La violencia yihadista vuelve a teñir de sangre a la República Democrática del Congo. El pasado 8 de septiembre, hacia las 21 horas, el pequeño pueblo de Nyoto, en la provincia oriental de Kivu del Norte, fue escenario de una de las matanzas más brutales de los últimos años.
Según los testimonios de los sobrevivientes, un grupo de alrededor de cuarenta combatientes de las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF), armados con machetes y fusiles, irrumpió en la aldea sembrando el terror.
El balance inicial hablaba de 61 muertos; con el paso de las horas, la cifra ascendió a 72 cristianos asesinados, y no se descarta que el número final sea aún mayor.
Una estrategia del terror
Los atacantes no se limitaron a irrumpir en el poblado. Quemaron automóviles y entre 15 y 30 viviendas, para después dirigirse hacia una casa donde decenas de cristianos participaban en una vigilia fúnebre.
Allí perpetraron una carnicería indiscriminada, asesinando a familias enteras, mujeres y niños incluidos. La mayoría de los cuerpos recuperados mostraban señales de haber sido mutilados con machetes, un patrón de brutalidad que se repite en los ataques de este grupo. Como en tantas otras ocasiones, las fuerzas del orden llegaron tarde: cuando se hicieron presentes, los yihadistas ya se habían esfumado entre la selva.
El Estado Islámico no tardó en reivindicar la masacre, alardeando de haber matado a casi un centenar de cristianos.
Más allá de la exageración en las cifras, la reivindicación sigue la lógica propagandística del grupo: mostrar poder, infundir miedo y reclutar adeptos. Al presentarse como más audaces y violentos que Al Qaeda y sus filiales, los yihadistas buscan atraer jóvenes combatientes y consolidar alianzas con grupos criminales locales.
Quiénes son las ADF
Las ADF nacieron en Uganda entre 1995 y 1996 bajo el liderazgo del islamista Jamil Mukulu, con el objetivo de derrocar al gobierno. Sin embargo, desde hace más de dos décadas trasladaron su base de operaciones al este del Congo, una región marcada por la fragilidad institucional y la riqueza en recursos naturales. Allí han desplegado sus acciones más devastadoras: ataques a aldeas, iglesias, mercados y puestos militares.
En 2016 juraron fidelidad al Estado Islámico, y desde 2019 forman parte de ISCAP, la Provincia del Estado Islámico en África Central, junto al grupo Ansar al-Sunna que actúa en Mozambique. Esta integración les ha permitido acceso a redes más amplias de financiación, propaganda y entrenamiento.
Una cadena de masacres
El ataque en Nyoto no es un hecho aislado. Apenas unas semanas antes, en julio, las ADF asaltaron una iglesia católica en Komanda, en la vecina provincia de Ituri. Allí, durante otra vigilia de oración, asesinaron a 43 personas, incluidos nueve niños. En febrero, en la localidad de Kasanga (Kivu del Norte), perpetraron otra atrocidad: secuestraron a 70 habitantes, los mantuvieron cautivos durante días y finalmente los ejecutaron a golpes de martillo y machete.
Apenas un día después de la masacre en Nyoto, el mismo grupo atacó los alrededores de la ciudad de Beni, con más de 200 mil habitantes, asesinando a 18 cristianos.
Los ataques se multiplican y se encadenan, dejando a su paso un reguero de miles de desplazados internos, obligados a huir hacia campos de refugiados en busca de seguridad.
La respuesta del Estado congoleño
El gobierno de la República Democrática del Congo emitió un comunicado tras los hechos, prometiendo apoyo humanitario a la provincia del Kivu del Norte y reafirmando su compromiso de continuar las operaciones militares contra los terroristas. Según las autoridades, esas operaciones ya habrían destruido varias bases y liberado a civiles secuestrados.
Sin embargo, los analistas ponen en duda la eficacia de estas medidas. El International Crisis Group advierte que las intervenciones militares del gobierno han sido débiles, discontinuas y mal coordinadas. El resultado ha sido la dispersión temporal de los combatientes, que luego resurgen en pequeñas células aún más violentas. Como explicó el investigador Onesphore Sematumba, “es como patear un hormiguero: los grupos se esparcen y actúan con más rabia”.
Una crisis humanitaria y de seguridad
La región oriental del Congo sufre un cóctel explosivo: riquezas minerales inmensas, fragilidad estatal y presencia de grupos armados. Para las ADF y otros movimientos yihadistas, estas condiciones representan un terreno fértil para crecer y afianzarse. El control sobre minas de oro, coltán y otros recursos les asegura ingresos millonarios, mientras que la debilidad de las fuerzas de seguridad les permite operar con relativa impunidad.
Las víctimas son, en su mayoría, poblaciones rurales cristianas que quedan atrapadas en la violencia. Los supervivientes se ven obligados a abandonar sus hogares y unirse a los millones de desplazados internos que ya existen en el Congo, un país marcado por décadas de conflictos armados.
La matanza de Nyoto confirma que las ADF siguen siendo una de las organizaciones yihadistas más sanguinarias de África central. Su vínculo con el Estado Islámico no solo refuerza su capacidad operativa, sino también su papel en la estrategia global del yihadismo.
Mientras tanto, el Estado congoleño muestra una preocupante incapacidad para proteger a sus ciudadanos y garantizar la paz en una región devastada por la violencia.
Cada nuevo ataque erosiona aún más la cohesión social y la confianza en las instituciones.
El desafío para el Congo y la comunidad internacional es enorme: frenar a un enemigo que combina ideología radical, violencia extrema y ambiciones económicas en una de las regiones más inestables del planeta.










