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¿Navidad?

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Navidad es el veinticinco de diciembre. De cada año. ¿Te sorprende que te lo confíe? Cierto. ¡Lo sabes bien, sin duda! Navidad es cuando tú sacas el arbolillo nevado de plástico reciclado y fabricación sostenible del armario, le soplas el polvo, lo atiborras de bolitas con dulces, luces y colores, y lo plantas en medio de tu sala de estar, donde más que estar, vives apalancado a la luz de la tele. Y así vas pasando tus días veinticinco-de-diciembre, removiendo el fango preñado de la peste que contagias a tus hijos (“la parejita” que vive como hijo único) con tu alma vacía de verdad, vacía de amor verdadero (digo verdadero, no un sucedáneo reciclado), vacía del Dios eterno.

“¡Feliz Navidad!”, repites a destajo. Vives unas “fiestas” de vodevil que haces brillar con la ilusión de un lucir tránsfuga de la verdadera esencia de la Navidad. Has llenado tus días (tu existencia) de un dios que ajustas a tu medida, de vacua complacencia… y así –porque asusta al alma fiel en proporción a cuánto halaga tu intelecto–, tu espíritu permanentemente invernal convertido en ensoñación subtropical está ya que rebosa de la pringosa dialéctica que, amañado a una mesura desmedida y repleto de tu amor propio, revienta ya desbordado de ti: ese diálogo de sordos que propagas orgulloso.

¡Ay, tus hijos…! Tus hijos aprenden de su indolente padre, no lo dudes. Son en verdad (la única puñetera verdad en tu vida) “vástagos” del Santón de los Santones, que se lo cree porque vive la Navidad del veinticinco-de-diciembre exprimiendo al máximo el nihilismo en sus días “de cada día” (misa, rosario e hipocresía: diez minutos, y “¡a correr, que ya he cumplido!”). Un Dios repintado desdibujado, unos padres superprotectores. Hijos hiperregalados que lo que necesitan es el amor de sentirse hijos de Dios. ¡A tal extremo llegas, que te conviertes en tu propio aguafiestas!

Vivir la Navidad es vivir una santa vida, día a día. Porque, sobre todo, Navidad es Vida. Vida del Unigénito que nace por y para todos nosotros. Vida en la Tierra: vida en la familia, vida en la escuela, vida en la empresa, vida en la sociedad. Vida en el Cielo. ¡Navidad es todo! Es cosa de todos, de cada día. Uno apoyado en el otro. ¿Por qué insistes en pensar y repetir que quien aguanta eres tú? ¡Todos nos apoyamos unos a otros, y así debe ser, hermano! ¿Acaso te crees que aquí el único que “soporta” la debilidad y pobreza de tu hermano es el que reza el padrenuestro como quien paladea una gominola? ¿Reza y aprieta? ¡Apaga y vámonos! ¿No serás más bien tú el que más se calienta y se aprovecha al socaire del arder de tu hermano, atribuyéndote su energía y su donaire? Porque mira bien donde pisas, amigo, que es tierra sagrada: tú eres tú gracias al testimonio, al suplicio y al aliento de tu hermano. ¡Despierta, bufón, que vas dormido!

Ese pobre hermano tuyo que tienes desalmado en tu portal, medio muerto, reclama al Cielo su Justicia. ¿No la pides tú para ti? Sé consecuente, amigo, y dale el pan a tu hermano (su pan en justicia) que desde hace años te reclama. El alma (la suya como la tuya) necesita aire, paz, amor, silencio. No exhalaciones tóxicas ni cicutas viperinas… y mucho menos “la foto del año”. ¿No te das cuenta de que huyes de tus deberes de hermano justificándote cada abuso, cada vuelta de tuerca, escamoteándote de ti mismo con ruido interminable en tu interior, inflamado de tu egotismo? ¡“Ego, ergo sum”! Música a toda horas, porque “eres música”; multitud a tu alrededor, porque “eres sociable”; televisión, redes… a destajo, porque, “con lo que trabajas”, “necesitas estar informado” y “te mereces” distraerte… ¡y para tu hermano las migajas! ¿No te das cuenta de que estás huyendo de ti mismo, zagal?

¡Abre los ojos, hermano! ¡Es veinticinco de diciembre! Si no los abres tú por tus propias fuerzas, cuando se te cierren, serán tus propios hijos y tus pretendidos “amigos” quienes se aprovecharán de tu huida rellenando tu vacío con otras tantas pantomimas bizantinas, más espeluznantes incluso que las tuyas, y se arrastrarán sobre tu muérdago evaporando sus oportunidades providenciales –que no sabrán ver– con supersticiones derivadas de las que tú has plantado en su corazón a oscuras: las entrañas de la discordia. Y te escupirán a ti como tú escupes a tu hermano.

Es Navidad. Navidad es –sobre todo, lo decimos– la bienaventuranza eterna: Vida en el Cielo. Y vida es lo que hay antes de la muerte. Después, tú y él y yo, todos –sin excepción ni privilegio, pero por una Justicia que es Amor– encontramos esa eternidad que es Vida o Muerte, según si aquí damos o negamos, y solo nos ganamos la Vida si compartimos. ¿Nos será sensato ganarla juntos?

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