Los hechos recientes en la frontera oriental de Europa han puesto nuevamente al continente ante una peligrosa tentación: la de interpretar cualquier incidente como una provocación deliberada y responder con retórica bélica. Unos drones sin carga explosiva, procedentes de Bielorrusia, penetraron en territorio polaco y fueron abatidos por las fuerzas aéreas con el apoyo de aviones de la OTAN. Mientras esto ocurría, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, proclamaba en el Parlamento que “Europa está en lucha” y se preguntaba si tenemos “el estómago para librarla”.
Como cristianos, nuestra respuesta debe ser clara: no queremos la guerra con Rusia. No podemos quererla. Nuestro mandato evangélico es el de las bienaventuranzas: “Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9).
La verdad de los hechos y la tentación del conflicto
Según fuentes oficiales, los drones perdieron la ruta a causa de las interferencias de los sistemas rusos de protección, los mismos que días antes habían dejado sin GPS el avión de Von der Leyen. Bielorrusia avisó a Polonia y Lituania de que se trataba de una incidencia técnica, y Rusia se mostró dispuesta a hablar directamente con Varsovia para aclarar los hechos.
En este punto, la OTAN y la Unión Europea tienen dos opciones: reconocer que pudo haber un error y buscar mecanismos para evitarlo en el futuro, o rechazar de entrada cualquier explicación y asumir que se trata de una agresión. El primer camino es el de la prudencia; el segundo, el de la escalada.
Este dilema recuerda demasiado al proceso que llevó a los dirigentes europeos, casi a ciegas, hacia el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914–1919). Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica (2307): “El quinto mandamiento condena la destrucción voluntaria de la vida humana. Por causa de los males y las injusticias que comporta toda guerra, la Iglesia insta a todos a orar y a actuar para que la bondad divina nos libre de la antigua esclavitud de la guerra”.
Los errores de nuestros líderes
Rusia, tras años de guerra en Ucrania, ha mostrado sus limitaciones militares y económicas. No tiene una capacidad ofensiva seria contra Europa. Sin embargo, algunos líderes europeos insisten en ver en cada movimiento ruso un preludio de guerra.
Este camino recuerda tristemente a 1914. La Primera Guerra Mundial no fue deseada conscientemente por nadie, pero los gobiernos, como sonámbulos, dieron pasos hacia el desastre. Hoy, de nuevo, dirigentes débiles en Polonia, Francia, el Reino Unido o Bruselas encuentran en la retórica bélica una salida fácil a sus problemas internos. Pero esa debilidad es un peligro para todos. Como lo es depender de Ucrania, que puede empujar hacia un enfrentamiento aún mayor como salida a su situación cada vez más acorralada. El sabotaje contra los gasoductos NordStream 1 y NordStream 2, el 26 de septiembre de 2022, es una advertencia del riesgo.
Lecciones de paz desde los papas
Ante esta deriva, conviene escuchar la voz profética de los Sucesores de Pedro:
- Pío XII (1939) advirtió en vísperas de la Segunda Guerra Mundial: “Nada se pierde con la paz; todo puede perderse con la guerra”.
- San Juan Pablo II, con la fuerza de su testimonio, repetía que “la guerra nunca es un medio como tal, sino siempre una derrota de la humanidad”.
- Benedicto XVI recordaba que “trabajar por la paz no es ingenuidad, sino una exigencia de la razón y un deber de la justicia”.
- El papa Francisco ha sido constante en afirmar: “La guerra es siempre una derrota”.
Estas palabras no son consignas piadosas. Son criterios morales y políticos. Marcan el camino de una Europa fiel a su tradición cristiana, capaz de buscar la reconciliación en lugar de la confrontación.
¿Qué queremos para Europa?
Lo que necesitamos no es más gesticulación, sino responsabilidad. Una verdadera fuerza de defensa europea, que garantice la seguridad de los pueblos con discreción y eficacia. Pero, sobre todo, necesitamos una diplomacia activa de reconciliación con Rusia. Porque la paz no es ausencia de guerra, sino la construcción de un orden justo basado en la verdad, la libertad, el amor y la justicia (cf. Pacem in terris, Juan XXIII).
No queremos más sufrimiento, sino menos. No queremos más campos de refugiados, sino erradicar los existentes. No queremos vidas truncadas, sino vidas que florezcan. Esta es la vocación de Europa y la responsabilidad de sus líderes.
Existen grupos de presión poderosos que empujan hacia el conflicto con Rusia, alimentando un antagonismo visceral. Algunos temen que la hegemonía de su agenda ideológica —feminista radical, LGTBIQ o neoprogresista— pueda verse cuestionada por la resistencia cultural rusa. Pero la política europea no puede estar secuestrada por estos intereses estrechos. El único criterio debe ser el bien común y la paz de los pueblos.
El mundo necesita escuchar una voz clara de los cristianos europeos: No queremos la guerra. No podemos quererla.
Estamos llamados a ser constructores de paz, a poner la reconciliación por delante de la venganza y el diálogo por delante de la confrontación. Es el camino difícil, pero también el único camino cristiano.
En palabras de San Pablo: “No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence al mal con el bien” (Rm 12,21).
Este es el reto que Europa tiene hoy ante sí: resistir la tentación del mal de la guerra y optar por el bien de la paz.
Algunos líderes europeos insisten en ver en cada movimiento ruso un preludio de guerra. El mundo necesita escuchar una voz clara de los cristianos europeos: No queremos la guerra. No podemos quererla. Compartir en X









