Su conquista transformó el mapa político y espiritual de la Península, consolidando a Aragón como potencia emergente.
Caballeros venidos de Europa, resistencia musulmana, milagros logísticos y una generosidad inesperada marcaron uno de los episodios clave de la Reconquista.
El 18 de diciembre de 1118 no fue un día más en la historia peninsular. Tras meses de asedio agotador, Alfonso I el Batallador logró entrar en Zaragoza y recuperar para la cristiandad una de las ciudades más importantes del valle del Ebro.
Aquella victoria, que no solo fue militar sino también religiosa, abrió un nuevo horizonte para Aragón, transformando un reino pequeño y montañoso en una potencia capaz de proyectarse hacia el sur, hacia el Mediterráneo y hacia la historia futura de España.
Fue una cruzada en toda regla, con la presencia de caballeros europeos, estrategias arriesgadas y un sentido profundo de misión cristiana.
Un asedio agotador que comenzó como una cruzada internacional
El cerco de Zaragoza se inició el 22 de mayo de 1118. Fiel a su espíritu combativo y profundamente religioso, Alfonso I convirtió aquella campaña en una auténtica cruzada, convocando a caballeros de distintas regiones cristianas. Entre ellos destacó Gastón de Bearne, veterano compañero del rey, que aportó máquinas de asedio, catapultas y ganchos para romper las murallas.
Los hombres de Bearne fueron los primeros en abrir brechas en las defensas almorávides. En pocas semanas lograron extenderse alrededor de la fortificada urbe, aunque todavía resistía con fuerza la Aljafería, la gran ciudadela de Zaragoza. Las tropas musulmanas se prepararon allí para aguantar el embate cristiano, mientras que en el exterior, los cruzados intentaban mantener el cerco pese a los problemas logísticos.
El desánimo empezó a cundir entre algunos caballeros europeos cuando corrió la noticia de que desde Granada se había movilizado un gran ejército almorávide dispuesto a socorrer la ciudad. Muchas tropas francas abandonaron la campaña. Solo los más fieles, encabezados por Gastón de Bearne, permanecieron al lado del Batallador.
Meses de resistencia: hambre, frío y una ciudad al borde del colapso
A medida que avanzaban los meses, las dificultades crecieron para ambos bandos. Los sitiadores sufrían escasez de víveres, y los sitiados estaban al borde de la extenuación. El obispo de Huesca llegó a vender los bienes de su iglesia para comprar comida y sostener a los soldados cristianos.
Dentro de la ciudad, la situación era igualmente desesperada.
Faltaba pan, faltaba agua, faltaban fuerzas. La población musulmana estaba agotada por el asedio y por el temor creciente a un final violento. Ambos bandos sabían que el desenlace estaba cercano, pero ninguno cedía. Zaragoza estaba llamada a caer, pero aún resistía.
La oportunidad decisiva: un vacío de poder en el enemigo
La situación cambió radicalmente cuando Alfonso recibió una noticia inesperada: el jefe granadino Ibn Mazdalí, líder de las tropas almorávides que venían en socorro de Zaragoza, había muerto repentinamente. Su ejército, desconcertado y sin liderazgo, comenzó a dispersarse.
El Batallador comprendió que era el momento de actuar. Ordenó el ataque final inmediatamente. Los cruzados, animados por la oportunidad, redoblaron la presión sobre las murallas debilitadas. La ciudad, sin apoyo exterior y exhausta tras meses de asedio, finalmente cedió. Zaragoza cayó el 18 de diciembre de 1118.
La entrada de Alfonso I: firmeza militar y generosidad cristiana
La conquista no fue una carnicería ni un saqueo indiscriminado. Alfonso I quiso que las capitulaciones fueran ejemplares. A los 20.000 musulmanes que vivían en Zaragoza se les ofreció la posibilidad de abandonar la ciudad con sus bienes. La mayoría decidió quedarse.
El Batallador les garantizó condiciones sorprendentemente generosas para la época: conservarían sus propiedades, pagarían los mismos impuestos que antes de la conquista y podrían mantener su religión y sus leyes. La única condición era residir en los arrabales y no dentro del casco urbano para evitar disturbios.
La magnanimidad del rey cristiano dejó atónitos a muchos de los musulmanes, que esperaban un castigo radical.
Esta política no solo evitó tensiones inmediatas, sino que permitió que la ciudad se estabilizara rápidamente tras el cambio de dominio.
Cristianización y renacimiento: Zaragoza vuelve a ser ciudad cristiana
Con la llegada de Alfonso, comenzó una rápida cristianización de Zaragoza. La población que había participado en la conquista fue asentada en la ciudad vieja, mientras nuevos cristianos llegados desde diversos puntos de Aragón y del norte de la Península repoblaron los barrios exteriores.
En pocas semanas, Zaragoza volvió a latir como un centro urbano dinámico. La antigua sede episcopal fue restaurada. Se reorganizó la vida religiosa, se abrieron iglesias y se reconstruyeron templos. La presencia cristiana volvió a arraigar en una ciudad que había sido clave en la Hispania romana y visigoda.
Una victoria que cambió para siempre el destino de Aragón
La conquista de Zaragoza permitió que el pequeño Reino de Aragón, nacido apenas ochenta años antes, se transformara en una potencia política y militar. Con la antigua capital del valle del Ebro integrada en su territorio, Aragón adquirió una fuerza que le permitió crecer hacia el sur y convertirse en protagonista de la Reconquista.
Aquel 18 de diciembre no solo significó la caída de una ciudad: abrió el mapa entero de Aragón hacia nuevas conquistas y consolidó a Alfonso I como uno de los reyes más decisivos de la España medieval. Fue un episodio clave en la larga, dura y fascinante historia de la Reconquista.





