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Médicos de almas y de cuerpos

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Cada 26 de septiembre la Iglesia encomienda de modo especial a los médicos, cirujanos y farmacéuticos. Ese día, el santoral, se celebra la memoria de San Cosme y  San Damián, dos médicos nacidos en Asia Menor a finales del siglo II. Eran hermanos gemelos, y ambos, además de recibir una buena formación cristiana en su familia, estudiaron la Medicina de aquel momento, y la ejercieron con magnanimidad y gratuidad.

¿Por qué la Iglesia reza a estos santos como protectores de los sanitarios? Y sobre todo, ¿qué pueden aportar estos hermanos a los sanitarios actuales, 17 siglos después? ¿No se trata de unos médicos “anticuados”, pasados de moda?

Una de sus preocupaciones en su oficio médico era curar al hombre completo, cuerpo y alma. Y ambas curaciones no se dan en mundos paralelos, pues los médicos, en el siglo IV y en el XXI, curan a la persona, a este ser que es, a la vez, cuerpo y alma, cuerpo y espíritu, espíritu encarnado y cuerpo espiritualizado. Se podría decir que el hombre tiene una pierna en cada una de estas realidades, la material – corporal y la trascendente espiritual.

En las últimas décadas estamos tomando mucha conciencia de la importancia de la salud mental. Varios personajes famosos, deportistas, cantantes o actores, han informado de su retirada del escenario público para cuidar su salud mental, su salud espiritual, trascendente. San Cosme y San Damián veían esa salud en clave religiosa, orientada a la fe y al amor de Dios. Pero esa “salud religiosa” no está lejos de la salud mental, “salud espiritual o trascendente” que preocupa a estos ámbitos sanitarios: psicología, psiquiatría, son disciplinas que, aunque toquen el cuerpo de la persona, se centran principalmente en su espíritu, en su interior, en su mente.

Otra de las grandes preocupaciones de estos santos médicos era el curar y cuidar al paciente. La técnica médica ha avanzado mucho, y parece más acelerada en estas últimas décadas. Para estos médicos del siglo IV era impensable una terapia génica, basada en la manipulación controlada de ciertas cadenas del ADN. Si alguien les hubiese hablado de esto lo tomarían como ciencia ficción de un maestro en imaginación. Sin embargo, a pesar del progreso médico, constatamos que hay zonas desconocidas, situaciones en las que toda nuestra potente tecnología llega a su límite, y día a día la muerte sigue doblegando al enfermo. Curamos mucho más que hace un siglo, pero no curamos todo. Y ante ese límite, el médico del siglo IV, y el del siglo XXI, debe recordar su labor de curar y cuidar.

Los especialistas en paliativos cada vez lo tienen más claro; y podríamos decir que cada vez tienen más trabajo. Cuando no se puede curar a esa “mitad” de la persona, que es su cuerpo, debemos cuidar a esa otra “mitad” que es su espíritu. Y ambas mitades no están tan separadas; en realidad están íntimamente relacionadas, Tanto que son muchos los que hablan de “dolor integral”, para incluir la esfera física, emocional, familiar, social y trascendente.

San Cosme y  San Damián curaban mucho con la oración. Eran conscientes de los límites de su ciencia, hacían todo lo que podían, y luego se lo encomendaban a Dios. Esto no significa que la principal labor del sanitario, cuantitativamente hablando, sea dirigir rezos a Dios. Santo Tomás nos ha enseñado que, aunque Dios sea la causa última de todo lo que sucede, ordinariamente actúa por causas segundas, y respeta las leyes físicas.

El modo de trabajar de un buen sanitario es formándose bien, analizando bien las enfermedades y sus causas, analizando igualmente sus diagnósticos y los de sus compañeros. Hay que hacer bien las cosas, en todo lo que está en nuestra mano. Y si Dios quiere hacer una excepción, y hacer un milagro, esa es decisión divina. De hecho, los “milagros” declarados por la Iglesia son situaciones, muchas veces curaciones, que no tienen explicación científica. Esa excepcionalidad se atribuye a Dios, con frecuencia mediante la intercesión de un “investigado” en un proceso de canonización.

En el mundo sanitario quienes más festejan a San Cosme y San Damián son los farmacéuticos. Y creo que son los que más siguen haciendo medicina al modo de estos médicos del siglo IV. No porque no haya avanzado la dispensación de medicamentos y otras ayudas médicas; todo lo contrario. Pero siguen siendo los que están más cerca de muchos pacientes, y más en el día a día de su camino en medio de la enfermedad, la enfermedad oncológica, la crónica, o el dolor de cabeza de estos últimos días. Y son los que tienen su “oficina”, oficina de farmacia, más cerca de la gente: en el barrio, al lado del supermercado o de la panadería.

En nuestra sociedad productivista, y cada vez más consumista, podemos reducir este trabajo sanitario al de un vendedor más, como el carnicero, el pastelero o el frutero. Sin embargo, su trabajo no se reduce a “vender medicamentos” sino a dispensar un tratamiento médico, pautado por el profesional, y a orientar y supervisar la práctica diaria de ese tratamiento. El proceso de estudio y preparación de cualquier medicamento tiene varias etapas (los ensayos clínicos). Pero cualquier medicamento, ya estudiado y ya analizado, tiene una fase de farmacovigilancia: revisión, a lo largo del tiempo, de las posibles contraindicaciones de ese medicamento, ya estudiado y ya aprobado. Hoy tienen una labor importante los farmacéuticos, que acompañan el día a día de los enfermos, tanto o más que su médico de familia.

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