Como trabajo final de mi máster de Bioética llevé a cabo una revisión bibliográfica acerca de la adicción a las pantallas en niños y adolescentes. Sin ánimo de ser exhaustivo, me gustaría resumir algunas de las conclusiones principales. A menudo veo en entornos cercanos niños y adolescentes que se lanzan a los móviles y a las tabletas como si no hubiera otra cosa en el mundo. Y lo que es peor, muchas veces son sus padres los que les facilitan estos dispositivos para que no den la lata. Otras veces no son sus padres, sino alguien del entorno, pero sus padres lo consienten, como si se tratara de una cosa menor.
Creo que no terminamos de ser conscientes del peligro que esto entraña. Del poder de adicción que tienen las pantallas. Lo tienen los adultos, y mucho más para los niños, cuya vulnerabilidad es mayor al estar sus cerebros aún formándose y moldeándose. Podemos decir, sin riesgo de exagerar, que el grado de adicción de estos aparatos es muy similar, a veces incluso mayor, que el de las drogas que conocemos: cocaína, heroína, tabaco o alcohol.
No obstante, los grandes gurús tecnológicos de Silicon Valley (CEOS de compañías como Google, Apple, Microsoft, etc.) prohiben el acceso de sus hijos a los móviles, tabletas, etc., hasta, al menos la edad de dieciséis años. No sólo eso. Obligan a las niñeras que cuidan a sus hijos a firmar un contrato en el que la simple presencia de un móvil mientras estén llevando a cabo su trabajo está absolutamente prohibida.
Las consecuencias del uso excesivo de estos dispositivos pueden afectar a la salud mental, al rendimiento académico, al sueño, a la socialización y al bienestar general de los menores.
El uso de dispositivos digitales se ha convertido en una parte esencial de la vida cotidiana, hasta el punto de que es difícil ya imaginar una vida sin teléfono móvil, sin ordenadores, o sin otros dispositivos que hasta hace no demasiado tiempo ni siquiera existían. Los niños nacidos en el último siglo abren ojos como platos cuando les dices que en nuestra infancia los únicos teléfonos que existían estaban en casa y debían estar enchufados todo el tiempo a la corriente para poder funcionar.
La irrupción de las tecnologías digitales en el ámbito doméstico, educativo y social ha generado nuevas formas de interacción, aprendizaje y entretenimiento. Este avance tecnológico ha generado muchas ventajas, ha facilitado la vida en muchos aspectos, pero también ha traído consigo diversos desafíos significativos relacionados con el uso excesivo y problemático de las pantallas.
Cada vez son más los estudios e investigaciones que advierten sobre el incremento de diversos trastornos psicológicos, dificultades en el desarrollo cognitivo, problemas conductuales y alteraciones en los patrones de sueño, entre otros inconvenientes, especialmente entre los menores con alta exposición a las pantallas. Además, la rápida evolución tecnológica ha desbordado la capacidad de regulación y acompañamiento por parte de padres, educadores y responsables políticos.
En este contexto, resulta urgente reflexionar sobre las implicaciones éticas que conlleva el acceso indiscriminado a tecnologías digitales por parte de los menores. Desde una perspectiva bioética, esta situación plantea dilemas complejos vinculados a la protección del bienestar infantil, la promoción de la autonomía progresiva del menor y la distribución justa de los recursos digitales.
Se hace por tanto necesario abordar la adicción a las pantallas como un fenómeno multidimensional que requiere una respuesta integral, informada y ética, en la que participen todos los actores sociales implicados. Si bien la tecnología ofrece oportunidades educativas y de socialización, su uso excesivo puede derivar en problemas como la adicción a las pantallas, afectando a la salud mental y al desarrollo de los menores.
A día de hoy no existe una definición universalmente aceptada de adicción a las pantallas, pero se pueden identificar patrones comunes que permiten caracterizarla: pérdida de control sobre el tiempo de uso, necesidad creciente de conectarse, síntomas de abstinencia al estar desconectado, deterioro en el rendimiento escolar, familiar o social. Son cada vez más los estudios sobre alteraciones en la conducta debido al abuso de estos dispositivos.
Este tipo de comportamiento adictivo comparte muchas características con otras formas de adicción conductual, como por ejemplo la ludopatía, o la adicción a diferentes tipos de drogas. La liberación de dopamina que se produce cada vez que se accede a una pantalla es uno de los factores clave en la generación de la adicción, de la misma manera que ocurre con otro tipo de drogas.
La mayoría de estudios que se han llevado hasta el momento proceden de EEUU y algunos países asiáticos. Sirvan como ejemplo de a qué nos enfrentamos los siguientes datos de EEUU:
El 95% de los adolescentes entre trece y diecisiete años tiene acceso a las redes. Esos adolescentes pasan en torno a tres horas y media diarias enganchados a ellas. Un 25% pasa cinco horas diarias, y una séptima parte pasa más de siete. Un 64% dice haber sido atacado o humillado con mensajes de odio. Un tercio de los adolescentes usa pantallas hasta más allá de la media noche. Un 33% de las adolescentes de entre once y quince años admite estar enganchada a alguna red social.
Vistos estos datos, que, al fin y al cabo, son similares en todo el mundo, no parece un tema baladí para tomárselo a broma.
Si analizamos el uso de estas tecnologías desde principios bioéticos, debemos tener en cuenta los efectos beneficiosos, sin dejar de lado los riesgos que pueden conllevar.
Las pantallas, y las nuevas tecnologías en general, pueden facilitar el aprendizaje, el uso de nuevas habilidades, incluso la socialización en línea, pero a la vez hay que tener en cuenta los posibles efectos psicológicos adversos que puede acarrear un uso indebido. Es importante preguntarse hasta qué punto el diseño de determinadas aplicaciones benefician al individuo, o por el contrario, responde a intereses comerciales y lucrativos que pueden fomentar la adicción.
Por otro lado, para que el principio de autonomía sea respetado, debería formarse a los menores en el uso responsable de estos dispositivos. Y habría que preguntarse hasta dónde llega el derecho de los menores a hacer un uso autónomo de las pantallas, y si es legítimo el control por parte de los padres, incluso la intervención de una legislación que impida el acceso de los menores a determinadas tecnologías. Hay que plantearse si el diseño adictivo de los dispositivos puede alterar el desarrollo cognitivo, neurológico y emocional de los menores, y si las empresas tecnológicas, al priorizar su rentabilidad, están promoviendo comportamientos nocivos y adictivos a largo plazo.
Desde un punto de vista de la bioética personalista, toda tecnología debe estar al servicio de la persona y respetar su dignidad. Por tanto, el desarrollo y el uso de las pantallas debe estar dirigido a promover el desarrollo integral de la persona y respetar su dignidad en todas las etapas de la vida. No son aceptables estrategias de desarrollo tecnológico que vayan destinadas a instrumentalizar la atención de los menores fomentando comportamientos adictivos orientados a un mayor lucro de las empresas.
Son llamativas las declaraciones de Tristan Harris, ex-diseñador ético de Google y actual director ejecutivo y cofundador de Center for Humane Technology. Harris asegura que la finalidad de las compañías es enganchar y manipular las vulnerabilidades psicológicas. Durante su etapa de diseñador ético de Google, la mayoría de sus propuestas eran rechazadas porque iban en contra de los intereses económicos de la compañía.
Por otro lado Aza Raskin, cofundador del Centro de Tecnología Humanitaria y del Proyecto de Especies Terrestres e inventor del scroll infinito, afirma en una entrevista concedida a la BBC, que “con mi invento ha quedado demostrado que hacer algo que facilite las cosas no significa necesariamente que sea bueno para la humanidad”.
El uso excesivo de pantallas, especialmente teléfonos inteligentes, es un fenómeno cada vez más extendido y cada vez más preocupante. Los estudios que revisé están llevados a cabo en diferentes partes del mundo, en áreas rurales y áreas urbanas, países más ricos y países más pobres, y en todos, sin apenas diferencias, se puede observar este fenómeno creciente del uso excesivo de pantallas.
Una mayoría de los artículos indican problemas de sueño en niños y adolescentes que caen en el abuso de las pantallas. Además, esos problemas de sueño, pueden llevar a otro tipo de consecuencias, como estrés excesivo, déficit cognitivo, bajo rendimiento escolar y problemas de conducta en general. La falta de sueño, y eso le ocurre a cualquier persona que lo haya experimentado, incrementa la irascibilidad.
Los problemas de ansiedad y depresión que señalan algunos de los artículos tienen también muchas veces su origen, y otras veces un agravamiento, en problemas de sueño. Se habla tanto de causa como de consecuencia, pudiendo generarse un bucle de difícil salida. Lo mismo ocurre con la depresión, cuya relación con el abuso de pantallas parece funcionar de manera similar a la de la ansiedad. Además, los problemas de ansiedad pueden acabar provocando problemas metabólicos, debido a las hormonas que esa ansiedad libera en el organismo. Nos enfrentamos, de nuevo, a posibles problemas de salud pública causados por el uso excesivo de las pantallas.
Los niños y adolescentes que no tienen un buen control de las pantallas por parte de sus padres tienden a retrasar la hora de irse a dormir, enganchados a los dispositivos. La luz que emiten estas pantallas dificulta la conciliación del sueño, y altera los biorritmos, de manera que no sólo se acorta la duración del sueño, sino también la calidad del mismo. Esta influencia de la luz de las pantallas que altera los ritmos circadianos es algo que afecta a cualquier persona, pero de manera más significativa a niños y adolescentes, cuyo sistema nervioso aún está en fases de su desarrollo extremadamente vulnerables. También se producen despertares en mitad de la noche, y todo ello influye en una mayor somnolencia durante el día y dificultades de concentración para llevar a cabo las tareas cotidianas. Se da también una relación entre el abuso de pantallas y la hiperactividad.
Uno de los estudios habla de conductas autolíticas. Se relacionan también dichas conductas con síntomas depresivos. El cuerpo humano tiende a la homeostasis entre placer y dolor. Cuando el cerebro detecta el dolor causado por las autolesiones, genera dopamina para compensar. Es una posible explicación de por qué algunos adolescentes recurren a esas conductas, normalmente mal aconsejados en redes sociales, a modo de escape de diferentes frustraciones.
Existen también relaciones entre el abuso de pantallas y conductas agresivas y/o asociales. Una vez más, existe el riesgo de, en el último caso (conducta asocial), caer en un bucle del que es difícil salir: niños o adolescentes con problemas de sociabilidad que se refugian en las pantallas, acaban generando una adicción y volviéndose su conducta más evitativa, incrementándose la necesidad de permanecer en ese mundo virtual que ofrecen las pantallas. Una parte nada desdeñable de adolescentes, según los estudios, refieren que prefieren relacionarse a través de las pantallas antes que hacerlo cara a cara.
Otros problemas advertidos se refieren a la relación entre abuso de pantallas y abuso de sustancias (alcohol, tabaco, cannabis y a veces otro tipo de drogas), y también se relaciona con trastornos alimentarios, como la anorexia y la bulimia. En este último caso suele haber una predeterminación causada por otros factores, pero el abuso de pantallas lo agrava.
Hay otra consecuencia del abuso de pantallas que merece un monográfico aparte, pero que no quiero dejar de mencionar. Se trata de la adicción a la pornografía. Si bien ya existía antes de la aparición de las pantallas, han sido éstas las que le han dado su máxima difusión. Ahora cualquiera puede acceder a todo tipo de contenido pornográfico en su móvil o en su ordenador. Las pantallas proporcionan acceso fácil a la pornografía, y cada vez es más temprana la edad de consumo de este peligroso material, tremendamente adictivo. Abre, además, puertas aún más peligrosas, como son la adicción al sexo y/o comportamientos sexuales en extremo desordenados.
En Japón se conoce como hikikomoris a los adolescentes que permanecen encerrados en su habitación, enganchados a las redes sociales, juegos, etc., y no salen ni siquiera para comer o para socializar con sus familias. La psiquiatra española Marian Rojas, en su libro “Recupera tu mente, reconquista tu vida”, refiere un caso, en España, de una adolescente a la que ella misma tuvo que atender porque no salía de su habitación. Cuenta que se pasó varias horas hablando con ella a través de la puerta, porque no la dejaba entrar. Un fenómeno que ya era muy conocido en Japón, comienza a salir fuera de sus fronteras de manera preocupante.
Otro de los problemas que la tecnología causa es una mayor intolerancia a la frustración. La recompensa inmediata que proporcionan las pantallas, además de crear adicciones, hace que los niveles de soportar la frustración caigan a valores mínimos. ¿Están creando las pantallas futuras generaciones blanditas, incapaces de afrontar el dolor y el sufrimiento?
Recientemente, la Comunidad de Madrid ha decidido eliminar el uso individual de dispositivos digitales en lo colegios, con el fin de establecer todas las medidas necesarias para reducir los riesgos derivados del uso temprano, intensivo o inadecuado de las tecnologías de la información. Además, se elimina por completo el uso de pantallas en los niños de cero a tres años. Personalmente, pienso que este tipo de medidas deberían implantarse en todos los colegios e institutos a nivel nacional.
Como he dicho más arriba, prima la salud mental de los menores por encima del principio de autonomía. Si bien es cierto que Internet y las nuevas tecnologías pueden facilitar muchos aspectos de la vida, también son importantes los efectos negativos que pueden causar, como vemos en estos estudios. Una de las cosas que recomiendan los investigadores es que no se usen las pantallas para resolver o suprimir problemas mentales. Si los niños y adolescentes, cuyo cerebro está aún desarrollándose, declinan todo esfuerzo mental y lo dejan todo en manos de la tecnología, corren el riesgo de sufrir una maduración incompleta. De hecho, los responsables de uno de los estudios que hemos revisado encuentra una fuerte relación entre el abuso de pantallas y el déficit cognitivo en los estudiantes.
La bioética se enfrenta a intereses económicos implicados. Las redes sociales funcionan mediante algoritmos que están diseñados para “enganchar”, para pasar el máximo tiempo posible frente a la pantalla. Cuando se apela a la protección del menor, a menudo se responde apelando al principio de autonomía y a la responsabilidad personal. Pero estamos hablando de niños y adolescentes, inmaduros aún para ejercer un autocontrol suficiente que les permita hacer un uso responsable de los dispositivos. Se apela también al control parental, el cual, sin duda, es necesario, pero también insuficiente.
La familia y la escuela son agentes clave de intervención, pero necesitan formación, recursos y acompañamiento para asumir este rol de forma efectiva. No basta con delegar el problema en herramientas tecnológicas o en normas restrictivas.
Me parece urgente un cambio cultural que valore el tiempo de calidad, el vínculo humano y el juego libre, sin algoritmos que lo dirijan, como elementos esenciales del desarrollo infantil. Frente a la omnipresencia de las pantallas, hay que recuperar espacios de desconexión, silencio y encuentro, como parte de una pedagogía del límite que no niegue la tecnología, pero que la sitúe en su justo lugar. Me parece importante también retrasar la edad de exposición a las pantallas. Hay diferentes tipos de opinión al respecto entre los expertos, pero muchos abogan ya por no dejar que los adolescentes accedan a los dispositivos antes de los dieciséis años.
Finalmente, la prevención debe ser el eje central de cualquier estrategia. Prevenir no significa prohibir sin más, sino formar, acompañar y crear entornos digitales sanos y seguros. Esto exige compromiso político, sensibilidad social y, sobre todo, voluntad ética.
Es fundamental el papel de los padres y educadores para enseñar a los niños y adolescentes a hacer un buen uso de las pantallas y de las redes. Pero, bajo mi punto de vista, no es menos importante legislar con el fin de que exista un mínimo de regulación para el diseño y el acceso a determinadas aplicaciones y determinados contenidos. No podemos caer en un liberalismo extremo que considera toda regulación o toda prohibición un ataque contra la libertad y la autonomía de las personas. Por encima de esa autonomía está el respeto y la defensa de la vida y de la dignidad de la persona. Y apelar al autocontrol y a la autorregulación de los menores, que se encuentran en etapas de su desarrollo sumamente vulnerables, es algo así como soltar una gallina en un corral lleno de zorros hambrientos y pretender que salga viva.
A día de hoy, lo que ocurre es lo contrario: los diseñadores de las redes sociales diseñadas para jóvenes (y para no tan jóvenes) conocen las vulnerabilidades de los menores, y generan herramientas para aprovecharse de ellas. Lo que interesa es tenerles el mayor tiempo posible enganchados a la pantalla, porque eso les genera beneficios económicos.
Con esto, espero haber aportado elementos suficientes de juicio para que cada uno pueda llevar a cabo una profunda reflexión sobre este tema crucial. He arrojado aquí también opiniones personales, con las que no hay por qué estar de acuerdo. Pero en cuanto a los datos, son datos extraídos de estudios científicos que merece la pena considerar. El futuro de nuestros menores está en juego, y, pienso, debemos tomarlo en serio.
El 95% de los adolescentes entre trece y diecisiete años tiene acceso a las redes. Esos adolescentes pasan en torno a tres horas y media diarias enganchados a ellas. Un 25% pasa cinco horas diarias, Compartir en X







1 Comentario. Dejar nuevo
Lo bueno de la adicción a las pantallas es que los oftalmólogos tienen su trabajo asegurado.
Sí. Ya sé que es una idiotez lo que acabo de decir.
Pero lo que pretendo enfatizar es que la gente sabe que las pantallas son dañinas para la vista (lo dice la física elemental), pero no les importa.
Del mismo modo que a los fumadores no les importa el alto riesgo de cáncer o de enfermedad pulmonar.