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La sociedad enfrentada

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El feminismo de género tiene como necesidad generar una sociedad enfrentada. Es la consecuencia de presentar al conjunto de los hombres como miembros y responsables del patriarcado entendido en un sentido peyorativo, una estructura nunca bien establecida, cuyo único fin es oprimir y explotar a las mujeres en benefició de los hombres. Cuando describimos la realidad en estos términos, no podemos dejar de preguntarnos cómo tamaña arbitrariedad ha sido asumida por tantas mujeres y hombres. Obviamente no somos tan inocentes como para no entender los cálculos políticos que están en su trasfondo. De hecho, describirlos es una parte importante de las informaciones de ForumLibertas en materia de perspectiva de género y, por tanto, los tenemos bien presentes.

Pero, la pregunta no se refiere a los propagadores interesados por razones de poder y beneficio, sino a aquellos otros que lo siguen porque creen en ello con la fe del carbonero. Creemos que la respuesta a esta segunda cuestión se relaciona con la confusión que impera sobre el concepto de la perspectiva de género, a pesar de tener un contenido bien establecido.

Los Estados Unidos es la sociedad donde es más evidente la reacción ante el conflicto desplegado por aquella ideología.  Seguramente porque sus dinámicas sociales son precursoras de gran parte de las que sigue Occidente. La fuerte reacción del trumpismo llevó en volandas a la presidencia de la primera potencia mundial a un candidato increíble. Ganó, eso sí con menos votos que su adversaria Hillary Clinton, perfecta simbiosis del poder establecido y el feminismo, como lo sigue siendo la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi. Y aquella reacción ha desembocado en una contra reacción muy fuerte, cuya vanguardia la constituye el feminismo de género y LGBTI. El resultado es la acentuación de la guerra cultural que viven los Estados Unidos de la mano de las políticas de género:  la construcción de dos bandos. Uno, formado por una mayoría masculina y por las mujeres que no se sienten identificadas con el estereotipo de la mujer de género. Son aquellas que consideran que el matrimonio con vocación de estabilidad, la fidelidad mutua y la maternidad son fundamentos de la vida humana bien vivida, y en su caso de la mujer. En el otro bando se encuentran las mujeres del gender, y parte de los hombres que asocian esta cuestión con el progresismo. Y esto explica que una parte importante de la agenda política y mediática sea la cuestión del aborto, las políticas de género y la igualdad entendida como una cuestión entre hombres y mujeres, más que de redistribución de la renta. También el matrimonio homosexual sigue siendo bandera. Es el imperio de la censura sobre la publicidad, las letras de las canciones y la obsesión por la paridad asimétrica. Es una forma de limitación de la libertad de expresión, que si fuera ejercida en nombre de cualquier otra creencia sería tachada de totalitaria. El feminismo de género ya no trata del derecho de las mujeres y su igualdad de oportunidades con los hombres, sino de la igualdad de resultados, contrariando así todo criterio de méritos propios. Son las cuotas, necesariamente asimétricas, porque solo se consideran desiguales los ámbitos donde hay menos mujeres, y no donde hay menos hombres. Eso es normal, como lo es toda situación adversa para ellos, sea la mayor abundancia de repetidores y de abandono escolar, sea de jóvenes que no estudian ni trabajan.

En el dominio del lenguaje reside parte de su éxito político. Feminismo. El “ismo” de la condición femenina designa algo bueno, pero no existe el masculinismo, sino el machismo, para designar los comportamientos del hombre. Si las mujeres votan a mujeres es feminismo, y eso está bien, pero si los hombres votan a hombres es sexismo, y responde a una actitud muy grave, aliada del fascismo. Si en una profesión hay más hombres que mujeres esto es brecha de género y desigualdad, pero si está feminizada, como ocurre en ámbitos tan importantes como las ciencias jurídicas y de la salud, como en el caso de España, esto no cuenta a la hora de considerar el papel de la mujer en la sociedad.

El bien y la justicia son solo aquello que responde a los presupuestos de la ideología del feminismo de género.

En las pasadas elecciones de los Estados Unidos aquella división era ya bien perceptible. En los sondeos a pie de urna, Clinton ganó por 14 puntos porcentuales entre las mujeres, mientras que Trump hacía lo propio entre los hombres por 12,5 p.p de margen. Hoy estas diferencias se han multiplicado. Tanto es así que, en la perspectiva para las elecciones del 2020, las candidatas más destacadas para oponerse a Trump son tres senadoras y una congresista demócratas. Elizabeth Warren de Massachusetts, Kamala Harris de California, Kirsten Gillibrand de Nueva York, y Tuisi Gabbard de Hawái. Claro que esto no es definitivo, entre otras razones porque las primarias demócratas acostumbran a ser lo más parecido a una guerra civil sin muertos, pero la realidad de la polarización causada por el feminismo de género como dinámica política es muy evidente.

La cuestión de fondo es ¿a dónde conduce este enfrentamiento inédito en la historia humana entre mujeres y hombres motivado por una doctrina que basa en ello su razón de ser?, y ¿cómo de destructivo resulta para la convivencia y el bienestar de la sociedad y la felicidad de las personas? Necesitamos diagnósticos que desvelen las múltiples y terribles consecuencias que esta lucha depara.

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