Cuenta Heródoto en el libro primero de sus Historias que Creso, soberano del poderoso reino de Lidia, deseando atacar a Persia, envió legados a los oráculos de Anfiarao en Tebas y de Apolo en Delfos para consultar si debía emprender tal contienda. Ambos oráculos respondieron unánimemente que si Creso hacía la guerra a los persas, destruiría un gran reino. Muy satisfecho de tal respuesta y seguro de su victoria, se dispuso a destruir el Imperio Persa. Pero la suerte le fue adversa y su derrota resultó tan absoluta que cayó prisionero del enemigo y Lidia fue conquistada por los persas. El oráculo no había mentido: en su guerra contra Persia Creso destruyó un gran reino, el suyo propio, Lidia.
El 25 de febrero de 2022 en Bruselas, la ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, del Partido Verde, anunciaba sanciones contra Rusia y, desafiante, pronosticaba: “Esto arruinará a Rusia. (…) Heriremos el sistema de Putin allí donde debe ser herido, no solo en la economía y las finanzas, sino en el núcleo de su poder”. A partir de aquel momento, la evolución del producto interior bruto en Alemania y en Rusia ha sido la siguiente:
Año | PIB Alemania | PIB Rusia |
2022 | +1,9% | -1,2% |
2023 | -0,3% | +3,6% |
2024 | -0,2 % | +4,1% |
Mientras escribimos estas líneas, Putin sigue en el poder, el ejército ruso avanza por territorio ucraniano y la coalición socialista-verde que gobernaba Alemania ha perdido las elecciones, así que los verdes no formarán parte del nuevo gobierno, presidido por los democristianos. Las sanciones contra Rusia han tenido un efecto de bumerán contra quienes las imponían. No sabemos qué oráculo consultó Annalena Baerbock, pero al final le ha pasado lo mismo que a Creso. En realidad, no solo ella ha errado en su pronóstico: casi toda la élite política europea ha demostrado la misma falta de sentido de la realidad.
Para Alemania las consecuencias económicas de la enemistad con Rusia están siendo devastadoras, entre otras cosas por la pérdida de suministros de gas ruso, vitales para Alemania, sumida en este momento en un engorroso e incierto proceso de transición energética; un gas que ahora es comprado a un precio al menos cinco veces más alto a los Estados Unidos, un negocio ruinoso. Por no hablar de la ayuda, tanto civil como militar, otorgada a Ucrania: entre 2022 y 2024 la Comisión Europea concedió a Ucrania 115.000 millones de euros, una cifra similar a la que Ucrania recibió del conjunto de los gobiernos europeos. Es decir, unos 230.000 millones. En el año presente, 2025, la sangría continúa.
El Papa Francisco acertó plenamente al insinuar que “los ladridos de la OTAN a las puertas de Rusia” fueron el detonante de la invasión rusa de Ucrania.
Si solo el apoyo a Ucrania está teniendo consecuencias de esta magnitud, podemos imaginar cuántas más desastrosas serían las de una guerra entre la Unión Europea y Rusia. Rusia no tiene motivos y con toda probabilidad pocos deseos de emprender tal aventura, pero tampoco quería invadir Ucrania y acabó haciéndolo. El Papa Francisco acertó plenamente al insinuar que “los ladridos de la OTAN a las puertas de Rusia” fueron el detonante de la invasión rusa de Ucrania. Ahora quien ladra hacia Rusia es, más que la OTAN, la Unión Europea, y ladra cada día más fuerte. Si la Europa occidental se lanza a un rearme y una remilitarización masiva y orienta las bocas de sus cañones hacia Rusia, ¿qué reacción podemos esperar de los rusos? Los políticos y los medios de información de la Unión Europea profetizan que Rusia nos atacará y acto seguido hacen todo lo necesario para crear óptimas condiciones para que la profecía pueda cumplirse.
No solo la realidad contemporánea nos está advirtiendo, también lo hace la historia.
Memorándum Durnovo
En vísperas de la Primera Guerra Mundial el exministro del interior ruso Piotr Durnovo hizo llegar al zar Nicolás II un memorándum en el que llamaba su atención sobre los peligros que acechaban a Rusia si participaba en una guerra contra Alemania. El memorándum de Durnovo es una formidable lección de geopolítica de la que, si somos capaces de entenderla en profundidad, podremos obtener valiosísimas enseñanzas para el presente, pues no ha perdido casi nada de su actualidad. No se trata aquí de exponer y mucho menos de analizar el contenido de este largo documento (que debería ser lectura obligatoria para políticos, gobernantes, periodistas y altos funcionarios en nuestro continente), pero sería necio no hacer referencia a él.
El núcleo de la tesis de Durnovo es que los intereses de Alemania y Rusia son perfectamente armonizables y complementarios, que no hay conflicto entre ellos; y que también Francia puede integrarse bien en esta comunidad de intereses. El verdadero antagonista de los tres es Inglaterra.
Durnovo fundamenta su proposición con argumentos geopolíticos en el sentido más amplio del término y expone claramente los vínculos existentes entre factores muy diversos, no perceptibles a primera vista, pero no por ello menos vigorosos y trascendentes, ya que forman parte (aún hoy) de un todo geopolítico muy complejo, pero también muy lógico.
Las conclusiones principales a las que llegaba Piotr Durnovo eran las siguientes:
- Rusia, tanto a causa de su geografía como de su economía y sus ambiciones políticas, no tenía motivo para aliarse a Inglaterra y enfrentarse a Alemania, sino todo lo contrario.
- Rusia, Alemania y Francia podían garantizar la paz en Europa y hacer valer sus intereses, si evitaban enfrentarse entre sí.
- Rusia no estaba preparada para la guerra.
- Cualquiera que fuera el resultado de la contienda, provocaría una revolución social.
- La guerra favorecería el surgimiento del nacionalismo ucraniano (efectivamente el nacionalismo ucraniano, hasta entonces muy marginal y minoritario, tuvo su auge a partir de 1917 gracias a que fue vigorosamente patrocinado por Alemania, como sigue ocurriendo en el presente).
- Sin decirlo explícitamente, insinuaba entre líneas que una contienda podría suponer el fin del Imperio Ruso y del Imperio Alemán.
En todas estas y en otras previsiones que hizo en su memorándum, Durnovo acertó de pleno. De hecho, si comparamos la situación de 1914 con la actual, las cosas han cambiado mucho menos de lo que parece. El papel que entonces desempeñaba Inglaterra ahora lo representa su íntimo aliado, los Estados Unidos, mientras Francia y Alemania son los “motores” de la Unión Europea. Igual que entonces, un entendimiento entre la Europa del oeste y Rusia es lo único que puede garantizar la paz y el bienestar del continente. El nacionalismo ucraniano, hoy ya en su zénit, ha demostrado ser un elemento problemático en este contexto. Lamentablemente, Nicolás II no hizo ningún caso del memorándum de Durnovo y condujo a Rusia a la Primera Guerra Mundial: las consecuencias ya las conocemos.
No se puede hacer una política de defensa y de seguridad en Europa contra Rusia, que también es parte de Europa, sino solo con Rusia. No es una cuestión de ideología, sino una realidad geopolítica, histórica y cultural, es pura y dura necesidad, nos guste o no nos guste el sistema político ruso y su presidente Vladímir Putin. La primera tarea que la política exterior de la Unión Europea tiene pendiente es lograr esa concordia con el vecino del este. La segunda, y por los mismos motivos, será alcanzar una convivencia respetuosa y amistosa con el vecino del sur, el mundo islámico.
El rearme y la militarización son peligrosos: es muy fácil pasar de la “disuasión” armada al conflicto bélico. Las armas las carga el diablo y la guerra no es un videojuego ni una película de Hollywood. Si alguien quiere saber cómo es de verdad una guerra, le recomendamos encarecidamente la lectura de un artículo publicado en el blog del periodista Rafael Poch de Feliu, un testimonio duro de lo que ocurre en el frente y en la retaguardia, una muy amarga verdad al margen de los engaños de la ideología y la retórica heroica.
Los gobernantes de la Unión Europea están jugando a la ruleta rusa, tanto por lo que respecta a la paz como al bienestar económico de la ciudadanía en veintisiete países: yendo por este camino, si tenemos suerte, nos arruinaremos; si tenemos mala suerte, padeceremos una guerra que puede ser mundial y atómica.
También los ciudadanos, incluso los más insignificantes, tenemos una enorme responsabilidad en este asunto. Aún se nos reconocen oficialmente los derechos propios de un sistema democrático: derecho de sufragio activo y pasivo, de opinión, de manifestación, de huelga, etc. Estamos moralmente obligados a hacer uso de estos derechos para evitar que se nos conduzca a una situación sin esperanzas. Y lo estamos independientemente de la ideología de cada uno, pues el bien de la paz está muy por encima de tales diferencias y de todos los prejuicios.
No es hora de arengas ni de amenazas, sino de negociaciones, de distensión y de diplomacia. Como muy bien dijo Cicerón: Cedant arma togae (que las armas cedan el paso a la toga).