En lugar de proporcionar alivio inmediato, el suicidio asistido puede convertirse en una tortura lenta, comparable a los métodos de ejecución que incluso los condenados a muerte temen.

Experimentos con humanos: la cruda realidad del suicidio asistido

Un aspecto alarmante del suicidio asistido es la forma en que se han desarrollado los cócteles de drogas letales.

A diferencia de los medicamentos convencionales, que son sometidos a rigurosos ensayos en animales antes de ser aprobados para uso humano, los cócteles utilizados para el suicidio asistido han sido experimentados directamente en personas.

Un artículo de JoNel Aleccia, publicado por Kaiser Health News en 2017, reveló que los activistas del suicidio asistido han probado diversas combinaciones de fármacos para encontrar una opción más barata.

En uno de estos experimentos, la primera mezcla de medicamentos causó un dolor insoportable al quemar la boca y la garganta de los pacientes, provocando que algunos gritaran en agonía. La segunda combinación, utilizada en al menos 67 casos, resultó en muertes que tardaron hasta 31 horas.

De manera similar, un artículo de Jennie Dear publicado en The Atlantic en 2019 expuso el desarrollo del cóctel letal conocido como DMP, el cual también generó sufrimiento innecesario.

En uno de los casos documentados, un hombre de 81 años con cáncer de próstata tardó 18 horas en morir.

El hecho de que estos cócteles hayan sido probados directamente en pacientes sin ensayos previos en animales demuestra una preocupante falta de regulación y ética en la práctica del suicidio asistido.

Expansión inevitable y la manipulación del discurso

Un patrón común en los países donde se ha legalizado el suicidio asistido es la expansión gradual de las leyes. En un principio, estas leyes se presentan con límites estrictos para tranquilizar a la opinión pública y evitar preocupaciones sobre posibles abusos. No obstante, con el tiempo, los defensores del suicidio asistido trabajan para ampliar los criterios de elegibilidad y reducir las restricciones.

Por ejemplo, en Canadá, la ley de eutanasia se aprobó inicialmente solo para personas con enfermedades terminales. Hoy en día, la legislación ya permite la eutanasia para personas con discapacidades y enfermedades mentales. Este patrón de expansión también se observa en otros países y estados donde el suicidio asistido ha sido legalizado.

La estrategia del lobby del suicidio asistido consiste en hacer que la legalización inicial parezca inofensiva y controlada, para luego modificar la legislación y hacerla más permisiva. Esta táctica plantea una pregunta crucial: ¿cómo podemos confiar en un sistema que continuamente cambia sus propios límites?

La narrativa a favor de la eutanasia se basa en la idea de que proporciona una muerte digna y sin dolor.

Sin embargo, los datos y testimonios demuestran que la realidad es muy diferente. Desde los experimentos inhumanos con cócteles de drogas hasta los casos documentados de muertes prolongadas y dolorosas, la eutanasia y el suicidio asistido están lejos de ser el procedimiento compasivo que sus defensores afirman.

La decisión de Brad Sigmon de evitar la inyección letal debido a su potencial de causar una muerte lenta y agonizante debería hacernos reflexionar. Si un condenado a muerte reconoce los riesgos de este método, ¿cómo podemos aceptar la mentira de que el suicidio asistido es un acto humanitario?

Antes de aceptar la eutanasia es fundamental analizar los datos y cuestionar la narrativa impuesta por el lobby del suicidio asistido. La vida humana no es un experimento ni un cálculo económico; es un derecho fundamental que debe ser protegido, no manipulado bajo una falsa promesa de dignidad.

La vida humana no es un experimento ni un cálculo económico; es un derecho fundamental que debe ser protegido, no manipulado bajo una falsa promesa de dignidad. Share on X

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