¿Pero, qué es realmente la humildad? Es una virtud que ordena nuestro deseo de excelencia, no en términos mundanos de éxito y reconocimiento, sino en la aceptación y agradecimiento de los dones recibidos de Dios.
En tiempos donde la sociedad exalta la competitividad, incluso en materia de educación, y el afán por destacar sobre los demás, la virtud de la humildad sobrevive enmarañada entre una confusión de ideas sociales.
¿Por qué he de ser menos que los demás?
Nuestro amor propio siempre nos exige esta pregunta ¿Es posible sacar el mayor rendimiento de nuestras cualidades sin vanagloriarnos? Sin creernos que si somos dignos del mejor sitio, no faltará quien nos coloque en él.
Desde la cuna, el mundo nos intenta convencer de que la humildad no debe ser considerada como virtud, pues llevaría el rebaje y pisoteo de nuestra persona. Esta contaminación ha llegado a hacerse tan fuerte que en muchas ocasiones se cuela en nuestro hogar.
¿Hay algo mejor para el bien común?
La humildad no consiste en esconderse para no llamar la atención o en no hacer nada. Consiste, como el mejor artista, en entregar por entero el resultado de la obra. ¿Hay algo más deseable para el bien de una familia? ¿Hay algo mejor para el bien común?
En una familia donde todos se esmeran en practicar la virtud de la humildad, nadie se sacrifica. Nadie queda olvidado cuando cada uno se olvida para atender a los demás. ¿No es evidente que solo se avanza hacia la felicidad haciendo felices a los demás? Sin embargo nos regodeamos sin cesar en el empeño de «cada uno por su lado» y «ante todo yo».
La virtud de la humildad es una aliada perfecta para la santidad de nuestra familia pues ordena el «apetito de excelencia». En ella reside el gran secreto del verdadero apóstol y también el secreto de una auténtica familia cristiana.
No se puede ser cristiano íntegro sin vivir seriamente la humildad; porque un cristiano recto es quien imita a Cristo. Jesús tomó el último lugar hasta el punto de que nadie pudo arrabatárselo. Por tanto, no estamos solos. Para cultivar desde nuestras familias la virtud de la humildad tenemos al mejor modelo.
¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido (1Co 4, 7).
Un padre o madre de familia debe imponerse en ciertas circunstancias pues la autoridad tiene el deber de ejercer su responsabilidad. Pero la carencia de la verdadera humildad conduce irremediablemente al desconsuelo, la inquietud y al engaño dentro de la familia. No caigamos en esta trampa fácil.
El camino de la fecundidad familiar
En un mundo que nos incita a buscar la eternidad en lo temporal, la humildad nos recuerda nuestra finitud y nos orienta hacia la vida eterna. Nos impulsa a no buscar hacer grandes cosas a no buscar grandes honras sino a abrazar el trabajo oculto y sacrificado. Y de este tipo de trabajo hay mucho dentro de una familia. Este es el camino de la fecundidad familiar. Entender que todos somos miseria y que todo nos es dado.
Todos somos capaces de por amor al mal, despreciar el sumo bien. Somos polvo. Estimate, tal como eres verdaderamente: polvo.»Polvo» también capaz de dar gloria a Dios. ¡Qué esta sea la máxima de tu familia!
El beato Allamano recordaba a aquel predicador que decía a sus ejercitantes sacerdotes: «¡Todos somos polvo! Monseñor polvo, Padre polvo, Canónigo polvo, Párroco polvo, ¡todos polvo!» Y añadía: «Asimilemos. Nunca seremos suficientemente humildes»
Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque ha mirado la humillación de su esclava. Share on X
1 Comentario. Dejar nuevo
Es fácil ser humilde desde el éxito social